Dijo el actual jefe del gobierno español, el derechista Mariano Rajoy, que la abdicación de rey Juan Carlos, anunciada hace apenas unas horas por el propio monarca, “no podía ocurrir en un mejor momento”.
Se refería el político, a todas luces, al hecho de que tal vez el proceso de la “renovación monárquica” podría influir en una reducción de las tensiones internas que vive la sociedad española, derivadas de la crisis económica surgida en los Estados Unidos en 2008, y que todavía golpea a Europa casi con la misma fuerza de sus primeros días.
En pocas palabras, que el cambio de reinado y la entrega de la corona al actual Príncipe Felipe, con toda la escenografía que ello conlleva, quizás lograría —según ciertos criterios oficiales— calmar un tanto los exaltados ánimos de los que ahora mismo protagonizan marchas y huelgas a lo largo y ancho de la geografía española, y de algunas regiones del país que hablan con renovada insistencia de autonomía y hasta de independencia.
Y es que seguramente para Rajoy sería muy bueno reeditar la visión inicial que sembró Juan Carlos cuando en 1975 asumió la jefatura interina del Estado tras la muerte del dictador Francisco Franco, “El Generalísimo”, y que se tradujo en una esperada reforma política nacional que instauró una monarquía constitucional que, luego de casi cuarenta años de existencia, parece hundirse bajo el peso de la hecatombe económica y sus dolorosas consecuencias sociales.
Desempeño que en la arena internacional intentó, entre otras cosas, relanzar los vínculos de la “madre patria” con las naciones latinoamericanas y caribeñas a través de las periódicas Cumbres Iberoamericanas, y hacer de Madrid el restituido puente entre el Nuevo Mundo y la rancia Europa
Reuniones en una de las cuales, por cierto, el fantasma mandón de las casas reales saltó abruptamente a la palestra cuando Juan Carlos intentó silenciar al desaparecido presidente venezolano Hugo Chávez, quien tuvo a bien recordar al rey que los tiempos de la colonia habían llegado a su fin casi dos siglos atrás.
Según la alocución en la cual se anunció el cese de sus funciones, Juan Carlos indicó la necesidad de entregar el mando a una “nueva generación”, personificada en el príncipe heredero, una figura al que los medios de prensa empiezan a proyectar como un hombre comedido, formado para sus deberes monárquicos, parco en declaraciones y juicios públicos, y a la vez imbuido de percepciones y decisiones personales un tanto alejadas de las estrictas normas reales, como es el caso de su matrimonio con una periodista ajena a los salones palaciegos.
Lo cierto es que, si bien la noticia de la abdicación del monarca no ha abandonado los principales espacios en la gran prensa española, y los partidos políticos estudian el tema de la sucesión, en las calles de España los sentimientos encontrados y la suma de desencantos empiezan a hacerse sentir.
Para muchos españoles que se expresan mediante diversos medios sociales, ya es hora de que se haga un referendo para poner fin a una institución tan obsoleta como la monarquía, de manera que se instaure “la Tercera República que ponga fin a un régimen dinástico y antidemocrático”.
Esta demanda se apoya además en la angustia ante una situación económica interna que, según fuentes nacionales, se refleja en la existencia de “cinco millones 800 mil personas sin trabajo, un desempleo juvenil de 60 por ciento, y la pérdida por un millón 500 mil familias de todas las ayudas del Estado”, entre otras calamidades.
Mientras, en los salones reales, se sucedían casos de abierta corrupción, nepotismo, abuso de poder y desfalco al erario público, aún en investigación por la justicia, y en los que ya están imputados la infanta Cristina de Borbón —la segunda hija del rey— su esposo, Iñaki Urdangarin, signado como cabecilla, y el socio de este, Diego Torres.
Por demás, causaron un severo revuelo las noticias de las cacerías de elefantes (una especie amenazada de extinción) del rey Juan Carlos en las selvas de Botswana en instantes en que España enfrentaba el riesgo de un rescate financiero y el desempleo rondaba los seis millones de parados, así como sus “amoríos” con la princesa danesa-alemana Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, a quien la prensa europea definió como su “amante oficial” y a la cual incorporó a su desafortunado safari africano.
De manera que está entonces por verse que sucederá luego de la abdicación de Juan Carlos, que bien podría ser el último de los Borbones en la historia palaciega española, a pesar del esfuerzo de ciertos sectores políticos por dejar las cosas como están en materia de institucionalidad gubernamental.
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