Ostenta con orgullo el nombre de un gran héroe. Se llama igual que El Generalísimo, Máximo Gómez (Baní, República Dominicana, 1836-La Habana, 1905), aquel patriota dominicano que decidió echar su suerte junto a los cubanos en la lucha contra el colonialismo español. Sin embargo, las hazañas de ambos hombres son bien diferentes.
Desde distintos frentes de combate, han emprendido importantes batallas. Uno se distinguió como General en Jefe de las tropas revolucionarias cubanas durante la Guerra del 95; el otro, por llevar el conocimiento y la apreciación estético-artística al seno del pueblo cubano.
El Máximo de la segunda historia comenzó su vida laboral en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) siendo apenas un adolescente. Al cabo de cuarenta años es el curador jefe de Bellas Artes y uno de los tantos especialistas que contribuyen a preservar el legado cultural e histórico, atesorado por esta importante institución, que está celebrando su cumpleaños cien.
—¿Qué significa para Máximo Gómez ser el curador jefe del Museo Nacional de Bellas Artes, justo cuando la institución celebra un siglo de fundada?
—Yo entré a aquí con 19 años, como guía. Recuerdo que era el año 1970, poco más de una década después del triunfo de enero de 1959.
“Me vienen a la mente aquellas señoras bien vestidas que venían con combinaciones de zapatos y carteras. Todavía era un museo de élite. Claro, en la actualidad continúan las visitas de artistas, estudiosos de la historia del arte, pero no es el único público.
“Por aquí pasaban los trabajadores de las fábricas de tabaco cercanas y los estudiantes. Muchos de ellos decían: ‘que voy a hacer yo ahí dentro, no comprendo nada de eso’. Las madres no dejaban entrar a sus hijos pequeños.
“María Elena Jubrías y Oscar Morriña, quienes laboraban en servicios educacionales, hoy profesores de la Universidad de la Habana, fueron mis formadores.
“Además de atender al público, yo iba a los centros de trabajo con una pieza original de Wifredo Lam o de Amelia Peláez y les explicaba a los trabajadores que eran obras de artistas cubanos. Luego los invitaba a apreciar más piezas suyas en el Museo y venían preguntando por Máximo Gómez.
“Como parte de mis funciones, visitaba además las escuelas al campo, en las cuales mostraba exposiciones transitorias. Más tarde los alumnos asistían al Museo. Era muy gracioso, porque venían preguntando por Máximo Gómez. Así fuimos atrayendo, poco a poco, al nuevo público de trabajadores y estudiantes”.
—Un antecedente de los actuales talleres infantiles fue la sala didáctica del Museo. ¿Cómo rememora esa época?
—Era una sala infantil que funcionó durante la década de los 70 a 1980, por iniciativa de Morriña y María Elena. En ella se acercaba a los niños a la obra de arte y se les proporcionaban algunos elementos de su diseño antes de visitar otras salas del Museo.
“En los cursos de creación infantil los niños venían a pintar. Te puedo decir que Diaguito (Juan Roberto Diago Durruthy), que hoy es uno de uno de los artistas contemporáneos más importantes de Cuba, asistió a esos talleres cuando era pequeño.
“Lizt Alfonso, esa famosa bailarina, coreógrafa y directora de una prestigiosa compañía, también pasó por aquí. Así se fue creando un público infantil. Es bonito haber contribuido a la formación de los nuevos públicos, porque ahora es normal que todo el mundo asista al Museo”.
Muchas son las anécdotas que atesora este hombre, verdadero apasionado del arte, uno de esos personajes sin los cuales la historia del Museo de Bellas Artes hubiera sido otra. Por eso sus compañeros de trabajo lo respetan y admiran.
Gustavo Ruiz Lopez
2/2/15 9:58
Yo tambien fui uno de esos niños privilegiados que asistio a esos cursos en los años 70, gracias a esa iniciativa de Morriña y Maria Elena, estudie Historia del Arte en la Universidad de la Habana, y trabaje con Máximo en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde deje muchos amigos, y ayude a muchos artistas.
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