En efecto, se trata nada más y nada menos que de Zbigniew Brzezinski, calificado por algunos como uno de los más trascendentes expertos norteamericanos en política exterior, y a la vez pertinaz e insistente enemigo del Kremlin desde sus años mozos, en que emigró a los Estados Unidos dejando atrás su Polonia natal.
Asesor de seguridad nacional del gobierno del presidente demócrata James Carter, entre otros cargos y responsabilidades, se le ubica a Brzezinski como el cerebro que orquestó a inicios de 1979 la perdurable alianza estadounidense con los señores de la guerra y los grupos extremistas islámicos empeñados en derrocar a las autoridades populares de Afganistán, como cebo para empujar a la entonces Unión Soviética a acudir militarmente en apoyo de sus aliados de Kabul, lo que se produjo en las postrimerías de ese mismo año.
El propósito, según abiertas declaraciones del asesor, era precisamente empantanar al Kremlin en suelo afgano y que Moscú recibiese “su propio Viet Nam” en alusión a la paliza bélica que el pueblo de aquella nación indochina había propinado a las fuerzas interventoras norteamericanas unos años antes.
Incluso, cuando alguien reprochó a Zbigniew Brzezinski el maridaje de Washington con Al Qaeda y Osama Bin Laden, a la sazón actuando en territorio afgano contra la URSS, el político no vaciló en contestar. “¿Cual de los dos hechos será el más importante en la historia: los talibanes o la caída del imperio soviético. Un par de musulmanes fanáticos, o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría.”
Sin embargo, “cumplido” en buena medida su sueño de visceral enemigo del gigante euroasiático, ese mismo Brzezinski aconseja por estas fechas aflojar la cuerda con relación a Rusia, porque según su criterio, los Estados Unidos de hoy no están en condiciones de un forcejeo prolongado con el Kremlin.
En consecuencia, el camino, según el ex consejero oficial, debería ser el acercamiento a Moscú con fines de mediatización no violenta, involucrándolo poco a poco en los fines políticos y económicos diseñados por Occidente para su aplicación a escala global.
Porque lo cierto es –precisa el experto a manera de argumentación- que la primera potencia capitalista enfrenta un serio resentimiento de su poderío en no pocos terrenos fundamentales, y la mejor forma de neutralizar a renovados oponentes de alto calibre no es, por ahora, el uso excesivo de la tirantez y el acoso…nada, puro pragmatismo bien aprendido por el impúber polaco que llegó a los Estados Unidos con once años de edad en 1939.
Si la fórmula daría o no resultado, es un asunto por ver. Pero por lo pronto parecería que la recomendación no ha tenido amplio eco, y que del lado de los halcones de la ultraderecha la ciega prepotencia no da mucho espacio inicial a las citadas exhortaciones.
De hecho, cuatro meses atrás, por ejemplo, a tono con los sucesos en Ucrania, la Cámara de representantes norteamericana aprobó la titulada Hig Resolution 758, que en su espíritu poco le envida a una declaratoria de guerra contra Rusia.
Luego de acusar a Moscú de invasor y agresor con relación a las “autoridades de Kiev”, y de recordar otras “felonías armadas del Kremlin”, el decreto expresa su apoyo a los ataques del régimen ucraniano contra los federalistas del Este, y solicita a la Casa Blanca “proporcionar al gobierno de Ucrania material de defensa letal y no letal, así como los servicios y la formación necesarios para defender eficazmente su territorio y soberanía.”
Si a ello se suma el viejo intento de cercar a Rusia con un pretendido sistema antimisiles destinado a proporcionar impunidad a los Estados Unidos para asestar un primer golpe atómico contra sus “enemigos”, así como los sucesivos paquetes de sanciones financieras y económicas contra el Kremlin, se entiende que por el momento no es precisamente la “picardía de un viejo diablo” la que prima con relación al tema ruso.
Y como toda acción provoca inevitablemente una reacción, justo al cierre de 2014, y a escasos días de la acción legislativa norteamericana contra Rusia, el jefe del Kremlin, Vladímir Putin, afirmó que la renovada doctrina militar de su país considera a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, y a los Estados Unidos, como “amenazas fundamentales” para la seguridad de Rusia.
La doctrina refleja además la preocupación del Kremlin por el despliegue de tropas de la OTAN, liderado por el Pentágono, cerca de las fronteras rusas, junto a los intentos de instalar un sistema antimisiles en Europa del Este.
En consonancia, no han faltado por estos días los informes del fortalecimiento y acelerada modernización de las fuerzas armadas y coheteriles rusas, que a estas alturas se declaran capaces de frustrar todo intento de utilizar contra el país el titulado sistema antimisiles norteamericano u otros proyectos belicistas como el denominado Prompt Global Strike, asentado en el principio de batir blancos de los oponentes menos de una hora después de haber recibido la orden de ataque a través de un enmarañado tejido de lanzaderas balísticas ubicadas en tierra, mar y aire, y dispersas a lo largo y ancho del planeta.
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