Como ya dijimos en un artículo anterior, la victoria de Emmanuel Macron en la segunda vuelta presidencial francesa del último domingo, no puede calificarse como un triunfo arrollador ni el más anhelado por sus conciudadanos.
Para muchos en el país, y así lo confirman entrevistas a ciudadanos y encuestas de firmas como los institutos franceses Ifop e Ipsos, mantener en el Eliseo al político “centrista” fue en todo caso optar por el mal menor, toda vez que en esta ocasión salió a competir con serias rasgaduras en la orla de “novedad política” con la que ganó cinco años atrás, también como ahora, en segunda vuelta frente a la derechista Marine Le Pen.
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Y confirma este juicio, el hecho de que el doblete lo conquistó con una baja sensible de sufragios con relación a la lid de 2017, una abstención récord, y con la mayor votación para la derecha extremista local en toda su historia.
De hecho, el presidente reelecto admitió de inmediato que “la cólera y la desavenencia” que llevaron a muchos a votar por Le Pen “deben encontrar una respuesta, y es mi responsabilidad dársela”. Hágalo o no ya será otra cosa, pero ciertamente los “riesgos políticos” fueron altos, y muchos personajes oficiales en Europa Occidental pasaron su trago amargo ante las dudas de una Le Pen confesa anti UE escalando a la presidencia gala.
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Macron tiene por tanto cinco años más de ejercicio que no se proyectan nada fáciles. El cisma político nacional es evidente: derecha extrema, centrismo, y una izquierda activa, y no pocos consideran que esa realidad se proyectará en las elecciones legislativas de las próximas semanas, y en el hecho de que seguramente Macron deberá negociar con otras fuerzas para obtener un respaldo importante en el parlamento que elimine obstáculos a sus programas y decisiones.
Medios de prensa como el español El País y la agencia EFE, entre otros, indican que ese sería un primer inconveniente para el presidente en su segundo mandato.
A ello se suman más retos importantes, como intentar evitar un nivel de protestas públicas como el protagonizado tiempo atrás por los llamados “chalecos amarillos”, que conmocionaron a la sociedad francesa, y que con un país dividido casi en porciones políticas similares en fuerza, tendrían espacio e impulsores ante cualquier medida que les afecte como segmentos públicos.
Analistas indican que otra cuenta pendiente de Macron es la renovación de la planta energética nacional con sentido ambientalista, que según sus planteamientos originales se sustentaría en el ahorro de combustibles, la expansión de la energía nuclear (seis reactores de nueva generación con estudios iniciados para otros ocho), grandes inversiones en cincuenta parques eólicos en el mar para 2050, más transporte ferroviario y fluvial no contaminante, lucha contra polución atmosférica, e impulso a la repoblación forestal.
Por demás, sus votantes más firmes esperan que con relación a Europa Occidental, avance Macron en aspectos como una autonomía regional en materias "energética y estratégica", la reforma de la zona de libre circulación del espacio Schengen con una mejor protección de las fronteras exteriores de la UE, y una política de asilo común.
Macron también dice abogar porque los países europeos desarrollen una mayor capacidad de defensa propia e impulsen su industria tecnológica.
Y por último, queda el papel que Francia debe desempeñar en torno al conflicto de Ucrania. Hasta ahora, explican estudiosos, París oscila entre apoyar a Kiev y los planes diseñados por la OTAN en materia de injerencia y presiones sobre Moscú, a la vez que se opone a un involucramiento regional directo en el escenario bélico, y se inclina por las negociaciones como posible remedio al conflicto.
De todas formas, para Macron el papel ejecutivo inicia su último quinquenio, y al menos podría en ese lapso intentar dejar un buen recuerdo en el Eliseo.
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