Luego de su reciente presencia en los Estados Unidos para, según gustan afirmar ciertos círculos sionistas, “dictar la política norteamericana sobre Oriente Medio”, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, llega a la realización de elecciones nacionales este martes en medio de la más total zozobra.
En efecto, sondeos de última hora van confirmando una tendencia que ya se percibía desde tiempo atrás, y se trata de la carencia de popularidad de un jefe de gobierno proclive a la hostilidad, la virulencia y la guerra a cuenta de la pretendida defensa del Estado judío.
Un “programa” que no solo tiene su alto precio con relación a la desarticulada población palestina y a otras naciones en tan caldeada región, sino que además significa inseguridad, temores y no pocas angustias para los propios ciudadanos israelíes.
Por demás, lo cierto es que a pesar de muertes, destrucción y costosas erogaciones destinadas a la agresión militar y a mantener la segregación y la exclusión contra los árabes, ni la resistencia palestina ni gobiernos como el de Damasco –por solo citar dos casos- dan siquiera muestras de agotamiento al enfrentar los virulentos designios sionistas.
Tampoco parece tener movilidad favorable a los planes de la ultraderecha en Tel Aviv y de sus aliados foráneos, la honda presencia y asesoría de los servicios israelíes de subversión en los coaligados intentos terroristas y de sus padrinos hegemonistas por cambiar a su favor el mapa mesoriental y soliviantar a las autoridades de Teherán.
“Esfuerzos” que –vale recordar- incluyen el vigente respaldo de Tel Aviv a los terroristas del Estado Islámico de Iraq y el Levante, EIIL, aún cuando se les ha declarado un peligro de orden global, sin olvidar a aquellos tutores originales que dicen combatirlo únicamente para –bajo el pretexto de su eliminación- adentrarse en espacios sobre los cuales desean imponer su control.
De manera que este conjunto de factores adversos compulsó a Netanyahu a forzar la campaña de propaganda apenas a unas horas de la apertura de las urnas, con el propósito de intentar frenar al alza de su principal rival, la Unión Sionista, cuyo líder Isaac Herzog estaría entonces a cargo de la formación de una colación de gobierno en alternancia con el centrista Tzipi Livni.
Y es que, por el momento, la Unión Sionista aparece como segura ganadora de al menos 24 escaños de los 120 con que cuenta el parlamento israelí, contra 21 de los partidarios del primer ministro.
Para Netanyahu –y ese es el fuerte de sus pretendidos argumentos- tanto Herzog como Livni "se postrarían completamente ante cualquier presión para cambiar tierra por paz con los palestinos y para aceptar un acuerdo con Irán con relación a su programa nuclear.”
"Nuestra seguridad está en riesgo, porque hay un peligro real de que podamos perder esta elección", enfatizó con ademanes dramáticos el ultra conservador jefe de gobierno.
No obstante todas las maniobras políticas que restan, parecería que la inclinación mayoritaria del voto en Israel podría dar un cambio de tinte a la actual realidad, sencillamente porque mucha gente se siente cansada de un clima permanente de tensión, violencia y graves riesgos.
Y como para redundar en todo lo anterior, los frutos de la visita del “angustiado” Netanyahu a Washington ya encontraron eco en la reciente misiva pública de casi cincuenta senadores republicanos que califica las trabajosas conversaciones con Irán sobre su programa para el uso pacífico del átomo, como “una decisión unilateral de la Oficina Oval” que podría tener término inmediato cuando se produzca un cambio de gobierno en la primera potencia capitalista.
Afirmación que puso en alerta roja a la Casa Blanca como para declarar que los firmantes no pueden desconocer los resultados de un diálogo de carácter multinacional, mientras que en Teherán las autoridades persas destacaban que semejante intento de sabotaje al proceso de conversaciones es recurrente cuando la derecha belicista y pro sionista presume la cercanía de un acuerdo.
"Cada vez que alcanzamos una etapa donde el fin de las negociaciones está a la vista, el tono de la otra parte, específicamente de los estadounidenses, se vuelve más duro, áspero y severo, dijo el líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, quien subrayó además –con toda razón- que la citada carta pública es una clara señal “del deterioro de la ética política en el sistema norteamericano".
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