Si la pistola situada a centímetros de la sien de Cristina Fernández de Kirchner se hubiese disparado, como previó su agresor, la historia de Argentina sería otra. El agresor falló. La pistola se engatilló. Ella salvó la vida y ahora, en su nombre, los argentinos dan al mundo una muestra de unidad sin precedentes, sin dejarles una hendija a los enemigos de esta mujer-símbolo del peronismo en el siglo XXI.
La noche del pasado jueves, cuando la actual vicepresidenta de la República, presidenta del Senado, y dos veces mandataria del país, llegaba a su domicilio situado en la esquina de Uruguay y Juncal, en el barrio bonaerense de Ricoleta, un individuo identificado como Fernando André Sabag Montiel, de 35 años, sacó una Bersa calibre 32 y disparó dos veces.
El proyectil no entró en la recámara y eso evitó que saliera el disparo.
Un testigo llamado Andrés, cercano al atentado, relató por la emisora C53 que "Cuando Cristina llegó le dije lo que significaba para mí ese momento y ella me acarició. Veo entonces un brazo con el arma arriba de mi hombro, pero no sabía si era de verdad".
André relato que "El tipo gatilló dos veces y retrocedió. Me di media vuelta y lo agarré. ¿Qué hacés?, la concha de tu madre!¨ . Sabía que tenía un arma, refirió, pero él decía que no, así que le levantamos las prendas y ahí se le cayó.
SIN RESULTADOS HASTA AHORA
Sabag Montiel, quien trabaja como chofer de taxi, llegó a Argentina con seis años de edad. Hasta ahora se mantiene en silencio.
Se pudo verificar, por la revisión de su computadora, que el agresor es un admirador del nazismo, dado el alto número de imágenes relacionadas con esa ideología basada en el odio, en sintonía con los tres tatuajes que tiene en el cuerpo.
En videos tomados en el momento del ataque se escuchan dos chasquidos en el disparador y se observa cuando la vicepresidenta se agacha (luego se conoció que ella no se percató del agresor y trató de recoger un libro caído). En medio de la confusión, este individuo trató de huir. Por su accionar, se sobreentiende que no padece trastornos mentales, pues procedió con premeditación y buscó una salida del lugar del ataque.
UNIDAD, UNIDAD Y UNIDAD
Desde hace dos semanas, una multitud de peronistas se moviliza a diario en torno a Cristina, luego de que los fiscales Daniel Luciani y Sebastián Mola pidieron a la Corte Suprema de Justicia su condena, por supuesta asociación ilícita, a 12 años de prisión, la confiscación de todos sus bienes, y la proscripción de ocupar cargos públicos de por vida.
En todos los días transcurridos hasta hoy, el edificio donde reside la vicepresidenta es rodeado de público que la despide de mañana y la recibe en horas de la noche, al regreso de cumplir sus funciones oficiales.
La defensa pública que CFK hizo mediante las redes sociales, refutando imprevistas acusaciones del cuarto juicio que se sigue en su contra – los otros tres fueron sobreseídos- movilizó a sus millones de seguidores para brindarle su apoyo ante el acoso de la justicia en manos de fiscales y jueces que responden a la derecha. Algunos –y así se demostró- son amigos del exmandatario conservador Mauricio Macri.
La represión desatada contra esa multitud por el derechista gobernador del Gran Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, fue desmedida; golpes, gases lacrimógenos, detenidos. Nadie se imaginó que en época de democracia, (o sea después del último gobierno militar finalizado en 1983), Larrea ordenaría tal brutal contención. Pero la gente siguió yendo hasta Recoleta.
Se desconoce aún –al menos públicamente- qué se esconde detrás de este intento de magnicidio. Hace pocos días, el diputado federal por la alianza derechista Juntos por el Cambio, Francisco Sánchez, había solicitado en el Congreso Nacional la pena de muerte para Cristina.
El interés de sacar a la poderosa líder peronista del juego político es la principal motivación, no solo de los conservadores argentinos. Su caso no es único. Hay un plan orquestado a nivel regional en América Latina, planeado en Estados Unidos con apoyo local, para impedir que figuras del progresismo puedan ocupar las presidencias en futuras elecciones. A Rafael Correa, por ejemplo, le le niegan incluso su retorno al país dado el nivel de influencia que posee en los círculos políticos y populares del llamado país meridiano del mundo. Tanto es el miedo a perder privilegios personales de las oligarquías nacionales, y de la Casa Blanca de robarse, como hace habitualmente, los recursos naturales de las naciones.
El atentado contra Cristina ha tenido una repercusión interna que no esperaban el o los autores intelectuales del suceso.
