De positiva catalogó el secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, su más reciente visita a la República Popular China. Tras cancelarse el encuentro el pasado mes de febrero por las tensiones generadas a partir del descubrimiento de un supuesto globo espía chino, las entrevistas entre el titular de la política exterior estadounidense y los más altos funcionarios de la nación asiática— incluido Xi Jinping— dejó en evidencia el momento complejo que atraviesan las relaciones entre ambos países.
Todo parece indicar que la cita se fraguó cuando se quebraron las vías de comunicación entre uno y otro lado. De ahí que tanto Blinken como el ministro de Relaciones Exteriores chino, Qing Gang, luego de unas cinco horas y media de trabajo, acordaran una lista de mínimos para mantener el vínculo y los contactos interpersonales.
Precisamente, desde Pekin llevan meses insistiendo en la necesidad de que Washington respete sus líneas rojas. La llamada cuestión interna de Taiwán y las sanciones de EE.UU. contra empresas tecnológicas chinas como Huawei, son dos de los temas que el gigante asiático puso sobre la mesa como condiciones para encauzar los intercambios. Por su parte, el jefe de la diplomacia estadounidense reiteró la intención de su gobierno de restablecer un intercambio abierto, libre y basado en el orden internacional.
Blinken aseguró que su país no pretende contener a China y defendió la necesidad de la competencia económica para el desarrollo y el equilibrio del mundo. Declaraciones que no solo contrastan con la guerra comercial y financiera heredada por el presidente Joseph R. Biden de la administración Obama, sino también con la Nueva Estrategia sobre el Indopacífico.
Aprobada el 10 de febrero de 2022, el documento reconoce dicha zona como la región más dinámica y el centro de gravedad de la geopolítica mundial, donde, por supuesto, se deben preservar intereses estadounidenses para mantener su hegemonía. A través de una retórica aparentemente conciliatoria y de alianzas, EE. UU. se ha aprovechado de la inserción de la India en el escenario internacional como potencia emergente y de sus conflictos políticos como Pakistán y China para exacerbar el ritmo natural del área.
La Nueva Estrategia sobre el Indopacífico brinda un mapa de las rutas que pretende seguir, a la vez que analiza las características del escenario regional y los desafíos que emanan del poderío nacional estadounidense. Se trata de un objetivo que trasciende a los habituales conflictos partidistas y halla consenso en la élite dominante.
Reconocida también como la visión política de Biden, busca reprimir la influencia y el avance global de China a partir de la promoción de los valores y la cultura estadounidense. Asimismo, apunta a la obtención de legitimidad y apoyo mediante redes de alianzas regionales como el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, la Asociación de las Naciones del Sudeste Asiático y el Diálogo del Cuadrilátero de Seguridad; incluida su alianza militar con Australia y Reino Unido.
Asimismo, de manera pública le otorga al poder militar una función principal entre los componentes de su estrategia y reconoce la utilización del tema Taiwán como elemento de presión.
Por eso hay que tratar con desconfianza lo dicho por una y otra parte. Si bien es cierto que a ninguno le conviene la ausencia de diálogo, las políticas e intereses en juego hace mucho que están sobre la mesa.
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