Si en Washington y las capitales occidentales de Europa se llegan a imaginar los derroteros que asumiría su injerencia en Ucrania, tal vez no hubiesen movido un dedo para alterar de cuajo el cuadro nacional en ese país intermedio entre Rusia y el oeste del Viejo Continente.
Lo primero es que, de alguna forma, apretar las tuercas sobre las fronteras del gigante euroasiático —sueño esencial de los hegemonistas— se convirtió en el último empujón sobre un resorte que no admitió más presión y saltó de forma imprevista entre las manos de los intrusos.
En consecuencia, Moscú lanzó sus cartas sobre la mesa y comenzó a dirigir el juego con una celeridad, inteligencia y fuerza tal, que en buena medida le ha devuelto ante el mundo la imagen de potencia internacional que pareció diluirse con la bochornosa desaparición de la Unión Soviética a fines en los años noventa del siglo anterior.
Washington y sus aliados comprobaron de primera mano algo que les venía alarmando: la Rusia de hoy no es la caótica república en manos del alcoholizado Boris Yeltsin, ni Occidente, carcomido por la crisis económica y vestido de perenne agresor, tiene toda la fuerza que quisiera como para ponerle la cadena al oso Misha.
En pocas palabras, que con el antecedente de la reincorporación de Crimea y Sebastopol al territorio de la madre patria, y un apoyo burdo del hegemonismo global a lo más reaccionario de la sociedad ucraniana, el amplio territorio colindante con Rusia se va transformando en un hervidero donde la diáspora comienza a esbozarse como la palabra de orden.
Los informes de prensa no pueden ser más claros. En Kiev y el oeste de Ucrania predominan la fuerza y la violencia de grupos de ultraderecha y neonazis que claman abiertamente por la expulsión y el exterminio de lruso parlantes y otros grupos étnicos radicados en el país.
Fuerzas de choque al estilo de la Alemania hitleriana, dirigidas por partidos xenófobos y ultranacionalistas como Svoboda y Pravy Sector, no se ocultan para esgrimir los signos y colores del nazismo y exaltar la figura de Stepan Bandera, jefe del titulado Ejército Insurgente Ucraniano, “la agrupación armada que —recuerdan analistas— durante la Segunda Guerra Mundial colaboró con los agresores alemanes en el extermino de polacos, comunistas y judíos”.
Entidades, que, por añadidura, ocupan varios ministerios y cargos trascendentes en el díscolo gobierno que surgió luego del derrocamiento de Víctor Yanukovich en febrero último.
Frente a este peligro cierto de convertirse en perseguidos en su propio hogar, e incentivados sin dudas por los episodios de Crimea y Sebastopol, los pobladores de buena parte de Ucrania Oriental comienzan a exigir de forma airada su autonomía y el derecho de elegir su posible pertenencia a Rusia.
Las más recientes noticias indican que en espacios geográficos como Járkov, Donetsk y la región de Odessa miles de ruso parlantes han ocupado edificios públicos, proclamado su desconocimiento del gobierno derechista de Kiev y demandado la realización de plebiscitos donde se definan sus territorios como áreas independientes con un estrecho vínculo con el Kremlin.
De manera que la conjunción de las presiones populares al interior de Ucrania, la firmeza y serenidad de Moscú, y la total chapucería política occidental en el caso ucraniano, han creado un panorama que está obligando a Washington y a sus aliados a consideraciones diferentes sobre el peliagudo asunto.
De hecho, parece que entre los promotores del caos va prevaleciendo la idea de que es hora de sentarse a la mesa y tratar de evitar pérdidas mayores. Así pues, en esa cuerda el Kremlin y la Casa Blanca han iniciado negociaciones encaminadas a examinar la propuesta rusa de establecer en Ucrania una república federada, donde cada región posea amplias facultades “en el ámbito económico, financiero, cultural, lingüístico, educativo y de relaciones económicas y culturales exteriores con los países vecinos.”
Una salida medianamente “honrosa” que Moscú ha puesto sobre el tapete a los que promovieron el guirigay ucraniano, y que, desde luego, los derechistas de Kiev rechazan porque implicaría —en su torcido juicio— “avanzar en el camino de la desintegración nacional.”
Habrá que ver entonces qué opinan finalmente los centros hegemónicos de poder, los mismos que vinieron por toda la presa y hasta hoy apenas pueden rumiar unos pocos huesos.
El barullo ucraniano
La situación interna ucraniana se agrava por instantes, y la propuesta federalista de Moscú parecería el camino adecuado para zanjarla...
2 comentarios
354 votos
senelio ceballos
12/4/14 4:03
Saludos Felipe!!..Lo invito a entrar a mi webpagina..alli le puedo explicar..QUE ERA EL IMPERIO RUSO? FElicidades..Hoy se festeja en todo el mundo..DIA DE LA COSMONAUTICA..DIA DE GARARIN...GARARIN Y Koroliov...ERAN GUAJIRITOS DE ALDEAS RUSAS,,,Conoces eso felipe? Guajiritos de familias rusas del campo..Leerse mis memorias...Donde explico.. que Koroliev..fue un cientifico-revelde-revolucionario...no TONTO FANATISTA DE LA REVOLUCION!!!
Filipe Martins desde FB
9/4/14 11:35
poner fin al imperialismo ruso
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