Millones de televidentes, escenario monumental, presentaciones altisonantes, “revelaciones” inéditas. Todo el tinglado de un espectáculo que, sin embargo, ni sancionará a nadie, ni cambiará la sustancia fallida sobre la que se sustenta la tan llevada y traída democracia norteamericana.
Ese y no otro es el perfil que para muchos han irradiado las sesiones del Comité de la Cámara norteamericana de Representantes que ha estado dilucidando los entretelones del asalto extremista al Capitolio el 6 de enero del pasado año para mantener a Donald Trump en la presidencia luego de su derrota electoral frente al demócrata Joe Biden.
Se habló por algunos oradores de que la investigación, que cuenta con 140 mil páginas y más de mil “significativas entrevistas”, ha sido un intento de mostrar lo siniestro y mendaz de aquel ataque violento al centro neurálgico legislativo de la nación y la responsabilidad de Donald Trump con el dislate.
Un hecho –piensa uno- tal vez menos inédito que la práctica dudosamente democrática, y repetida más de una vez en la historia de los Estados Unidos, de eliminar a balazos a un presidente que pueda parecer incómodo a algún grupo de poder real.
O la de “coyundear” el conteo de los votos en caso de empate, como ocurrió en La Florida a través de las “demandas” de grupos “malhumorados” para entregar la presidencia a George W. Bush frente al demócrata Al Gore en el año 2000.
Pero volvamos al presente. Medios de prensa consultados por este autor como Los Angeles Times, La Vanguardia, France 24, La razón, o La Voz de las Américas, dedicaron amplias reseñas a intervenciones como la de la senadora republicana Liz Cheney (hija del vicepresidente de Bush hijo, Dick Cheney, confeso partidario de las torturas a prisioneros en Afganistán e Iraq), acerca de la culpabilidad de Trump y su incitación a violentar la Constitución mediante la complicidad con grupos extremistas como los titulados Proud Boys (Chicos orgullosos) y los Oath Keepers (Guardianes del juramento), muchos de cuyos integrantes fueron arrestados y algunos de ellos llevados a juicio.
Por demás, las fuentes destacan la aseveración de Ivanka Trump de que creyó su padre erraba al no reconocer su derrota frente a Biden, el testimonio del exfiscal general Bill Barr de que numerosos asesores desaconsejaron inútilmente a Trump de proseguir en su empeño por rechazar y anular los resultados de la votación, y las referencias de otros testigos sobre el airado enojo del presidente con su vice Mike Pence por no oponerse a la oficialización de la victoria demócrata.
En fin, un amplísimo catálogo enfilado a demostrar que el magnate inmobiliario convertido en jefe del país alentó y encauzó lo que denominan el “mayor ataque interno a la democracia norteamericana” en la historia de la Unión.
Un entramado que daría cientos de cuartillas en apuntes, precisiones, anécdotas, juicios y criterios, pero que no deja de ser –y es una opinión de muchos-parte del clásico show congénito a la tradicional lucha por el gobierno formal de los Estados Unidos entre los mismos grupos de siempre (más allá de los accidentes tipo Trump).
De hecho, la convocatoria al debate cameral se produce, sospechosamente, a las puertas de las elecciones parciales donde los demócratas intentarán conservar su exigua ventaja en el legislativo, en tanto los republicanos sueñan con desbancarles.
- Consulte además: Autoritarismo y bochorno
Una contienda comicial donde el partido azul se las está viendo apretadas, toda vez que la popularidad de Joe Biden va en picada, mientras que su gestión de gobierno y sus trazos internacionales han complicado la economía interna con una inflación récord y la subida de precios inusitada de reglones básicos como la gasolina y los alimentos, a tono con las sanciones disparatadas contra Rusia por enfrentar militarmente en Ucrania la mil veces denunciada por Moscú expansión unilateral de la OTAN al Este.
Por demás, y a propósito de una evidente aspiración de Donald Trump a la presidencia norteamericana en 2024, vale la pena poner oídos a la aseveración de Eric Langer, profesor y experto en relaciones internacionales de la Universidad de Georgetown, quien a propósito de la audiencia sobre los sucesos del 6 de enero de 2021 declaró a la prensa que “el problema radica en que el ex presidente republicano es parte de un culto, y sus seguidores le creen sin importar lo que diga”, todo en el contexto de una nación que hasta hoy se mantiene fuertemente dividida.
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