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miércoles, 30 de octubre de 2024

Una especie de expectativa (II)

Diálogo con Ambrosio Fornet sobre cuestiones culturales, políticas e históricas del presente y pasado reciente de Cuba...

Yoel Suárez Fernández en Exclusivo 18/01/2015
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El soplo de sal de la costa cada año consume los metales y la estructura en general de la residencia de Ambrosio Fornet. Pero la lucha es tenaz, y él ha logrado preservar la integridad y belleza de su vivienda en la altura.

Asimismo ha conseguido salvar su memoria del salitre del olvido. En buena medida gracias a su propia obra escrita. En este o más cual libro están sus vivencias plasmadas. Y para lo que nadie ha nombrado (por temor o por desidia) él ha tenido la chispa de acuñar términos —surreales muchas veces— o teñir vocablos “viejos” con nuevas significaciones. Así, en su glosario encontramos: Quinquenio Gris, cinelitura o ‘diáspora cubana’, para suplantar el áspero ‘exilio’.

JESÚS

—Palabras suyas: “Los cubanos somos idénticos a ambos lados del estrecho de la Florida, solo nos separan las circunstancias”. Seguro hay gente a la que no le ha hecho gracia esta manera de pensar.

—Durante muchos años, de ambos lados se crearon estancos de opinión, compartimentos mentales desde los cuales cada quien asumía que tú tenías tu visión y yo la mía, pero nunca se lograba consenso.

“En el libro Rutas críticas publiqué un texto, titulado ‘Jesús en la memoria’, sobre mi relación con el intelectual y amigo Jesús Díaz. Después que se fue, nos encontrábamos en el extranjero y éramos los amigos de siempre. Yo fui un poco su tutor cuando él empezaba a escribir. Para mí fue durísimo saber que él se había quedado, hasta el último momento no lo creía.

”Previamente le había escrito diciéndole que no tenía por qué volver en ese momento. Esto estaba malísimo, durísimo, pleno 1992. Él llevaba año y medio viviendo en Berlín. Le propuse que se quedara en Europa un tiempo, que escribiera y trabajara allí. ¡Todo eso sobre la base de que no iba a ‘romper’! Y cuando el publicó Los anillos de la serpiente dije: ‘¡Trágame tierra!’. Nunca lo esperé.

”Algunos dijeron que por qué tanto lío, si en los años 90 cualquiera se iría. Pero Jesús no era ‘cualquiera’. Era un hijo de la Revolución en todo sentido. Yo le había dado la vuelta al mundo en 1959, y tenía mis propias lecturas y concepciones; Jesús no, a él lo formó la Revolución. Y cargaba con sus mismos defectos y virtudes: era autoritario, dogmático, inteligente… Para nosotros era el modelo. ¡El hijo nato de la Revolución Cubana! ¡Era el Hombre Nuevo!

”Muchas ocasiones en que viajé al extranjero lo busqué y nos vimos. En Mérida, en Caracas, en España”.

—Y qué le decía Jesús desde allá, cuando se encontraban. ¿La ruptura trascendió el plano político?

—Era un hombre muy criollo. Pero bueno, nunca lo oí quejarse..., no, no; porque era un triunfador. En el exterior tuvo éxito. Le pedían trabajar para el cine, impartir conferencias, colaboraciones...

“Como sabes, fundó la revista Encuentro de la cultura cubana. Hizo un trabajo muy serio, una publicación medida hasta un punto en que perdió el equilibrio. Si revisas los treinta números, te percatas de que el proyecto original se pierde hasta un momento en el que ya está embarcado totalmente en el otro extremo. Y eso no ocurrió porque faltaran colaboradores residentes en Cuba, sino porque los temas mismos y las personas que se elegían para tratarlos tenían la visión de allá.

”Aún así, no puedo separarlo de nuestra cultura; siempre andaba hablando de algo vinculado a Cuba. Pero, al mismo tiempo, la ruptura política fue tan radical que ya la distancia se sentía. Y eso se ve en su literatura. Creo que no volvió a escribir nada como Las iniciales de la tierra o como Palabras perdidas.

”En el extranjero hizo algunas novelas más. Estaban bien escritas, pero les faltaba algo: la pasión. Se había convertido en un escritor ‘profesional’: un hombre que redacta a la perfección, que te sabe delinear un personaje, que te cuenta una excelente historia… y ya.

—¿De qué murió Jesús?

—De un infarto mientras dormía. Imagino que fue el cigarro… Fumaba como una bestia. El hombre dinámico que era terminó transformándose en otro, estaba completamente atormentado por el trabajo (como tanto ocurre afuera). Eso lo notaba yo cuando nos veíamos… No quiero hacer metafísica con su ruptura, pero me temo que, además, algo se rompió en su interior.

LA FÓRMULA PARA ESCRIBIR

—En un panel sobre la literatura hecha por cubanos en el exterior, usted señaló que la identidad cultural de una obra está determinada en un noventa y cuatro por ciento por la lengua que se escribe. ¡Eso es mucho!

—En uno de mis ensayos (“Soñar en castellano, escribir en inglés: una reflexión sobre el biculturalismo”, en Narrar la nación) abordo el tema. Tú puedes perfectamente traducir un ensayo, hasta una pieza narrativa si eres muy buen traductor, pero, ¿cómo traduces la poesía? Hace poco leí una traducción de Whitman, y al compararla con el original en inglés me percaté de que el texto perdía su ritmo particular.

“Además de la música en la poesía es importante también reconocer la tradición literaria de la que vienes, porque no es lo mismo que te hayas formado leyendo a Vallejo que a Darío, por ejemplo.

