A poco más de cuatro meses de iniciadas las hostilidades en una Ucrania convertida en punta de lanza del hegemonismo norteamericano y sus escuderos de la OTAN contra Rusia, parece estar cerrándose el tiempo de las expectativas y especulaciones para dar paso a juicios más sólidos y objetivos sobre el decurso del azuzado conflicto y sus consecuencias.
Una cosa resalta en primer término: Rusia cumple sus cometidos estratégicos con paso seguro y sólido, a la vez que exhibe aún un poderío considerable como para–si se le impone- llegar mucho más lejos de lo que ha anunciado que se propone con la acción militar especial hacia el Oeste.
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En pocas palabras, ni da muestras de extenuación, desconcierto, degradación, ni desaliento, mientras a su haber suma la liberación casi absoluta del Donbas y otras regiones, y por tanto su control sobre una ancha franja al Oeste y Sur de sus fronteras occidentales que incluye además los mares de Azov y Negro y la península de Crimea.
Un escenario tangible que logró azorar el planificado despliegue otanista al Este, y que –vale subrayarlo- mantiene aún en la mira el desmilitarizar y desnazificar a Ucrania, y establecer la neutralidad como epicentro de la política exterior de Kiev.
Y sobre ese tablado, no pocos especulan ya sobre “ganadores y perdedores” y lo que de ese balance se derivará una vez apagados los fuegos y más calmado el panorama.
Y al menos este autor se declara partidario de aquellas tesis que por estos días suelen parecer más objetivas y balanceadas, y que en primer lugar aseguran que entre los primeros perjudicados se proyectan los ucranianos de a píe, embarcados por sus inconsecuentes autoridades en la zozobra de un conflicto bélico con el que seguramente muchos no quisieran nada que ver, porque tal vez, sin poderlo decir en voz alta, saben que responde a intereses totalmente extraños y ajenos a sus vidas y aspiraciones propias.
Mientras, entre los instigadores y manisueltos foráneos, el peor de los escalones se asigna a una Europa Occidental que con esta aventura ha perdido lo muy poco que le restaba de autodeterminación y orgullo propios, sacrificados por su endeble dirigencia ante el altar de un Washington que les mastica, pero no les traga, y que les prefiere de corderos y no de competidores o socios de igual rango, como sin dudas ocurriría si la decencia política fuera una asignatura obligatoria para la actual claque gobernante en el Viejo Continente.
Y es que los escuderos gringos de la OTAN no solo son, gracias a la tutela gringa, el blanco inmediato de Rusia en caso de generalización del actual conflicto, sino además el rebaño que está imponiendo a sus conciudadanos unos difíciles días en materia energética, económica, alimentaria y social como consecuencia de los ramalazos de vuelta de las absurdas sanciones que la Casa Blanca les insta a imponer a Moscú, mientras acapara para sí, a mayores precios, el mercado euro occidental de gas licuado, y les exige abultar sus gastos militares a costa de sus deficitarios presupuestos para “derrotar a Putin”.
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No obstante, y aunque haga alardes de lo contrario, los Estados Unidos tampoco puede llevarse la corona de triunfador. Si con Europa del Oeste ha compuesto un nutrido folder de “logros tácticos”, frente a Rusia, y en el intento de marcar a China como “oponente oficial de la OTAN”, la cosecha es totalmente magra y contraproducente, y puede guardar aún otras desagradables sorpresas para las élites fácticas gringas.
Rusia se ha revelado como un “renegado” con potencia militar, energética y económica suficientes para virar la torta a su favor y neutralizar el masivo apoyo bélico occidental a una Ucrania que hoy algunos catalogan como uno de los países más armados de Europa gracias, precisamente, al desboque material instigado por USA para prolongar una guerra que pretende debilite al máximo a Moscú.
Y como la ofuscación no oye razones, los locos aleteos de Washington contra todo y contra todos, han acelerado el acercamiento, mediante una pública “alianza estratégica”, de los dos colosos a los que USA apunta sus cañones.
Un dúo (Rusia y China) que, por cierto, muchos no perciben en el mundo de hoy como “monstruos sedientos de poder”, sino como puntales de un nuevo orden internacional donde por fin el respeto, la colaboración, el intercambio mutuamente ventajoso, la autodeterminación, la no injerencia, la cordura y el diálogo, se erigen como barreras incólumes y crecientes ante al desprecio, la explotación, la negación, la hostilidad, la imposición, la altanería y la indecencia política en el trato con los demás que caracterizan la génesis y la historia de la todavía primera potencia capitalista.
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