La experiencia histórica no admite equívocos: si Washington y sus aliados -llámense otanistas, sionistas o alabarderos regionales- considerasen un peligro la ofensiva terrorista en Iraq, hace un buen rato que ya hubiesen desembarcado las tropas interventoras y los yihadistas se hubiesen quedado en la miseria.
Las justificaciones, pretextos y argumentaciones siempre hubiesen aparecido, aún con su neto sabor a doblez e hipocresía.
De manera que si la Casa Blanca apenas se ha limitado a enviar a Bagdad tres centenas de asesores militares y varios drones para vigilarles ante cualquier contingencia, es porque, simplemente, no le interesa mucho que Irak se mantenga como una unidad nacional, ni que llegue un día a incomodar demasiado en una región estratégica para los intereses hegemonistas.
En consecuencia, bienvenido sea si los yihadistas del titulado Estado Islámico de Irak y el Levante, EIIL, han proclamado un titulado califato sobre espacios soberanos de ese país y Siria, mientras los kurdos son incitados por Israel a crear un Estado soberano en el Norte iraquí.
Al fin y al cabo, en los planes del Pentágono para Irak durante los largos años de ocupación militar estadounidense, estuvo siempre el desmembramiento nacional atizando las rivalidades tribales y religiosas, de manera que nunca más kurdos, chiitas y sunitas se pudiesen concertar, en una maniobra de división que facilitaría el control externo sobre cada uno de ellos y sumaría seguridad para el régimen de Tel Aviv.
Y no es hablar por hablar. El maridaje de los Estados Unidos y sus ya mencionados socios con agrupaciones terroristas islámicas, incluida Al Qaeda, es un hecho de profundas trazas públicas (recordar Afganistán, Libia y Siria), más allá de que alguna que otra vez, como en el caso de Osama bin Laden, una oveja negra haya decidido arremeter contra el “pastor” a cuenta de intentar hacer valer sus propios intereses sectoriales y confesionales, y su satanización y degüello se tornase un imperativo.
Por lo demás, Al Qaeda, Al Nusra, EIIL, y otra larga lista de grupos extremistas, son nómina fija de Occidente, Tel Aviv y las satrapías árabes, como instrumentos de un plan maestro destinado a instaurar el hegemonismo global Made in USA y a ir cercando a Rusia y China desde todas las direcciones posibles.
Y en esta puja llegan a darse sonados contrasentidos, como el hecho de tener que escuchar al primer ministro sionista, Benjamín Netanyahu, reclamar públicamente el “derecho de los kurdos de Irak a una nación independiente”, cuando hace mucho más de medio siglo que Israel fue creado mediante el despedazamiento de Palestina y la diáspora de su pueblo, etnocidio que se mantiene hasta hoy a viva fuerza.
De ahí que ante el nuevo conflicto generado en Irak como parte de este empeño de dominación internacional, los más cercanos perjudicados no permanezcan en silencio ni inactivos a la espera del mazazo.
Irán, uno de los países bajo la mira de Washington, ha dicho que no será indiferente al intento de utilizar a los extremistas islámicos para desarticular a Irak, al tiempo que asiste a Siria en su combate contra la agresión yihadista y Occidental.
Y por añadidura, en reciente visita a Damasco, el viceministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Riabkov, “afirmó que su país no se quedaría con los brazos cruzados" frente a la ofensiva de los terrorista en Irak, e insistió en que la situación en ese país y en la vecina Siria pasa por un verdadero diálogo nacional.
Mientras, y para dar fe de lo dicho en la capital siria por el representante del Kremlin, llegaban a Bagdad las primeras aeronaves rusas de combate Sukhoy-25, destinadas a reforzar la aviación militar de Iraq, y a “apoyar la contraofensiva destinada a frenar el avance de los insurgentes yihadistas, quienes se apoderaron de amplios sectores de ese país amenazando su integridad”, según apuntaban textualmente los medios de prensa.
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