Las cosas ocurrieron como ocurrieron, gústele o no a ciertos grupos o personajes, y no es permisible que el paso del tiempo sea aprovechado impunemente por determinados intereses para sentarse sobre la ignorancia, la inexperiencia, el desinterés insuflado y los controles mediáticos, y pretender desvirtuar realidades y colocarles tintes a capricho.
Y mucho de eso viene sucediendo desde hace decenios cuando se trata de abordar la derrota del régimen nazi germano el 9 de mayo de 1945, Día de la Victoria para los pueblos de la hoy extinta Unión Soviética y de su Ejército Rojo, aposentado por aquellos días sobre las ruinas de un Berlín que fue convertido en guarida de Adolfo Hitler y de los supremacistas y bárbaros absolutistas que le rodearon.
Y no se trata de medir méritos. Ninguna persona decente restaría un ápice de heroísmo a los hombres y mujeres de cualquier nacionalidad, fe, raza y creencia política que dieron sus vidas, fueron sacrificados o resultaron vencedores en la peor contienda bélica en la historia de nuestra especie.
Pero tampoco vale cerrar la boca y mirar para otra parte cuando no pocos intereses que hicieron de aquella tragedia un escenario para rejuegos de poder y sucias ganancias de toda suerte, aparecen ahora como ladinos revisores de lo acontecido y fabricantes de una imaginería que nada tiene que ver con la verdad.
Hay que decir que en el fortalecimiento de los nazis en Alemania y en su inicial agresiva expansión por Europa, tuvo mucho que ver el público intento occidental-capitalista de lanzar a Hitler contra la URSS, el odiado Primer Estado de Obreros y Campesinos de la Historia.
Así, Gran Bretaña y Francia no objetaron la presencia nazi en la titulada Guerra Civil Española al lado de las falanges fascistas, ni la invasión y anexión por Hitler de Austria y los Sudetés Checoslovacos.
Solo cuando fue evidente que el nazismo se lanzaría primero contra el oeste europeo, y cuando sus tropas avanzaron sobre París, se les declaró la guerra, que trajo episodios tan trágicos como la ocupación de Francia, los bombardeos contra Londres, el elevado riesgo de desembarco en las playas inglesas y el desastre aliado en Dunkerke.
Mientras, en Washington, la “neutralidad inamovible” era la carta predominante para un neoimperio que veía en la destrucción europea su oportunidad de colocarse a la cabeza de Occidente y, si fuese posible, de todo el orbe.
¿Qué Stalin pactó con Hiltler la no agresión? ¿Acaso debió sumarse voluntariamente a quienes deseaban la destrucción de la URSS por Alemania, o ganar tiempo para enfrentar una avalancha militar germana que finalmente se produjo en 1941? Sin dudas cada cual debe analizar, estudiar y calificar esas decisiones sin olvidar el contexto geopolítico en las que tuvieron lugar.
Pero sin dudas, y más allá de lo que hiciesen personalidades y líderes, lo que no puede soslayarse es que con la agresión a la URSS comenzó el principio del fin del nazismo.
No hubo guerra relámpago como en el oeste. Los nazis encontraron en los territorios soviéticos una resistencia encarnizada.
Moscú fue defendida y salvada a pocos kilómetros de su Plaza Roja. El bloqueo a Leningrado, hoy San Petesburgo, fue enfrentado y vencido por las masas y la tenacidad militar, y en Stalingrado decenas de miles de invasores se tuvieron que rendir en masa al Ejército Rojo, el mismo que irrumpiría en Europa del Este, liberaría decenas de naciones, obligaría a Occidente a abrir apresuradamente un manoseado Segundo Frente en Europa (entre otras cosas para evitar que los soviéticos sobrepasaran suelo alemán), aplastaría a Hitler en su bunker berlinés, y obligaría a las tropas germanas a asumir su rendición incondicional.
La URSS entregó más de 20 millones de vidas en esa contienda que sus pueblos conocieron como la Gran Guerra Patria, la cuota más alta que ninguna nación pagó en la lucha contra al nazismo, y lejos de ser doblegada, se convirtió poco después en una poderosa potencia mundial.
Sin embargo, para los detractores de ese legado, que hoy incluso quieren hacer de Rusia otro “espantajo agresivo y brutal”, la distorsión y el ocultamiento son las palabras de orden al revisar y reeditar las páginas de aquella historia, sin darse cuenta que al final la mentira siempre está condenada al fracaso, y la inteligencia y la honestidad terminan inexorablemente en el podio.
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