En su épico Reportaje al Pie de la Horca, el periodista checo Julius Fucik hizo un llamado que cada día cobra mayor actualidad, sin que medien los más de 70 años de haberlo dejado escrito: “Hombres: os he amado. ¡Estad alertas!”.
Y es que después de la II Guerra Mundial (1939-1945) las secuelas del fascismo no han desaparecido y si en estos días lo vemos en los neonazis ucranianos, también en los que asaltaron el Capitolio de los Estados Unidos en apoyo al expresidente Donald Trump, igualmente marcaron su impronta sangrienta en el Chile de Pinochet (1973-1990) y en la Argentina de la dictadura militar, la cual llenó de luto al país entre 1976-1983, con una secuela de más de treinta mil desaparecidos, entre arrestos ilegales, torturas, asesinatos y/o desapariciones forzadas.
Cuba, nuestra Isla, también tuvo que lamentar en esos años de terrorismo de Estado la muerte de dos de sus hijos, ambos diplomáticos: Jesús Cejas y Crescencio Galañena, quienes fueron abordados el 9 de agosto de 1976 por un grupo represivo de la dictadura, a unos pasos de la sede diplomática cubana, y más tarde asesinados en el centro clandestino de detención y tortura Automotores Orletti, uno de varios que funcionaron como lugares de exterminio.
Sus cadáveres permanecieron desaparecidos durante casi cuatro décadas, hasta que en junio de 2012 fueron hallados los restos de Galañena en un tanque metálico de 200 litros relleno con cemento, en un predio abandonado de la localidad bonaerense de Virreyes. Un año más tarde fueron encontrados los de su compañero Jesús Cejas.
Dolor y muerte. Torturas inimaginables. Llanto y luto. Secuestro de niños, luego adoptados por los propios torturadores y asesinos. En fin, toda una maquinaria bien engrasada de matar que con el paso de los años arroja cada día más víctimas inocentes y, por suerte, las bienvenidas apariciones de los infantes desaparecidos gracias a la labor humanitaria de las Abuelas de la Plaza de Mayo. Esas valientes mujeres que luchan por sus nietos y que han hallado una parte de los cerca de 500 niños desaparecidos, cifra que supera el centenar y que de seguro continuará aumentando para alegría de sus verdaderos familiares.
Las torturas fueron atroces. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), creada por el Gobierno argentino en 1983 con el objetivo de aclarar e investigar la desaparición forzada de personas producidas durante la dictadura militar, elaboró un informe llamado “Nunca Más”, publicado en septiembre de 1984, que arroja luz sobre lo sucedido en esos siete años de dictadura militar.
“Si al salir del cautiverio me hubieran preguntado: ¿te torturaron mucho?, les habría contestado: ‘Sí, los tres meses sin parar. Si esa pregunta me la formulan hoy les puedo decir que pronto cumplo siete años de tortura’”. (Miguel D'Agostino - Legajo N.° 3901).
Incluyo también este testimonio del Dr. Liwsky, secuestrado el 5 de abril de 1978, quien pudo sobrevivir a esas torturas y denunciarlas en el referido informe Nunca Más: “Un día me tiraron boca abajo sobre la mesa, me ataron (como siempre) y con toda paciencia comenzaron a despellejarme las plantas de los pies. Supongo, no lo vi porque estaba ‘tabicado’, que lo hacían con una hojita de afeitar o un bisturí. A veces sentía que rasgaban como si tiraran de la piel (desde el borde de la llaga) con una pinza. Esa vez me desmayé. Desde entonces empecé a sentir que convivía con la muerte”.
Con los niños los represores, según reseña el mencionado informe, adoptaron modalidades: niños dejados en la casa de algún vecino para que este se hiciera cargo hasta tanto llegara algún familiar de la víctima; niños derivados a Institutos de Menores, que los entregaban a familiares o los cedían en adopción; secuestro para su posterior adopción por algún represor; entrega directa del niño a familiares de la víctima, lo que en muchos casos se hizo con el mismo vehículo que transportaba a la madre.
Y las maneras más crueles: dejarlos librados a su suerte, en el domicilio donde aprehendían ilegalmente a los padres y/o trasladarlos al mismo Centro Clandestino de Detención, donde presenciaban las torturas a que eran sometidos sus padres, o eran ellos mismos torturados en presencia de estos.
Muchos de esos niños figuran aún como desaparecidos. Hoy, aunque las cifras varían, más de 130 han sido hallados por las combativas Abuelas de la Plaza de Mayo y retornados, ya adultos, a sus verdaderos familiares.
En junio de 2019 fue hallado el nieto 130. Así lo reportó la BBC Mundo: “Durante casi 40 años, Roberto Mijalchuk dejó activa una línea de teléfono, con la esperanza de que algún día sonara el aparato y pudiera reencontrarse con su hermana desaparecida. Pero cuando sonó, no fue su hermana la que apareció, sino su sobrino, que en el momento de la desaparición estaba con su madre y entonces tan solo tenía pocos meses de vida. ‘Gracias, tío, por no dejar de buscarnos’, manifestó Javier Matías Darroux Mijalchuk”.
Cómo olvidar tantas atrocidades. Pero lo paradójico es que se repiten, pues la mala hierba del nazifascismo no ha sido extirpada y rebrota cada día con más fuerza, estimuladas ahora por unas tóxicas redes sociales que tergiversan la verdad y convierten en villanos a los héroes y viceversa.
En nuestro caso está la intención de convertir en “santo” al dictador Fulgencio Batista y a los años 50 como la era dorada del capitalismo en Cuba. También, repetir hasta el cansancio la existencia de una dictadura en nuestro país, en aras de sembrar esa matriz de opinión y dar así caldo de cultivo a la contrarrevolución y a los elementos que se dejan confundir por esos cantos de sirena.
Por suerte existe un pueblo instruido y mayoritariamente revolucionario. Ese que llenará las plazas este domingo 1.o de Mayo, en reafirmación al socialismo y a la obra de justicia social emprendida desde el 1.o de enero de 1959.
De nuevo, entonces, conviene escuchar el llamado de Fucik: “¡Estad alertas!”
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