Mientras se habla de la segunda e inminente conferencia en Ginebra para intentar negociar una salida al conflicto armado en Siria, en Washington se perfilan las líneas para que el camino no sea otro que el deseado final de las actuales autoridades de Damasco.
Y es que el “trabajo” diplomático-militar de la Casa Blanca, con el apoyo de sus socios occidentales —Israel, la derecha árabe, y los grupos mercenarios y terroristas involucrados directamente en los combates—, en realidad no apunta a dar trascendencia a ningún tipo de negociación que no implique la anulación y caída del gobierno de Bashar al Assad.
Hace un año atrás, en la titulada Conferencia Ginebra I, que no llegó a acuerdo positivo alguno, los Estados Unidos y sus compinches intentaron soslayar la participación de la actual administración siria en una posible transición nacional, a la vez que negaron la presencia de Irán —importante vecino y aliado de Damasco—, en aquellas conversaciones.
En pocas palabras, se pretendió imponer, de hecho, una sola voz y un solo criterio a la hora de trazar decisiones… y ya se sabe de qué signos.
Ahora, cuando se habla de un nuevo cónclave internacional para este mes de junio o el cercano julio, repite Washington el mismo sainete, a sabiendas de que logrará similares resultados que doce meses atrás, es decir, nada de soluciones pacíficas y equilibradas.
No se trata solo de empecinamiento ciego, hoy se adiciona al caldo la urgencia, para los adversarios de la actual Siria, de enturbiar la recién devenida ventaja bélica que ostenta Damasco sobre la oposición armada y los grupos mercenarios y terroristas, y, por tanto, la intransigencia, al igual que ayer, parece acomodarse a tales propósitos, según el “aguzado” razonamiento imperial.
Y es que si, como bien podría suceder, aborta la nueva conferencia ginebrina porque la otra parte se niegue a aceptar la exclusión del gobierno de Damasco y de Irán —a partir de las renovadas exigencias gringas—, quedaría para Washington y sus aliados el aquello de no contar con compromisos públicos que apoyen sus esfuerzos injerencistas y desestabilizadores.
Por otra parte, la maquinaria mediática al servicio imperial contaría con suficiente trigo envenenado para reamasar la falsa historia de un empecinamiento enemigo que no permite resquicios a la paz, y que únicamente acude a la mesa para hacer valer sus caprichos, encaminados contra los “intereses de la democracia y la libertad” en Oriente Medio, y afines al terror y la violencia ante todo lo que se le oponga.
Además, esa misma ola de soez propaganda podría ser dirigida contra Moscú y su importante apoyo en pertrechos a Siria, acusando al Kremlin de insistir en el caos y la muerte, y de colocar obstáculos a las “sanas propuestas de la comunidad internacional”.
Por último, tensionadas las cuerdas al máximo, resultaría menos complicado ya no solo operar abierta y oficialmente a favor de los grupos agresores, sino además planear con más asideros una intervención militar extranjera a gran escala contra Damasco, bajo las consabidas banderas “humanitaria” y de “defensa de los derechos humanos”.
De manera que tales parecen las jugadas que la Casa Blanca ha considerado en torno a la aún en ciernes cita de Ginebra sobre Siria, en un caso que, ciertamente, ha trastocado con creces la fórmula golpista que Washington y sus cipayos creyeron instituir en el escenario mesoriental a partir de la desfachatada aventura bélica en Libia.
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