Hace más de cuatro décadas, en los cursos universitarios de economía, no pasaba un día sin que nuestros profesores hablaran con ponderación de los entonces novedosos mecanismos euros occidentales de integración.
Se trataba del entramado del Mercado Común Europeo que devendría luego en Unión Europea, y que académicamente asumíamos por aquellos tiempos como un intersante modelo para promover un bloque productivo y comercial importante, independiente y de nuevo tipo, que contribuyese a una mayor diversidad económica global.
Y al parecer por aquellos decenios los políticos del Oeste del Viejo Continente tenían al menos una visión más regional que la que aparentan los de hoy.
No era ni fue una tarea dable. El socio mayor de la OTAN nunca vio con buenos ojos la formación de un eje euro occidental que le hiciese competencia y que desagarrase la subordinación a los Estados Unidos que le fue impuesta sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial.
Y en esa cuerda, Washington boicoteó y llegó a sancionar, por ejemplo, el desarrollo de una industria automovilística y aeronáutica europeas que irrumpieron con particular fuerza dentro del propio mercado interno estadounidense, o de la producción de acero y otras elaboraciones básicas que hacían competencia a las entregas Made in USA. Europa era “buena” solamente como base militar inmediata contra la URSS en los días de la Guerra Fría, y remitente de vinos, golosinas y otras exquisiteces culinarias, o de frivolidades de la perfumería y la moda.
- Consulte además: Un Oeste escodado
Y ese desprecio y malas intenciones no han cambiado, y para peor, los dirigente europeos de nuestra época han dejado atrás los lustres y gestos personales y colectivos de antaño para hundirse y auto sacrificar a sus pueblos en pelotas bajo los altares de un hegemonismo foráneo que les utiliza y mediatiza a capricho.
De ahí que muchos en este mundo no dejen de preguntarse qué objetivamente pretende Europa del Oeste con poner a su gente al borde de la bancarrota familiar, someterla impávida a los rigores del invierno, y paralizar buena parte de su entramado productivo por complacer a quien, en sus afanes de poder global, la utiliza de primera baranda contra un país que era hasta hace semanas su más confiable, amable y seguro proveedor de energía.
Qué pinta Europa Occidental enviando armas y millones de euros a Ucrania al punto de debilitar sus propias defensas y retrotraer programas sociales y económicos autóctonos para mantener viva una hoguera que solo benéfica a Gringolandia.
- Consulte además: De ceguera, torpezas y miedos
Si la OTAN fuese una entidad realmente defensiva, sensata, equitativa y equilibrada, y no un instrumento unilateral del absolutismo oficial norteamericano, cosas así no pasarían, y tal vez los socios europeos dejarían de ser un simple coro dedicado a vocear los ecos ajenos.
Mientras, ahora mismo, y en la concreta, en España la TV local acaba de anunciar que los consumidores ya pagan en lo que va de este año más de 800 euros por encima del costo de la canasta básica correspondiente al 2021, al tiempo que Alemania insta a sus ciudadanos a prepararse para enfrentar la próximas heladas con poca o ninguna calefacción, y el presidente francés, anuncia textualmente que el país galo está abocado a “un gran cataclismo” que abarcaría “el fin de la abundancia.”
Y del otro lado del Atlántico, el gran poder dogmático y inmovilista se ufana al constatar que su “aliado” se reduce cada vez más a puro trapo para limpiar detritos de otros.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.