Cerrados los espectáculos en que devinieron las convenciones republicana, en Tampa, y demócrata, en Charlotte, la carta electoral norteamericana está lista para disputarse el gusto de los “comensales”.
Los platos fuertes, tal como se esperaba, resultaron el reeleccionista Barack Obama y su contrincante Mitt Romney, dos figuras que no tienen a estas alturas tan buen sabor para el gran público.
Obama, primer presidente de raza negra en la historia de los Estados Unidos, parecería acumular aún índices significativos de simpatía entre la más fiel membresía demócrata, aún cuando lleva sobre sus hombros la mar de promesas incumplidas desde su primera campaña electoral cuatro años atrás.
Las guerras en Iraq y Afganistán no han cesado. La crisis económica que incubó el republicano George W. Bush no deja de batir la economía y la sociedad norteamericanas, y problemas tan ingentes como el desempleo, la salud pública o el tema de los inmigrantes para nada exhiben parámetros positivos, por solo citar unos pocos ejemplos.
No obstante, algunos aducen que todavía es dable concederle a Obama el beneficio de la duda en un renovado mandato, toda vez que para los presidentes gringos los últimos cuatro años en la Oficina Oval les permitirían ciertas libertades en sus decisiones. Al fin y al cabo, ya no tendrán que contender por otra reelección.
Sin embargo, para otros es motivo de inquietud si en un nuevo lapso el actual presidente podrá romper con los perjudiciales compromisos y concesiones que debió asumir en su primer período, y que le hicieron coincidir en no pocos aspectos con políticas internas y externas de corte negativo y hasta retrógrado.
Por lo pronto, la Convención Demócrata intentó llevar al público la idea de que parte de lo ocurrido en el ámbito oficial desde 2008 a la fecha tuvo su origen en la oposición republicana a los “planes originales del presidente”, e insistió en la catadura sectaria de Mitt Romney, el aspirante republicano, calificado una y otra vez como el “candidato de los ricos y de los privilegiados.”
Habría que ver en lo adelante hasta donde resultará efectivo este mensaje, y si la gente reasume como propio el slogan de cambio que ya impulsó una vez a Barack Obama hasta la Casa Blanca.
Mientras, del lado contrario, Romney ha insistido en atacar los males económicos nacionales como derivados de la díscola gestión de su oponente, y se sigue vendiendo como el hombre llamado a enderezar el camino nacional.
Al mismo tiempo, la estrategia republicana desplegada en la convención de Tampa apuntó claramente a ofrecer una boleta partidista con “dulces para todos”.
En pocas palabras, un Mitt Romney de presunto rostro moderado, junto al aspirante a vicepresidente, Paúl Ryan, de neto corte neoconservador, de manera de “enamorar” a los votantes de ambas tendencias y no dar lugar a posibles disensiones.
Por lo demás, los analistas siguen coincidiendo en el peso fundamental que para estas elecciones norteamericanas tendrán los temas económicos internos y sus repercusiones en la existencia diaria de la ciudadanía, por lo que aquel que logre mostrarse como capaz de instrumentar respuestas coherentes y efectivas acumulará, sin dudas, la mayor ventaja.
Eso sin olvidar, como se ha dicho más de una vez, que en materia de resultados eleccionarios el panorama político norteamericano suele ser tan “estable” como el intento de caminar sobre el agua.
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