La Franja de Gaza es un territorio cerrado en sí mismo por una frontera hermética y militarizada. Ubicada en el borde costero del Mediterráneo oriental, entre Israel y Egipto, es un territorio palestino autónomo administrado por el partido islamista palestino, Hamas, desde 2007. En los recientes sucesos, el 7 de octubre de 2023, Hamás lanzó la Operación Tormenta de Al Aqsa, desatando un conflicto renovado con Israel.

Una ciudad permanece casi a oscuras. Por sobre los edificios, los tonos rojizos en medio de un cielo profundamente negro se confunden con los albores del amanecer. Como fuegos artificiales, los rayos de luz recorren de una a otra esquina la imagen que me devuelve el ordenador y parecen intercambiarse en una suerte de animación digital.

Esto podría parecer la escena de un videojuego, el guion de un largometraje o la descripción de una fotografía hermosa si no fuera por el innombrable horror que encierra lo que, más adentro de la ciudad casi a oscuras, no podemos ver en la instantánea.

Han sido 28 días de polvo y cenizas, de escombros, caos y llantos, de bombas y muertes. Las escenas de los barrios bombardeados revelan una historia de catástrofe y devastación.

 Casi 700 mil desplazados ha causado el conflicto entre Israel y Hamas (ONU).

Desde el 7 de octubre último en la Franja de Gaza, a 10689 kilómetros de Cuba, se vive una pesadilla que parece no tener fin. Solo bastó una noche para dejar en ruinas un barrio residencial. Ya el 10 de octubre, a solo 3 días del inicio de los bombardeos israelíes a la zona, sumaban casi 2000 muertos.

En uno de los territorios más densamente poblados del mundo, con 2,3 millones de habitantes, hoy el número de fallecidos asciende a más de 10000 y aumenta cada minuto que pasa. Más de 20000 heridos, 2000 personas desaparecidas, alrededor de 35000 viviendas destruidas y 690000 desplazados son otras de las consecuencias del infierno que se vive y se sufre en el conflicto.

La realidad no puede ser más caótica al otro lado del mundo si pensamos en que más del 40 por ciento de las instalaciones educativas se encuentran dañadas; 14 de los 35 hospitales y 51 de las 72 clínicas de atención primaria de ese territorio tuvieron que cerrar y el sistema de salud se encuentra colapsado ante el número creciente de víctimas y la carencia de suministros médicos.

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La población arriesga sus vidas en medio de los ataques aéreos para comprar los pocos alimentos que aún quedan, escasean el agua potable y el combustible. Pero ni de cerca es esta la realidad más negra de esta guerra injusta contra civiles indefensos que huyen sin tener adónde ir, en medio de un tablero donde a quienes indican el mate les importa poco la humanidad, el respeto a la vida, los derechos civiles.

En poco menos de un mes de conflicto cerca de 5 mil niños palestinos han perdido la vida (AP).

He tratado de mantenerme al margen de las informaciones, de todo el dolor, la desesperación, el terror que ahora me lanzan las imágenes. A pocos metros de mí duermen tranquilamente mis hijas de 3 y 4 años y yo, madre al fin, al contemplar su reposo, no puedo dejar de pensar en los casi 5000 niños que han perdido la vida en una guerra que no era suya y en sus madres, en los más de mil que continúan desaparecidos, presumiblemente bajo los escombros, en los tantos que han visto morir a sus padres, desaparecer sus hogares, destruir sus vidas por un enfrentamiento que, desde sus inocencias, no pueden comprender, en los que hacen cola en los hospitales para escribir sus nombres en los brazos y piernas para que los identifiquen en caso de ser víctimas de próximos bombardeos.

Gaza se está convirtiendo en un cementerio de niños”: denuncia Unicef los menores muertos en la guerra entre Israel y Hamás (Flickr).

Yo tampoco podré entender la barbarie que ha provocado la destrucción de una ciudad, el derramamiento de sangre inocente, un paisaje desolador en el que sábanas blancas cubren los cadáveres en medio de la calle y la esperanza de un cese al fuego humanitario comienza a disiparse.

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No comprenderé nunca cómo el velo nocturno de un cielo con matices rojizos contenido en la imagen que pudiera pensarse hermosa, se convierta en el símbolo más elocuente de la muerte y el odio; aún menos que se apaguen las vidas de tantas personas inocentes en nombre de un conflicto que no buscaron o que el genocidio quede impune, a pesar de las condenas de más de medio mundo.

Mucho menos podría intentar explicarles a las pequeñas que reposan sin sobresaltos cerca de mí que el mundo feliz que a cada instante intentamos construirles pueda llegar a ser también, a más del 10000 kilómetros de aquí, un escenario donde el terror y la muerte les roban la infancia a quienes, como ellas, deberían jugar y aprender, y no ver cómo poco a poco se apaga su sonrisa en medio de una ciudad que otros han sumido en la oscuridad de la guerra.