Crimea soltó amarras

En medio de la hostilidad y las amenazas de Washington y el resto de Occidente, la República Autónoma de Crimea decidió reintegrarse al territorio ruso y abandonar los lazos que le unían a Ucrania desde 1954, en que se adscribió a la administración de Kiev en el contexto de la desaparecida Unión Soviética.

En el referendo de este domingo 16 de marzo, que la Casa Blanca y sus aliados de la OTAN afirman no reconocer como válido, más de noventa y cinco por ciento de los votantes expresaron su deseo de adherirse definitivamente a Moscú.

Vale destacar que, tal como lo había dicho con anterioridad, de inmediato el Kremlin se comprometió a respetar el resultado de la consulta popular, lo que indica que en un breve lapso debe esperarse la concreción de los deseos de los pobladores de Crimea.

Según se informó, quedaría ahora la ratificación de los resultados de la consulta por las autoridades de la Península, su aprobación por el legislativo ruso, y la rúbrica de Vladímir Putin como presidente de la Federación Rusa.

De manera que, tal como van las cosas, Moscú no solo recuperará un espacio geográfico del que formalmente se había hecho cargo desde mediados del siglo dieciocho, sino que conservará, ahora con renovados plenos poderes, la estratégica salida al Mar Negro, donde radica su flota militar encargada de velar además las aguas de los no menos vitales mares Mediterráneo y Rojo.

Para Washington y Europa Occidental este giro, cuando parecía que podrían engullirse toda Ucrania mediante la instalación en Kiev de un gobierno de facto donde abundan los elementos neonazis y xenófobos, representa sin dudas un serio revés, ya no solo por la pérdida de Crimea, sino por las repercusiones que semejante contexto puede tener en el resto de Ucrania, donde la población de origen ruso está seriamente amenazada por  las autoridades golpistas y sus instrumentos de acción violenta, que incluyen, por demás, a mercenarios reclutados por la pretendida agencia norteamericana de seguridad Blackwater.

No sería descartable tampoco el incremento de  las acciones provocadoras para caldear la situación con Rusia, como la denunciada hace pocas horas por medios independientes ucranianos, y que consistía en realizar auto ataques castrenses a unidades aéreas en el este de Ucrania, organizados por  personeros militares de la embajada de Washington en Kiev junto a oficiales de derecha dentro de las fuerzas armadas locales, para luego culpar a Moscú de los incidentes.

Ello junto al envío sobre Crimea de los tristemente célebres “drones” Made in USA, uno de los cuales fue hecho descender el pasado día 14 de marzo en territorio de la Península por los sistemas rusos de intercepción electrónica conocidos como Avtobaza. La  nave no tripulada, capturada casi íntegra, según se informó, era un MQ-5B con base en Baviera, Alemania.

Por demás, Washington y el resto de Occidente dicen haber preparado todo un paquete de sanciones contra Moscú a cuenta de los resultados del referendo en Crimea, aunque el Kremlin  ha desestimado el alcance real y efectivo de semejante plan, dada la gran dependencia de Europa del Oeste con respecto a los suministros rusos de gas y las tambaleantes economías de esa región y de los propios Estados Unidos.

De todas formas, habrá que esperar en estos días una enorme avalancha mediática y política contra Rusia, amén de la consabida condena a la decisión de Crimea bajo el tan dudoso epíteto de “ilegal”.

Y es que no puede olvidarse por un instante que el primer gran violador de la leyes es el actual gobierno ucraniano, que con el desembozado apoyo extranjero no solo violó la Constitución nacional y los acuerdos de entendimiento y negociación con la depuesta administración de Víctor Yanukóvich, sino que además ha hecho de los desmanes fascistas uno de los instrumentos preferentes en su intención de perpetuarse en Kiev.