De la misma manera que los círculos hegemonistas de los Estados Unidos no acaban de entender que el mundo ya no marcha al compás gringo, los líderes de Europa Occidental tampoco asumen que su enlace con Washington es lo menos conveniente que pueden procurar para sus conciudadanos; sin embargo, lo vienen asumiendo, con ciertas limitadas disidencias, desde fines de la Segunda Guerra Mundial, en que los Estados Unidos, alejados geográficamente de los desastrosos campos de batalla, emergieron como primera potencia capitalista mundial.
Era la culminación de un largo y dorado sueño que fue la “razón de vivir” de los titulados “padres fundadores”, los primeros en proclamar el deber endémico gringo de encabezar el planeta, regir los destinos ajenos, e imponer —por decreto divino y preponderancia genético-intelectual de los norteamericanos— su “portentosa” civilización y modo de vida a lo largo y ancho del orbe.
Hubo que esperar, no obstante, a que la culta, avanzada, aristocrática, fina, soberbia y educada Europa terminase de hacerse añicos en sus añejas y sangrientas trifulcas religiosas y étnicas, en sus beligerancias coloniales, y como escenario preferencial de las dos guerras mundiales que impusieron a la humanidad las ambiciones de las castas más favorecidas y los resabios revanchistas de las menos afortunadas en los sucesivos repartos del planeta.
Así, desde 1945 el mundo se convirtió en mayoritario santuario Made in USA, y el “modo de vida americano” en patrón que horadó el culterano y tozudo talante de los pasados imperios.
Había llegado el instante supremo para Washington… y coronas, títulos nobiliarios, exquisiteces, refinamientos, alcurnia, rebuscadas maneras y altiveces tuvieron que curvar la cerviz y aprender que en lo adelante les tocaba guardar sus oropeles y asumir el papel de siervos y hala levas del líder de Occidente.
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Desde entonces, ya en tiempos de la Guerra Fría, en el escenario “postcomunista”, en la “lucha internacional contra el terrorismo”, o en la puja hegemonista contra Moscú y Beijing, los poderes europeos venidos a menos no han pasado de simples monigotes, aliados circunstanciales y “municiones gastables” para el aspirante a eterno regente mundial.
Europa Occidental es involucrada en cuanta fechoría militar externa urden los grupos gringos de poder; sus territorios y ciudadanos no pasan de primer escalón sacrificable en caso de conflicto militar, nuclear o no, con el este; su geografía acoge todo tipo de armas controladas por USA para su particular defensa, y sus líderes e instituciones son amonestados y vejados por cualquier funcionario altanero proveniente de Washington, incluidos los presidentes de turno en la Oficina Oval.
Como consecuencia, nada propio que altere a los Estados Unidos, ya sean relaciones comerciales mutuamente ventajosas, acuerdos de seguridad, vínculos diplomáticos independientes, o decisiones originales en los más diversos escenarios, se asumen por los “socios del oeste” con la personería y la determinación propia que se supone adornen a países de mucha más larga historia y experiencia que aquel que los coyunda.
Y recordamos todo esto a amplios rasgos y como visión generalizadora, porque ahora mismo, y luego de una denigrante experiencia frente al insolente y ácido Donad Trump ante una Europa Occidental que no dudó en tildar de oportunista e inepta, otra vez los líderes regionales dan con la frente en el suelo cuando se les empuja frente a las divisorias rusas como ganado al matadero, o se les involucra en el hostil cerco a China, entre otros bochornosos pasajes, no importa si con ello se les cierran las puertas del mercado energético ruso o de la ya primera potencia comercial del planeta.
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Mientras tropas europeas avanzan camino al este y sus gobiernos repiten bajo la batuta gringa que Rusia está por invadir a Ucrania, y que semejante aventuras de Moscú debe ser atajadas a toda costa, aun cuando pierdan la cabeza por favorecer la gran testa foránea, uno se pregunta dónde quedaron las pasiones caballerescas, el pundonor exacerbado, la iniciativa propia y el peso global independiente de tiempos pasados en una Europa que debería ser de los pivotes internacionales y no peso para platillos de balanzas ajenas.
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