La debacle que desde 2008 llegó a los centros neurálgicos del capitalismo europeo desde el socio mayor norteamericano, y que aún reparte coletazos a diestra y siniestra, tiene más un rostro.
El primero, la recesión económica y sus graves consecuencias sociales en un área que siempre restregó al resto del orbe su presunto “estado de bienestar general”.
El segundo, aquel referido a poner a la luz, sin ambages ni afeites, lo endeble y oportunista del entramado “unitario europeo” y la ineficacia de sus “líderes” para sacarle el hocico del fango.
En consecuencia, y como corresponde a “hombres de negocios”, los remedios en la Eurozona han sido tan “clásicos” como los impuestos al Tercer Mundo: los afectados deben apretarse el cinto hasta la asfixia.
Y entre los primeros faltos de aire ha estado Grecia, que ha debido, de mano de sus mandos de derecha, colocar a su gente al borde del desastre personal y familiar para que el insuficiente apoyo externo medianamente fluya a unas arcas literalmente vacías.
En consecuencia, lograr apoyo de entidades como la propia Unión Europea, UE, y el Fondo Monetario Internacional, FMI, (unos 240 mil millones de euros en préstamos desde 2010 a la fecha), se ha traducido en recortes que han provocado una tasa de 25 por ciento de desempleo, cuatro millones de personas (un cuarto de la población) empujadas a la pobreza, y una deuda externa que equivale a 175 por ciento del Producto Interno Bruto griego, entre otros garrotazos sobre el ciudadano común.
Un contexto que, siempre apuntalado por la sumisa derecha local, ha desembocado en el más absoluto y lógico desgaste de esas fuerzas, comprometidas a fondo con los mecanismos externos de presión y de exigencias intolerables.
Y ahí reside precisamente el pivote para el cambio que a partir de este domingo 25 de enero deberá producirse en el escenario político helénico con el rotundo triunfo electoral del partido de izquierda Siryza, y de su líder, el carismático Alexis Tsipras, que incluso podría agenciarse la mayoría parlamentaria, según las cifras de sufragios favorables manejadas hasta el instante en que se redactaban estas líneas.
Y justo a partir de esas informaciones, el hasta hoy primer ministro Antonis Samaras, líder del partido conservador Nueva Democracia, debió admitir el triunfo de su principal oponente en un breve comunicado televisivo, y le felicitó por la exitosa jornada comicial.
Tsipras, de 40 años de edad, se perfila así, afirman fuentes de prensa, como “el primer gobernante de la zona euro que se opondría abiertamente a las condiciones del rescate de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.”
De hecho, entre sus planes económicos está la elevación inmediata del salario básico griego, de 580 a 751 euros, y una reducción sustancial de la abultada deuda exterior nacional en términos que no lesionen las condiciones de vida y trabajo de los ciudadanos.
Demandas que, aseguran entendidos, podrían incluso acrecentar la ya esbozada intención de algunas fuerzas externas de cuestionar la presencia de una Grecia de izquierda de las filas de la llamada Eurozona, a tenor con su “mal ejemplo” para el resto área.
Amenaza, dicho sea de paso, que no dudó en hacer pública un alto cargo alemán, el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, quien dijo esperar que, a pesar de contar con un nuevo gobierno, Grecia no se desvíe de los programas económicos hoy en vigencia ni “ponga en dudas las expectativas que en ese terreno ya se han logrado”. Atenas no debe olvidar que aún requiere de nuevos créditos, enfatizó en tono de advertencia el funcionario germano.
No obstante lo que acontezca en lo inmediato, lo cierto es que la victoria del partido Siryza resulta un impulso para otras fuerzas políticas de nuevo tipo surgidas en Europa occidental como alternativas ante la crisis generalizada y la complicidad de los gobiernos en ejercicio con las prácticas de austeridad que, provenientes de los organismos crediticios regionales e internacionales, privilegian la generalización de la miseria social como esencia para enfrentar las abultadas facturas que extienden los usureros globales, los mismos que exportaron al Viejo Continente la pandemia de la bancarrota con la complicidad explícita de sus socios internos.
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