Lo proclamó eufórico el denominado presidente ucraniano, Piotr Poroshenko, una vez conocida la toma militar de la ciudad de Slaviansk, uno de los bastiones de los rebeldes federalistas de origen ruso: “…la ofensiva contra los terroristas seguirá adelante y no habrá diálogo hasta que depongan las armas”.
En pocas palabras, que para nada han tenido repercusión las sostenidas demandas de Rusia y de otros gobiernos para que en Ucrania se establezca un seguro cese del fuego que conduzca a un diálogo nacional constructivo, donde sean reconocidos los derechos básicos de todos y cada uno de los ciudadanos, así como los proyectos institucionales aprobados de forma mayoritaria en sus respectivas regiones.
En todo caso, las pretendidas “negociaciones” proyectadas por Kiev serían, no entre iguales, sino entre presuntos vencedores y vencidos; entre la víctima maniatada y el oponente que le apunta a la cabeza con una pistola. Y en ese contexto, difícilmente tendrán validez y receptividad los reclamos de aquellos que acudirían inermes a la cita.
Pero el gobierno de Poroshenko pretende ir más lejos, a tono con las instrucciones recibidas de sus aliados occidentales liderados por Washington.
En la medida en que sea apagada la resistencia, que ahora debe concentrarse en Donetsk y Lugansk, las fuerzas armadas ucranianas acometerán la creación de fortificaciones y obstáculos a lo largo de la divisoria con Rusia, según informó públicamente un alto funcionario de los servicios de seguridad nacional del régimen de Kiev.
Trincheras contra carros de combate, puestos militares y de control, y otros muchos artilugios de detección y aviso, intentarán cerrar el paso a las comunicaciones con el gigante euroasiático y al libre trasiego de ciudadanos de un país a otro.
De manera que las tensiones no cesarían luego de un supuesto fin de las insurrecciones federalistas, sino, como está previsto en la agenda imperial, aún sin la presencia directa en la zona de los efectivos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, buena parte de la frontera occidental de Rusia se convertiría en terreno hostil y peligroso.
Mientras, para la población de origen ruso se reservaría la deportación a otras áreas, ya no solo obedeciendo los conocidos argumentos xenófobos que enarbolan los neonazis ucranianos ligados a las altas esferas de gobierno, sino porque además Kiev hará lo posible por cumplir un leonino contrato con el monopolio Royal Dutch Shell para la explotación del yacimiento de gas de esquisto de Yuzovsky, ubicado en la frontera entre las ciudades pro rusas de Donetsk y Járkov, y de las cuales debe ser removida buena parte de sus habitantes para propiciar el despliegue de la empresa en cuestión y de sus complicados medios tecnológicos. En todo caso, reza el plan, quedarán en el lugar solo aquellas personas utilizables como mano de obra local por los potentados de la Shell.
Y en medio de esta complicada situación, no faltan quienes solicitan públicamente de Moscú una reacción airada ante la continuidad de las acciones armadas en el este de Ucrania, como si para el Kremlin resultara coser y cantar el abrir un frente de guerra en suelo ajeno y convertirse de la noche a la mañana en el “agresor e invasor extranjero” a un país vecino, escenario que sería una total fiesta para el aparato bélico, político y mediático hegemonista.
De ahí que Moscú concentre por ahora su papel en la insistencia diplomática de un cese del fuego efectivo, serio y equilibrado; y en apresurar toda la ayuda humanitaria posible a los perseguidos que abandonan Ucrania y se internan en Rusia.
De todas formas, dicen analistas, el futuro de Ucrania no sería un remanso de estabilidad de materializarse la opción de una victoria temporal de Kiev en el espacio militar.
Un país cercenado por el odio racial y cultural de la ultraderecha en el poder, y donde una buena parte de la población vería conculcados sus derechos de forma violenta, no podría contar con un marco de verdadera tranquilidad, y mucho menos cuando sobre Ucrania caigan además las demandas usureras de las entidades crediticias occidentales que tan gentiles han sido a la hora de aportar recursos para apuntalar a sus cancerberos locales. Vivir para ver…
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