En la noche del jueves los peronistas de distintas tendencias se unieron en el repudio al intento de magnicidio, en tanto las grandes masas populares mostraron su músculo movilizador, unitario, y de respaldo a una de las políticas más lúcidas y valientes de la historia contemporánea.
El pasado viernes fue declarado feriado por el presidente Alberto Fernández, quien rechazó lo sucedido en Recoleta y se solidarizó con su vice. El objetivo era que el pueblo pudiera manifestar sus sentimientos a pleno pulmón.
Con una convocatoria de pocas horas, sin tiempo para organizar ni comunicarse, las multitudes acudieron en masa al centro de la capital, lo que demostró, una vez más, la capacidad de movilización del peronismo de izquierda. Ese es uno de los grandes temores del conservadurismo porteño.
La mayoría de las operaciones mediáticas, políticas, judiciales y demás buscaron, sin lograrlo, neutralizar esa herramienta de resistencia popular ya sea con la represión, con el terror, las mentiras, con la proscripción o el encarcelamiento de sus dirigentes.
Millones de personas salieron a las calles en las distintas provincias para patentizar su rechazo a las políticas de odio realzadas por el derechismo argentino y apoyar en estos momentos tan difíciles a quien, si quisiera, podría ocupar de nuevo la presidencia del país en 2024. La Plaza de Mayo, en la capital, reventó de personas, banderas y canciones.
A Buenos Aires llegaron cientos de mensajes de partidos políticos, centrales sindicales, movimientos sociales, individuales; de líderes internacionales, del Ejecutivo gubernamental, unido a la permanente vigilia en los alrededores del hogar de CFK, el Congreso Nacional –aunque con ojeriza del bloque opositor-, aprobó este sábado en sesión especial una resolución de repudio al fallido atentado.
El grupo de legisladores del partido Propuesta Republicana (PRO) fundado por Macri votó el documento y de inmediato se retiró ¨por entender que no es la calle ni el recinto el lugar para determinar los culpables de un delito¨. El PRO criticó el feriado nacional, no repudió la agresión y se negó en principio a asistir hoy a Diputados hasta que desistieron de su actitud ante el empuje mayoritario.
En opinión de algunos analistas, la oposición no quiere entender la gravedad del momento, pues si el atentado hubiese resultado exitoso, lo más probable es que Argentina estuviera en llamas y el nivel de rabia y violencia fuera imposible de detener. Seguramente, el futuro de los argentinos habría entrado en una fase de oscuridad e incertidumbre.
Lo cierto es que si el atentado fue un acto individual, o encubre un plan desestabilizador para derrotar al gobierno progresista de Alberto Fernández, cualquiera de esas dos posibilidades se asienta en la política de odio con que se comunica hoy la oposición y sus expresiones mediáticas.
La persecución judicial contra CFK y las expresiones de resentimiento –en algunas reuniones callejeras muestran guillotinas, bolsas mortuorias y carteles con la leyenda Muerte a Cristina- son empleadas con fines superiores, aun cuando este fallido magnicidio sea responsabilidad de otros actores políticos.
Otros líderes políticos de América Latina también han sido aborrecidos por las poderosas oligarquías y órdenes de matarlos han salido, según documentos desclasificados, de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Según informes, al líder revolucionario cubano Fidel Castro, ya fallecido, le hicieron más de 600 atentados fallidos; pero también en una época cercana, el ya también desaparecido presidente venezolano Hugo Chávez denunció varios intentos de asesinato. Nicolás Maduro, su sucesor, casi fue ultimado durante una parada militar en Caracas por drones armados salidos de Colombia. El 7 de julio del pasado año, un comando de colombianos mercenarios ultimó al mandatario haitiano Jovenal Moïse, en el dormitorio de su residencia en Puerto Príncipe.
Hace unos días, una caravana adelantada del presidente colombiano Gustavo Petro fue tiroteada en el Norte de Santander.
Un día antes del intento de asesinato un repartidor en bicicleta golpeó con una llave inglesa a militantes apostados en Recoleta mientras gritaba que lo hacía ¨por odio al peronismo¨.
Es decir, un hombre común y pobre, respondía a la propaganda negativa de repudio al peronismo. Los medios hegemónicos mienten de manera descarada para lograr tal objetivo. Incluso pusieron en duda la veracidad del atentado y culpan a la víctima de una armazón política.
Los próximos días pueden ser definitorios en el proceso judicial que seguirá el atacante brasileño, al que algunos medios presentan, obviando la objetividad periodística, como un misógino trastornado, un lobo solitario, o un fanático
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