Cuántos en el planeta no vieron con entusiasmo el reciente triunfo electoral en Grecia de la agrupación popular Syriza, y el ascenso al control del gobierno nacional de su líder, el carismático y enérgico Alexis Tsipras.
El joven estadista acaparó la preferencia pública agitando un programa de acción en el que se anunciaba la ruptura con los centros financieros capitalistas que han drenado las arcas helénicas, comprometiendo seriamente la independencia de acción del país a cuenta de los leoninos compromisos adquiridos con sus poderosos acreedores internacionales.
Por demás, atacó los forzosos programas de recorte de los gastos públicos demandados a la nación, y que se han trocado en un elevado desempleo, la reducción de los planes de seguridad social, la baja de las pensiones y salarios, y la extensión de los márgenes de pobreza entre la población local.
En pocas palabras, el electorado griego dio su confianza a quienes ofrecieron poner coto a los nocivos efectos de una crisis que desde 2008, con cuna en los Estados Unidos, azota con vientos inclementes a los socios europeos de la primera potencia imperial.
Y de alguna forma, el equipo que encabeza Tsipras abrió sus primeros días de trabajo estipulando varias medidas encaminadas a intentar paliar los más acuciantes dramas de la ciudadanía, solo que, con todo, los nudos que rodean el cuello de la nación son tan fuertes como para ralentizar cualquier iniciativa.
Y es lo que viene sucediendo luego de que Alexis Tsipras se reuniese en Berlín con la canciller alemana Angela Melker en un intento por lograr fondos adicionales que permitan a Grecia seguir funcionado como Estado.
De más está decir que el gobierno germano, consciente de su papel rector en Europa a partir de su poder económico, ha insistido una y otra vez en no conceder ni un centavo de apoyo a sus pares regionales en desgracia, si no es a cuenta de que éstos se sometan a los dictados neoliberales que impulsan los socios decisorios dentro de la Unión Europea y los rapaces órganos financieros occidentales.
Decretos que, precisamente, al demandar una irracional austeridad, son la caldera en la bullen las más brutales consecuencias sociales, las mismas que en Grecia la gente percibió podrían ser conjuradas con el triunfo del movimiento Syiriza.
Hay que decir que desde sus primera horas de ejercicio oficial, Tsipras emprendió activas negociaciones destinadas a la aceptación por los acreedores de los postulados de su gobierno, e incluso en el caso de Alemania, llegó a exigirle a Berlín el pago de reparaciones pendientes por los daños de la ocupación nazi de Grecia en los días de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, los heredados serios apuros económicos de aquel país mediterráneo y el hecho de que podía convertirse en totalmente insolvente en los primeros días de este abril, debieron empujar al nuevo gobierno a asumir un tono más conciliador.
Según refiere editorialmente el rotativo mexicano La Jornada, en el reciente encuentro con la Merkel debió comprometerse Tsipras a acometer “amplias reformas estructurales” para poder recibir las nuevas partidas financieras que le urgen a Atenas, mientras que la canciller germana –siempre según la misma fuente- “no cedió un ápice en las exigencias alemanas y europeas de que Grecia continúe por el camino de los planes de choque de corte neoliberal que han devastado la economía del país y sumido a la población en una circunstancia económica angustiosa y aun desesperada.”
Y si bien algunos analistas consideran que el gobierno del movimiento Syiriza debió adoptar semejante táctica como una forma de salvar el gran bache que tenía a las puertas y ganar algún tiempo a su favor, lo cierto es que queda claro que no será fácil para los promotores de un cambio el poder actuar con celeridad cuando los nudos son tan estrechos.
En esas circunstancias, no pocos se preguntan si tan amargo trago no podría repetirse, por ejemplo en España, si las nuevas agrupaciones Podemos o Ciudadanos accedieran al gobierno.
Y es que el entreguismo y los látigos financieros aplicados en Europa parecen haber reducido el margen de posibles acciones redentoras, al menos de inmediata ejecución, aunque también es cierto que la total caída de un país en la suspensión de pagos por falta de liquidez, resultaría catastrófico para la actual precaria estabilidad de sus empedernidos, cejudos y exigentes acreedores.
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