Hace 11 años la guerra con interés petrolero contra Libia causó un gran caos del cual el país no se recupera y cuando trata de hacerlo yerra, así es la actualidad de un Estado ex modelo de estabilidad.
Dividido por la lucha por el poder desde la muerte de Gadafi, el país continúa hoy moviéndose a la deriva en su mar de problemas económicos, políticos y sociales, mientras el auditorio africano no cree que se recupere con rapidez.
La trayectoria de Libia es lo que filósofos identifican como deconstrucción, la acción que incluye indicar ambigüedades, fallas, debilidades y contradicciones de una teoría determinada, con eso el objeto el objeto de análisis es desmontado o deshecho.
Así se halla el país que una vez concedió a su población posibilidades de avances socioeconómicos a partir de su vasta riqueza de petróleo y gas natural, ambas ubicadas entre las mayores reservas del continente.
El sitio digital de U.S. Energy Information Administration, afirma que Libia cuenta con una de las mayores cantidades de petróleo crudo en África y es la quinta en reservas de gas natural de la región.
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Antes de 2011, previo a la invasión de potencias de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y aliados árabes, Libia fue un importante contribuyente del suministro global del crudo con su exportación a Europa.
Para algunos estudiosos lo más grave que sufrió el país norteafricano fue su desarticulación como Estado, que lo debilitó como barrera natural de seguridad con la región del Sahel y multiplicó las facciones armadas aspirantes a líderes en medio de un evidente vacío de poder.
De 2011 hasta 2014 esas bandas, tras controlar zonas productoras del hidrocarburo, llegaron a presionar a las autoridades que debieron pagarles para desbloquear ciudades y el acceso a yacimientos del hidrocarburo.
En ese contexto se disputaron la legitimidad dos entes gubernamentales: uno asentado en Trípoli, la capital, y otro en la oriental ciudad de Tobruk, este respaldado por el mariscal Khalifa Haftar, considerado el hombre fuerte de la época postgadafi.
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Esa división estuvo y permanece sujeta a decisiones relativas a quién corresponde legítimamente gobernar los surtidores de petróleo, entretanto milicias armadas desempeñan cierto papel de tutores inmediatos.
Lo cierto es que el disparatado guión libio sobrepasa a tales facciones –el último eslabón de la cadena– por encima de esos peones están quiénes manejan realmente la gestión económica y la distribución de los beneficios de la industria petrolera, ahora fracturada.
En ese escenario ocurrieron las más recientes reyertas que enfrentaron a partidarios de Abdul Hamid al Dbeibah, del Gobierno de Unidad Nacional (GNU) con efectivos de Fathy Bashagha, ambos considerados primeros ministros.
A finales de agosto los combates causaron 32 muertos y 159 heridos, y dispararon la zozobra de la población ante un posible rebrote de la violencia y lo peor la vuelta a una guerra civil sin poder divisar hacia dónde se dirige el país, varado entre pequeños y grandes egoísmos.
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