La peregrina idea hitleriana de anexarse territorios por la supuesta necesidad de espacio vital para el ulterior desarrollo de la raza aria germánica, doctrina que sirvió de base para convencer a soldados y civiles de la necesidad de expandirse y de aniquilar físicamente a los demás seres humanos sobre la faz de la tierra, llevó al pueblo alemán a una guerra que arrastró a decenas de millones de personas en todo el mundo.
Polonia fue el primer territorio en ser invadido, el 1 de septiembre de 1939. El ejército alemán utilizó una estrategia de guerra relámpago que utilizó, dos años más tarde, contra la Unión Soviética. Ello le permitió avanzar en la profundidad de los territorios ocupados, con una fuerza muy poderosa en armas y hombres.
La única desventaja para este ejército era que cada vez se alejaba más de su Cuartel General y de su centro de abastecimiento. Por ello, se esforzaba en llegar a los ricos yacimientos de minerales de los montes Tatras y de los Urales, al trigo de las llanuras de Ucrania y al petróleo del Mar Negro y del Cáucaso.
El ejército soviético, desprevenido, permitió el avance, en pocas semanas, de los hitlerianos hasta las mismas puertas de Moscú, de Leningrado, ciudad cosmopolita y cultural antigua capital del imperio ruso, y de Stalingrado, urbe a orillas del caudaloso e importante río Volga. Cerca de todas ellas fueron detenidos a un altísimo precio en vidas y en recursos de todo tipo.
Al inicio de la guerra a duras penas el alto mando soviético pudo desmantelar y trasladar las importantes fábricas de armamento más allá de los Urales. No había planes de contingencia y tuvieron que elaborarlos sobre la marcha. Gracias a ello la industria se pudo reponer, pudieron los diseñadores y técnicos desarrollar nuevas armas: tanques, aviones, lanzacohetes múltiples, cañones capaces de garantizar una ofensiva fulminante y un viraje sin vuelta atrás en el desenlace de la contienda.
Pero no debe uno solo mirar las victorias soviéticas después de la rendición del Mariscal de Campo Paulus en los alrededores de Stalingrado durante los días de un crudísimo invierno con temperaturas que a veces descendían hasta 25 grados bajo cero.
Antes de llegar a estas importantes ciudades soviéticas, y durante muchos meses después, los hitlerianos llevaron a cabo una guerra igual de cruel contra el pueblo judío y otras etnias. La exterminación de 11 millones de seres humanos, de ellos 6 millones de hijos del pueblo hebreo, en cámaras de gas, por fusilamiento, hambre o enfermedades contraídas en los campos de concentración y de trabajos forzados, es reconocida mundialmente como el Holocausto. Fue una idea meticulosamente pensada por los ideólogos del nazismo. No se salvaron los niños ni las mujeres embarazadas, no tuvieron piedad de los abuelos ni de los enfermos mentales. Todos fueron sistemáticamente eliminados.
Las corrientes xenófobas y racistas dan lugar a crímenes repudiables. El renacimiento de algunas ideas neofascistas en determinadas personas pueden llegar a crear grupos que cometan actos en contra del bienestar, la paz, la armonía y la tranquilidad ciudadana. Las naciones, las personas honestas de todo el mundo tienen la obligación de no permitir jamás otra guerra de este tipo, ni otro Holocausto.
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