Kiev se quedó sin “balita”

El monstruo mediático es realmente poderoso, tanto, que puede intentar -y no sin éxito- presentar lo obsceno como glorioso o lo bello como pútrido.

Y algo de eso ya se ejecuta con relación a la decisión rusa, ya en curso, de cortar sus suministros de gas a Ucrania luego que el recién estrenado régimen de Piort Poroshenko y su ultraderechista primer ministro Arseni Yatseniuk, han hecho lo posible por perturbar un arreglo sobre el tema, justo a instancias de sus promotores externos.

No debe olvidarse en este entramado, que de los bolsillos del acaudalado Poroshenko salió buena parte del dinero que pagó las manifestaciones derechistas que derrocaron al gobierno del presidente Víctor Yanukóvich, y que Yatseniuk ha sido uno de los principales promotores de la acendrada hostilidad contra el Kremlin y de la campaña militar genocida contra los ciudadanos ucranianos de origen ruso en el Este del país.

Pero con todo, cuando se repasan las “objetivas” informaciones de Occidente sobre el asunto del gas, Ucrania aparece como la infeliz víctima de una Rusia monopolista y prepotente que actúa animada por el deseo de someter nuevamente a sus fueros a la que constituyó decenios atrás una de las ex repúblicas soviéticas del oeste.

Y por encima de  las sacrosantas consideraciones comerciales que integran los pilares de la no menos sagrada “economía de mercado”, se intenta arremeter contra la lógica decisión de Moscú de no enviar gas a quien no lo paga debidamente, y que en este instante tiene una factura pendiente que se acerca a los tres mil 400 millones de euros, equivalente a cuatro mil 458 millones de dólares.

Uno de los subterfugios propagandísticos, ampliamente explotado por Kiev, es que Moscú debe cobrar el gas según el precio especial que llegó a otorgar al derrocado gobierno de Víctor Yanukóvich durante los últimos meses de su ejercicio al frente de la nación, y que pretendía aliviar un tanto la difícil situación financiera ucraniana.

Es decir, que se intenta sacar provecho, de forma desembozada, de un soberano acto de solidaridad de Rusia, aún cuando el gobierno actual responde a los intereses hegemonistas y agresivos de Washington y sus restantes aliados de Occidente, a la vez que comete execrables actos de xenofobia en las regiones donde viven ciudadanos ucranianos de origen ruso, incluso con el uso de armas prohibidas como los obuses de fósforo vivo.

Sin embargo, el conflicto por la deuda ucraniana con Rusia en materia energética tiene otros coletazos, y precisamente nada agradables para una parte de aquellos que han puesto las manos en el fuego en apoyo a los ultraconservadores y neonazis de Ucrania.  

Se trata de que casi treinta por ciento del gas que consume la Unión Europea llega desde territorio ruso a través de Ucrania.

Y aunque las actuales autoridades de Kiev – abiertamente proclives a Occidente y a la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte- han dicho que no interferirán los envíos de gas ruso al oeste, ya hay antecedentes del robo de esos suministros para consumo interno como consecuencia de anteriores tensiones energéticas con el Kremlin.

En consecuencia, el desacuerdo bilateral ruso-ucraniano, aupado por Kiev y sus mentores imperiales, podría dar un rudo golpe a los ávidos consumidores del Oeste europeo, que –dicho sea de paso- desde hace tiempo asumen sin  rubor el triste papel de perros falderos de los Estados Unidos sin siquiera considerar las posibles derivaciones de semejante obsecuencia.

En cuanto a Rusia, no se puede pasar por alto que si bien las ventas de gas a Ucrania y Europa Occidental constituyen una fuerte entrada financiera, ya existen acuerdos multimillonarios con China para remitirle todo el gas y el petróleo que requiere la acelerada economía del gigante asiático, al tiempo que se concretan protocolos similares con otras naciones del oriente.