Casos como el Lazarillo de Tormes, el pícaro español, se replican en toda la cultura latinoamericana cargada de una fuerte influencia de lo más gregario, de lo más popular de ciertas latitudes que vinieron a dar a estas islas del Caribe.
En uno de sus memorables ensayos, Alejo Carpentier asegura que, en América, el Lazarillo sería Jefe de Estado o alto dignatario, porque su nivel de picaresca y de embrollo lo pudiera llevar a tales puestos. Y uno recuerda las novelas sobre dictaduras, escritas por disímiles autores, donde muchas veces el jefe ni siquiera sabe leer.
Cada pueblito del continente es ese pequeño Estado en miniatura, donde acontecen los mismos episodios reiteradamente, como si la historia fuese circular. En San Juan de los Remedios tuvimos nuestro Lazarillo, devenido gran líder de un imperio, amo y señor de todo cuanto alcanzaba la vista. Vasco Porcallo de Figueroa fue, en la península, un Hidalgo, título reservado a la baja nobleza, sin grandes propiedades y con demasiadas ambiciones. Aquel ibérico joven y violento, ya se vio tempranamente envuelto en trifulcas familiares, de las que huyó hacia el Nuevo Continente. Aquí, junto a Diego Velázquez, Porcallo pudo poner en práctica todas las tretas que aprendiera en su país, máxime cuando, como mismo dijo Colón en su diario, los nativos de Cuba eran muy inocentes, casi niños y de un espíritu pacifista.
Encargado de realizar la conquista de las tierras hacia el interior del archipiélago, luego del reconocimiento y bojeo marítimo, Porcallo salió hacia el centro de Cuba, hallando una bahía hacia el mar del norte, frente a las Bahamas, que se prestaba muy bien como punto de encuentro de las flotas y sitio de abastecimiento, debido a la presencia de ríos de agua potable, alimentos y de una población local que colaboraba con los invasores. Cuenta la historia que, en 1513, estuvieron en el pueblo de Carahate, Vasco Porcallo, Juan de Grijalba y Bartolomé de las Casas y que, a su partida, dejaron en el lugar a cien españoles con sus armaduras y caballos para custodiar la toma de posesión. A partir de allí se inicia la pillería de nuestro Lazarillo, pues ninguna de las ventajas que reportaba la Bahía de Buena Vista, como se bautizó el hallazgo, fueron dichas a la corona, lo cual violó las Capitulaciones de Santa Fe, firmadas con los Reyes Católicos a inicios del proceso de colonización y que comprendían la declaratoria de propiedad a favor de la monarquía, con respecto a cuanta tierra se descubriese.
Más tarde y, aun sin dar parte siquiera a las autoridades de La Española (Haití) donde se hallaba la comandancia de los conquistadores, Porcallo se establece en lo que llamó Santa Cruz de la Sabana, su hacienda o feudo personal, que usó para dos finalidades muy concretas: planificar la colonización de la Florida y explotar a las nativas, con las cuales tuvo una larguísima descendencia, al punto de que durante siglos fue famosa la leyenda de que muchos de los primeros cubanos eran parientes del Hidalgo español. La crueldad de Porcallo hacia los hombres aborígenes era tal que, como castigo, a aquellos que se negaban a trabajar en el lavado de oro en los ríos, les cortaba los testículos y se los hacia comer. Ello le generó una fama de dictador sanguinario en toda la comarca, hasta Camagüey, que tal era la extensión de sus propiedades. José Lezama Lima, en uno de sus ensayos sobre la cubanía, declara a este español con el nombre de fuerza telúrica, que estaría en la base de la potencia y la impulsividad del criollo.
Santa Cruz, fundada el 3 de mayo de 1514, no era siquiera una villa, no se declaró como tal, de hecho no existía en los mapas. Tal fue la causa de que Remedios no se tenga en cuenta como entre las primerísimas siete poblaciones, sino como la octava. Sin pensar en nadie más que sí mismo, Porcallo hacía que cada español bajo su mando le obedeciese, por ello muchos huyeron de Cuba hacia México, prefiriendo enfrentarse a lo desconocido y a la guerra contra el imperio de los aztecas. Durante buena parte de esta etapa, el Hidalgo recobró los bríos de su frustrada nobleza, llegando a ser el segundo más rico de Cuba luego de Diego Velázquez y, a la muerte de este último, el amo y señor de toda la colonia, sin otros poderes que le contestasen. Solo en una ocasión, un funcionario de Camagüey osó contradecirlo y Porcallo, en duelo con espadas, lo atravesó dándole muerte. La leyenda, en tanto, se tejía en torno al hombre que era llevado en un pedestal por sus sirvientes, sin tener que caminar, por lo que engordaba día a día.
La ansiada expedición contra la Florida se llevó a cabo cuando Porcallo era ya mayor y muy grueso, enfermo de la gota debido a una alimentación abundante en proteínas. No pudo enfrentarse a los bravos nativos del lugar, que además era pantanoso e infestado de enfermedades y de insectos. Sintiéndose mal de la salud, fue evacuado hacia Cuba, donde murió poco tiempo después, dejando una fortuna inmensa, que fue repartida entre sus muchísimos hijos, casi todos por entonces al frente de alguna de las haciendas fundadas por el padre. Luego de la muerte de Porcallo, la vida en la colonia se tornó más dócil, sin las continuas sacudidas y ambiciones del Hidalgo.
Santa Cruz, al fin, recibió título de villa bajo el nombre de San Juan de los Remedios, al parecer, según cuenta la leyenda, se le tituló así para sanear el pasado tormentoso, sanguinario, de aquella hacienda del pícaro devenido dictador. Una manada de inmensos mosquitos obligó, además, a los poblanos a mudarse de asiento, lo cual fue visto, con la lupa de las supersticiones y la credulidad de entonces, como un castigo.
Más de un siglo después, la memoria de los males cometidos por el Hidalgo y sus seguidores pesaba sobre los remedianos. El cura criollo José González de la Cruz, tras exorcizar a la esclava Leonarda, dijo que la villa estaba maldita por los pecados de sus ancestros y que a resultas de ello sería sumergida en las profundidades del infierno, a menos que hubiera otra mudanza. Este capítulo, conocido como la pelea cubana contra los demonios, dio paso a que, recordando los asesinatos, violaciones y robos cometidos por Porcallo, sus descendientes, temerosos de una maldición generacional, se trasladasen hacia el hato de Antón Díaz y fundaran Santa Clara. Otros, que nada tenían que ver con tales creencias, decidieron desafiar a la religión y el fanatismo, quedándose en Remedios, hasta el día de hoy, sin olvidar nunca el nombre del Hidalgo, del cual no se sienten para nada orgullosos y a quien culpan de que la villa no se reconozca lo suficiente como una de las fundacionales de la nación cubana.
Bien lo dijo Carpentier, que la intrascendencia ibérica, el pícaro, recibían en estas tierras tratamiento de reyes, pero lo peor es cómo pesan todavía las sombras de aquel pasado, a la vez que avanza en nosotros cierta desmemoria, que pudiera perjudicarnos como habitantes de un sitio que necesita menos demonios y más almas nobles.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.