Afirman analistas que entre los grandes fracasos de la “política exterior” norteamericana de los últimos años, Siria disputa los primeros puestos.
Y es que en esa nación que ya enfrenta siete años de guerra impuesta, se instituyó definitivamente el multilaterismo militar, que barrió con la preponderancia bélica individual de Washington vigente desde inicios de la década de los noventa del pasado siglo a cuenta de la disolución de la Unión Soviética y el proclamado “fin de la historia” que daba por eterno el absolutismo Made in USA.
Quienes así piensan -y a ese criterio se suma el autor de estas líneas- concluyen que, en efecto, en territorio sirio se puso fin al proceso de fragmentación sistemática de los espacios centroasiático y mesoriental orquestado por los círculos estadounidenses de poder bajo el pretexto de vengar los sospechosos y controvertidos atentados extremistas contra las Torres Gemelas y el Pentágono en septiembre de 2001.
En consecuencia, después del descalabro insuflado en Libia, la maquinaria destructiva que integran Washington, sus aliados occidentales, el sionismo israelí, las satrapías árabes, y sus instrumentos, los grupos terroristas de pretendido corte islámico, ha perdido fuerza y velocidad, y hoy se desgasta en colocar obstáculos para intentar frenar la contundente victoria de un Damasco inamovible apoyado por Rusia, Irán y el Hizbolá libanés.
En poca palabras, que aquellos contra los que la reacción global dirigió sus golpes mortales, han salido vencedores y fortalecidos de la contienda, revirtiendo los planes de los agresores.
Rusia, por ejemplo, ha sido puntal diplomático (junto a China) en el aborto de cada maniobra gestada contra Siria en el exclusivista Consejo de Seguridad de la ONU, mientras que el campo militar, sus misiles, aviones de combate, instructores y suministros de técnica militar a Damasco, contribuyeron a borrar del país la presencia del terrorista Estado Islámico, la “carta de triunfo” imperial en el conflicto.
A esa actuación rusa se suman las fuerzas iraníes enroladas en la lucha junto a los guerrilleros libaneses de Hizbolá, que con su desempeño han elevado el prestigio internacional de Teherán y de aquel grupo armado procedente del llamado “país de los cedros.”
Desde luego, la tarea no ha concluido. Sobre Siria planean aún los buitres de miras absolutistas que ocupan ilegalmente porciones del territorio nacional, como es el caso de la titulada coalición internacional liderada por los Estados Unidos, las tropas turcas que tratan de impedir la creación por Washington de unidades armadas kurdas que operen en suelo sirio, las periódicas embestidas sionistas, y la presencia de remanentes terroristas de Al Nusra, la versión siria de Al Qaeda, disfrazada de “rebeldes moderados.”
Y para hacer valer los derechos de Siria, el Kremlin, a través de su cancillería, confirmó hace apenas unas horas que sus fuerzas seguirán apoyando a Damasco, ahora contra los valladares que pretenden erigir todas las fuerzas ajenas involucradas en los planes de seguir perturbando la seguridad y la integridad de la nación agredida.
Las acciones futuras estarán, entonces, encaminadas a desalojar a los grupos terroristas de Al Nusra de las regiones de Idlib y Guta Oriental, relativamente cercanas a Damasco, frenar las maniobras norteamericanas destinadas a estimular el fraccionamiento territorial a través de los grupos oportunistas kurdos, hacer que Ankara respete las fronteras sirias, y devolver de forma contundente los golpes sionistas.
Y justo contra la agresividad del régimen de Tel Aviv, ese prepotente adversario que desde 1967 ocupa ilegalmente las Alturas de Golán, han estado dirigidos los recientes desplazamientos del potente nuevo armamento antiaéreo sirio, que hace apenas unos días destruyó un avión sionista de combate F-16I, de factura norteamericana, cuando pretendía internarse impunemente en el espacio nacional.
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