Hace pocos días el presidente ruso, Vladímir Putin, en conversaciones con el jefe del régimen ucraniano, Piort Poroshenko, y líderes de Europa Occidental, subrayaba la necesidad de extender el cese del fuego en Ucrania y de establecer las premisas diplomáticas para un ambiente de negociación.
Y mientras daba crédito público a tales sugerencias oficiales de Rusia, el jefe del “gobierno” aposentado en Kiev ya tenía en mente hacer lo contrario, es decir, reanudar las operaciones militares de castigo en el Este y el Sur de Ucrania contra los federalistas, como efectivamente decretó apenas terminado el encuentro multilateral que inicialmente citamos.
De manera que Poroshenko, quien fue de los que pagó de su bolsillo a los neofascistas que en febrero último depusieron por la fuerza al gabinete de Víctor Yanokóvich, sigue mostrando que no le interesa diálogo interno alguno, y que su “solución” a las insurrecciones en las zonas de población de origen mayoritariamente ruso, es cortar cuantas cabezas pueda y hacer caso omiso a las exigencias de garantizar un país multinacional con amplias atribuciones para las administraciones locales.
Ya lo decía, haciendo uso de su criterio personal, un alto número del Kremlin: “estamos en presencia de un nazi.”
Y aunque en los corrillos diplomáticos tal aseveración puede sonar demasiado severa, la realidad demuestra que no le falta razón al autor de dicho juicio.
Y -vale insistir- en primer término están muy conscientes de ello los intereses extranjeros que promovieron el cambio violento en Ucrania, gente que ha sido capaz de aliarse a netos matones de ultraderecha, de organizar y pagar grupos paramilitares locales destinados a quemar hasta las raíces al pretendido “terrorismo” ruso, y de ordenar a Kiev que haga todo lo que esté a su alcance para hacer hervir las relaciones con Moscú.
Porque, a pesar del cerco y las maniobras mediáticas de los poderosos, las noticias muchas veces no pueden ser tronchadas ni cercadas, desde la masacre de civiles realizada por grupos neonazis llevados desde Kiev a Odessa para “escarmentar a posibles revoltosos locales”, hasta los planes de las nuevas autoridades ucranianas de ejecutar un futuro traslado forzoso de la población pro rusa del Este a otras zonas ucranianas, o el ofrecimiento de tierras, viviendas y bienes “incautados a los rebeldes” a los pandilleros que “enfrentan la amenaza terrorista”. Sencillamente, reeditar el viejo reparto del botín como impulso para que los “beneficiarios” incrementen su impiedad hacia las víctimas.
Y en medio de semejantes perspectivas, el consabido “sustento teórico” de boca del actual primer ministro ucraniano, Arseny Yarseniuk, quien justifica la razzia anti rusa con el “sabio” y textual argumento de que “los federalistas no son más que “sub hombres”.
En pocas palabras, valoraciones y argumentos que no tienen otra procedencia que los retorcidos principios de superioridad étnica y urgencia de “espacio vital” esgrimidos por el mismísimo Adolfo Hítler para masacrar pueblos enteros y acumular todos los bienes conquistados para hacer más “llevadera y feliz la existencia de los dominadores”.
Y en medio de este derrotero cruento y totalmente permitido y apoyado por Washington y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, sigue flotando como trapo permanente el obcecado interés imperial de calentar las fronteras rusas y ponérsela bien difícil al Kremlin, que junto a China resultan los dos poderes claves que los apegados al hegemonismo identifican como los grandes obstáculos para materializar sus planes de ejercer el cetro universal.
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