Las más recientes noticias provenientes de Siria no resultan halagadoras para quienes se han conjurado en la sucia tarea de eliminar a las autoridades de Damasco.
De hecho, fuentes de las más diversas tendencias coinciden en que, en los últimos tiempos, el ejército nacional sirio ha resultado más efectivo en su empeño por rechazar a las bandas mercenarias armadas y organizadas en el exterior, en una suerte de “carrera contra el tiempo” que por ahora parece inclinar la balanza a favor del gobierno que encabeza el presidente Bashar el Assad.
Para Damasco y quienes se oponen al intervencionismo externo está claro que con posibles negociaciones con la oposición, o sin ellas, uno de los mejores “argumentos” es la eficacia de la maquinaria defensiva del país, y, de hecho, todo indica que la fórmula se viene cumpliendo.
Las recientes acciones bélicas de las fuerzas armadas sirias han determinado en las últimas semanas el retiro de los titulados “insurgentes” de áreas que proclamaban bajo su absoluto control; y ni la acentuada derivación de la actuación de esos grupos hacia planos absolutamente terroristas, ni la tendencia sionista a inmiscuir directamente a sus fuerzas contra Damasco, han marcado un retroceso en la actual dinámica militar.
Vale insistir, por añadidura, que cada día es más desembozado el apoyo logístico de los Estados Unidos y sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, a los extremistas islámicos que actúan en Siria, incluida la tenebrosa Al Qaeda. Una asistencia que suma además al Israel sionista y a los regímenes derechistas árabes.
Todo aderezado con constantes maniobras políticas encaminadas a intentar desbancar a las autoridades de Damasco, tanto dentro de organismos regionales como la Liga Árabe, como en el propio seno de las Naciones Unidas.
No obstante, lo cierto es que a pesar de que el conflicto dura ya más de dos años, se ha cobrado más de setenta mil vidas, y ha obligado a casi cuatro millones de personas a convertirse en refugiados y desplazados; se hace evidente que para la mayoría de los sirios la administración de Bashar el Assad resulta genuina, interesada en la aplicación de reformas de fondo a la sociedad y garante de la independencia y la integridad de la nación frente a las apetencias reaccionarias y la violencia terrorista.
Por demás, una comunidad internacional más avezada, luego de la aberrada debacle en Libia, no comulga con la mascarada mediática imperial que pretende vender la imagen de Siria como un “peligroso y explosivo infierno”, y, por tanto, lograr el mayor consenso posible para aplicar la carta destructiva hasta las últimas consecuencias.
Y en ese sentido, por ejemplo, el secretario norteamericano de Estado, John Kerry, reiteraba días atrás que para Washington resultaría preferible que Moscú no proporcionara asistencia militar a Siria. No importa que Occidente, Tel Aviv y las capitales derechistas árabes gasten fuertes sumas en armar a extremistas islámicos y grupos mercenarios, y que Israel haya desplegado en los últimos días blindados y artillería pesada en las alturas de Golán, territorio sirio ocupado desde 1973 y en el cual está prohibido ese tipo de movilización a partir de los acuerdos internacionales relativos a semejante despojo.
Todo, porque informes atribuidos por el diario The New York Times a “fuentes oficiales estadounidenses”, indicaban el envío por el Kremlin a las autoridades de Damasco de sistemas de misiles crucero destinados a batir blancos navales y aéreos, mientras unidades marítimas rusas vienen realizado desde hace meses un constante patrullaje en las aguas próximas a su base naval de Tartus, en el oeste de Siria.
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