Desde el 7 de octubre pasado la guerra anida en el Levante, cuando el palestino Movimiento de la Resistencia Islámica (Hamas) hizo añicos el cordón de seguridad de Israel y lo golpeó militarmente.
La Tormenta de Al Aqsa destacó por la operatividad de las milicias al causar 1 200 muertos y capturar a más de un centenar de rehenes en suelo hebreo, pero la reacción de Tel Aviv resultó monstruosa al multiplicar por 20 el número de bajas árabes.
La agresión israelí ha causado más de 27 500 occisos y para sectores políticos tradicionalmente condescendientes con Tel Aviv, el gobierno sionista actúa de una manera irreflexiva contra los palestinos y perdió la línea con ese castigo.
Transcurrieron cuatro meses durante los cuales el ejército sionista puso en práctica la masacre sistemática de la población en la Franja de Gaza, sin tampoco frenar su propensión genocida en Cisjordania y Jerusalén oriental.
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Para el primer ministro; Benjamín Netanyahu, bombardear hospitales, escuelas y centros de desplazados, así como asesinar a trabajadores humanitarios es parte de su agenda política, de ahí su decisión de proseguir hasta el fin.
Eso significa continuar el genocidio que ya causó además unos 67 000 heridos y convirtió en escombros cerca de la mitad de las densamente habitadas ciudades de Gaza y Khan Younis, en el norte y el sur de la Franja, respectivamente.
La respuesta israelí al ataque de Hamas adopta un carácter extraterritorial al emprenderla también contra El Líbano, reforzar sus ataques a territorio de Siria y contra la milicia hutí en Yemen, la cual se solidarizó militarmente con la población gazatì.
En conflicto podría enrumbarse hacia una solución humanitaria una puerta que dejó abierta la acusación a Israel por crímenes de guerra presentada por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), órgano judicial Naciones Unidas.
No obstante, la contienda entraña una tendencia a desbordar el dique con la injerencia de Estados Unidos y su pretendido papel policial en la región, petrolera por excelencia.
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Washington refiere garantizar la seguridad de la navegación en el estratégico Mar Rojo para lo cual ataca embarcaciones de los hutíes a fin de asegurar la vitalidad combativa del ejército de Tel Aviv mientras este asesina palestinos.
Fuentes académicas reiteran que con esa intervención como contrincante en el conflicto àrabe-israelì la administración Biden espera reposicionarse en la región, gran surtidora del oro negro y vía de tráfico del 30 por ciento del comercio hacia occidente.
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