”Recuerdo ahora el caso de un poema inglés que tiene doce traducciones al español. Una de ellas es de Eliseo Diego, y todas las versiones son distintas. Entonces, ¿cuál es la buena? Ninguna… o todas. ¿Por qué? Porque ese es el poema tal, traducido por una persona en determinada época. Y no es lo mismo si se tradujo en Argentina que si se tradujo en Cuba”

—Entonces, el traductor es un mediador peligrosísimo…

—Sí, porque te crea una ilusión. Yo leí a Dostoievski en traducciones infames de españoles que ganaban una peseta cada quinientas palabras, y después, leyéndolo en otras versiones mejores me dije: “¡Estos degenerados me han engañado como a un chino!”. Pero en ese caso no importaba, porque el gran Dostoievski no está en la lengua, sino en la historia que narra, en la caracterización sicológica de los personajes, en el desarrollo de la trama, en los silencios que crea. ¡Pero el poeta!: ese está entero en el idioma. Quizá a la mayoría de los lectores no les importe, pero al crítico sí.

—Cuando termina un trabajo, ¿es usted quien dice la última palabra o trabaja de conjunto con otro editor?

—¡No, no! Es una especie de orgullo editorial. Soy capaz de decirle a mis amigos hasta la última coma que les falta por poner, pero no soy capaz de ser autocrítico. Ahora, ¿cuál es la clave?: el tiempo. Escribes algo, lo dejas para revisarlo tres días después. Soy un absoluto convencido de que fondo y forma son la misma cosa. Creo que si dices una cosa de dos maneras distintas, no lo sabes, pero estas diciendo dos cosas. Que a lo mejor no son radicalmente diferentes, pero tienen matices propios que pueden llevar a otro entendimiento de la obra.

“Si alguien me pregunta la fórmula para escribir, le digo: ‘Escribe lo que quieras cuatro veces, y si pueden ser cinco te lo agradecería’. Y ahí viene lo otro: debes decir las cosas como si se te hubieran acabado de ocurrir, porque nadie debe reconocer que te pasaste cuatro noches trabajando ese párrafo (y si ya alguien ha escrito sobre el tema, pues entonces lo cito). Finalmente, la lucha con el lenguaje se convierte también en una búsqueda de la claridad expositiva. ¡Ah, bueno!, si eres Lezama entonces no hay problema, porque el lenguaje se genera a sí mismo, y entonces lo que digas es lo que quieres decir”.

NO DEBO VALER UN QUILO…

—Escribió en alguna ocasión que el signo más visible de la frustración y la impotencia, el encogerse de hombros, desapareció del lenguaje gestual de los cubanos en los años 60. Pero a ratos parece que la mueca regresa, que el mismo proceso que la desterró nos la enfrenta como única opción…

(Ambrosio me mira serenamente mientras formulo la pregunta, una sonrisa tensa sus facciones a medida que avanzan mis palabras. Queda un rato en silencio).

—¿Es una pregunta muy complicada?

—¡No, qué va! Es tan sencilla que da pena contestarla. (Y entonces corta la tensión de un tajazo con risas.)

“Hace rato que veo gente levantándose de hombros. ¡¿Qué quieres que te diga?! Pero, pese a todo, uno siempre tiene la esperanza del cambio. Y algo siempre me ha llamado la atención: esto hace rato llegó al final, pero en lugar del desánimo total, predomina una especie de expectativa. Y se renueva constantemente.

”Vivimos diciendo que hay que cambiar todo lo que debe ser cambiado, salvar lo que puede ser salvado y lo demás tirarlo por la borda… No sé, no sé qué decirte… Además, no me atrevo a decirte, porque a esta altura del camino la opinión que una persona como yo pueda dar tiene un valor relativo. La respuesta la tienen ustedes (los jóvenes).

”Yo nací con El Quijote de la Imprenta Nacional; mis hijos lo hicieron con el Mariel, los balseros. A veces me pregunto, ¿qué tendrán en su cabeza? Ellos guardan la imagen de una catástrofe; yo conservo la de una apertura al mundo… ¡Es lógico que generemos distintas psicologías, expectativas, maneras de proyectarse el futuro! A mí la del capitalismo no me gusta porque la conozco, pero ustedes no lo conocen a cabalidad. ¡Y lo que les llega viene en las maletas de las tías y primos! Pero hay algo extraño en este país. Confío en que se salga adelante… por la vía que sea”.

—Háblenme de sus mentores, sus ángeles…

—La humanidad entera. No recuerdo una sola persona con rencor u odio. En La Habana, en Nueva York, en Madrid; siempre he encontrado gente que ha sido amable conmigo, que me ha querido. A veces me pongo a pensar en eso: si en el mundo no solo hay ángeles, ¿por qué me he encontrado únicamente con personas así? Y tengo la impresión de que en mi juventud, a lo mejor, mi personalidad trasmitía desamparo o ingenuidad.

“Es algo increíble que he experimentado en muchas ocasiones y me ha llevado a hacerme muchas preguntas ¿Acaso fue el modo en que me formaron? ¿Tendrá algo que ver con mamá y los evangelios...? Así es: no recuerdo a nadie que me haya dado una puñalada por la espalda o que me hubiera dicho ‘usted es un canalla’.

”Y es que, al mismo tiempo, quien tiene esa experiencia en la vida llega a ser tolerante… y buena persona. (Y le nace una sonrisa) O a lo mejor no. Tuve un compañero que me decía: ‘El que no tiene enemigos es porque no vale un medio’. Y yo le respondía: ‘¡Concho, compadre!, entonces yo no debo valer un quilo…’”.


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Yoel Suárez Fernández


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