viernes, 3 de mayo de 2024

Hocico XL

El espionaje norteamericano resulta fuera de toda medida; es talla extra...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 02/11/2013
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Espionaje electrónico-Estados Unidos
Estados Unidos espió más de sesenta millones de llamadas telefónicas en España..

El escándalo se ha tornado mayúsculo y global. Las autoridades norteamericanas, en especial la Agencia de Seguridad Nacional, están en la picota, y todas las explicaciones, maniobras y omisiones no hacen más que seguir degradando la imagen de Washington dentro y fuera de la primera potencia capitalista.

Una cosa es evidente: a la hora de la verdad los círculos norteamericanos de poder no creen en barreras ni en socios, de ahí que saber y controlar toda información, ni excluye a los ciudadanos del “país elegido”, ni mucho menos toma en consideración a pretendidos aliados por muy incondicionales que se muestren.

De manera que el diluvio no cesa sobre la Casa Blanca luego de conocerse las sucesivas denuncias sobre la recopilación subrepticia de información en los hogares y entidades norteamericanos, y en viviendas, centros económicos y casas de gobierno de foráneos, incluidos no pocos “amigos” carnales.

El primer gran golpetazo surgió cuando se supo de las actividades de rastreo de llamadas telefónicas y del tráfico en Internet de millones de estadounidenses a partir del titulado Programa PRISM, por el cual los cuerpos de espionaje pueden demandar de compañías y firmas de comunicaciones e informáticas el acceso pleno a sus líneas y servidores a cuenta de la “lucha contra el terrorismo”.

Según medios de prensa de los propios Estados Unidos, ese dictado vio la luz a finales del gobierno de George W. Bush, pero “su linaje se remonta a las frenéticas secuelas de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

“Anteriormente, dicen las propias fuentes, cuando el gobierno federal quería leer los correos electrónicos en Yahoo o Microsoft, se requería la aprobación de un juez. Después de los ataques, Bush autorizó en secreto a la Agencia Nacional de Seguridad para que obviara esa aprobación y pudiera leer cuentas de correo electrónico en tiempo real.”

Aunque algunas compañías aludidas han intentado zafar responsabilidades, lo cierto es que, a partir de sucesivos artículos sobre el tema aparecidos en The Washington Post y The Guardian, “PRISM puede obtener una gran cantidad de datos y rápidamente.” Por si fuera poco, un documento de la propia Agencia de Seguridad Nacional precisó que PRISM era el programa de espionaje "más utilizado" por esa fisgona entidad.

Y como todo marchó sobre ruedas desde los primeros instantes, el “entusiasmo” desbordó las fronteras con la fuerza de un tsunami, y muy pronto los datos, confidencias y planes de millones de personas alrededor del mundo, entre ellos no menos de treinta y cinco estadistas extranjeros  (muchos de ellos fervientes aliados de los Estados Unidos) fueron convertidos también en codiciada información.

Teléfonos celulares como el de la presidenta brasileña Dilma Roussef, o el de la canciller alemana, Angela Merkel, eran habitualmente intervenidos, junto a las comunicaciones de ministerios, empresas, institutos y hogares particulares de los cuatro puntos cardinales.

Como se recordará, la indignación de la mandataria de Brasil frente a semejante acto de intromisión llenó buena parte de su discurso en la apertura del reciente 68 período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, y ha motivado que el gigante sudamericano, en unión con otras naciones, trabaje hoy en un programa de defensa de las comunicaciones digitales y el tráfico de Internet.

Mientras, en el caso de la Merkel, que junto a otros dirigentes de Europa Occidental ha exhortado a Estados Unidos a la reconstrucción de la “confianza mutua” como se supone exista entre viejos aliados otanistas, el rastreo de sus comunicaciones data de cuando apenas empezaba su carrera política y estuvo vigente hasta pocas semanas antes de que Barack Obama visitara a Berlín el pasado  junio.

Otras capitales europeas no han vacilado en expresar sus quejas a Washington por estas actividades, incluido el gobierno derechista español, que informó que Estados Unidos espió más de sesenta millones de llamadas telefónicas en la nación ibérica entre el 10 de diciembre de 2012 y el 8 de enero de 2013.

En medio del escándalo, no pocos centran la discusión en la culpabilidad de Barack Obama o en su falta de control sobre los organismos de espionaje, considerados no pocas veces como un “gobierno colateral” a partir de su propia indiscreta actividad, sin dudas una trascendente fuente de poder e influencia.

Pero más allá de las cabezas de turco, lo evidente es que en la histórica búsqueda de la supremacía global que ciertos poderosos sectores estadounidenses casi estiman como “legado del cielo”, bien poco valen escrúpulos y consideraciones.

De manera que satélites espías, rastreos, teléfonos intervenidos y conexiones a Internet violadas, no son solo formas Made in USA de llegar al “enemigo”, sino también de saber hasta el color de la ropa interior de aquellos que incluso han bailado y bailan al son de la música imperial.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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