Con sabor a venganza

No es una casualidad que Tel Aviv, en medio de la tradicional anuencia de Washington y sus restantes aliados, y la notoria inmovilidad de buena parte de la comunidad mesoriental, la haya emprendido militarmente por estos días contra la franja de Gaza y la inerme población palestina.

Se intenta, desde luego, cargar otra vez la mano represora a partir de la controvertida excusa del asesinato, por combatientes árabes, de tres jóvenes judíos residentes en una de las ilegales colonias sionistas de la Cisjordania ocupada, cuando no son pocas las fuentes que aseguran que las víctimas fueron vistas por última vez junto a efectivos israelíes de seguridad.

No obstante, el impulso a la xenofobia encontró eco, y mientras los aviones israelíes bombardeaban a mansalva zonas pobladas de Gaza, y Tel Aviv anunciaba y ejecutaba movilizaciones bélicas en la línea divisoria común, un grupo de fanáticos quemó vivo a un adolescente palestino, tal como admitió uno de los asesinos durante los interrogatorios policiales.

Y como era de esperar, los argumentos oficiales sionistas favorables al genocidio árabe se repiten con la misma letra.

El hecho, por ejemplo, de reprimir “a los terroristas que siembran la muerte y la inseguridad entre los judíos” y, por tanto, la aplicación de la máxima de llevar la guerra a la propia casa de los “agresivos fanáticos” palestinos.

Ello, en medio de la situación desestabilizadora que se agudiza por estos días en Oriente Medio ante la ofensiva de los yihadistas contra Iraq, el apoyo de Israel al desmembramiento de ese país mediante su influencia en la dirigencia de la comunidad kurda y el asesoramiento a los fanáticos del Estado Islámico de Iraq y el Levante (EIIL), y su reconocida complicidad con los titulados “rebeldes” que atacan a Siria, entre otros episodios destinados a hacer añicos la posibilidad de la estructuración de un frente árabe unitario y mancomunado que perturbe el papel abusivo de la entidad sionista.

Pero, si bien todo lo que se está repitiendo hoy en materia de agresividad oficial israelí tiene viejas raíces históricas, el motivo inmediato ha sido la reciente decisión de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y del movimiento de resistencia Hamas, de establecer un gobierno de unidad y convergencia.

Como es sabido, hasta hace poco la ANP lideraba en Cisjordania, mientras que Hamas gobernaba en Gaza, con diferencias en sus gestiones y puntos de vista que solo favorecían la división.

Pero, para Tel Aviv el acuerdo entre ambas tendencias ha sido un golpe a su estrategia de escindir permanentemente al enemigo, por tanto la unidad palestina solo merece un pretendido “castigo ejemplar” mediante el uso de la violenta maquinaria bélica y de sembrar el terror en el terreno opuesto.

En consecuencia, la reaparición de los ataques masivos armados de Israel contra sus vecinos era una reacción táctica esperada, en el contexto de la prolongada estrategia sionista de asfixiar y desmembrar la resistencia de sus víctimas.

Y en ese escenario, vale significar la tibieza y la carencia de energía que persiste entre los organismos regionales árabes, donde los gobiernos derechistas y autocráticos siguen imponiendo una línea de formal oposición a Israel, limitada a las repetidas declamaciones diplomáticas que hablan de cordura, contención y arreglos verbales.

Únanse a ello las posiciones justificativas y cómplices de los Estados Unidos y del resto de Occidente, que santifican “el derecho de Tel Aviv a la defensa propia” en un contexto geopolítico presuntamente hostil, y se entenderá entonces la soberbia de personajes como el primer ministro Benjamín Netanyahu, quien por encima de otra consideración ha dicho abiertamente que la guerra contra Gaza seguirá su curso, no importan los criterios internacionales sobre lo deleznable que viene sucediendo.