viernes, 27 de septiembre de 2024

Un brindis por Onelio

Anécdotas sobre Onelio Jorge Cardoso, el Cuentero Mayor, a propósito de un nuevo aniversario de su muerte...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 29/05/2014
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Cuentos de Onelio Jorge Cardoso
Cuentos de Onelio Jorge Cardoso, el Cuentero Mayor.

Mi padre me llevó a visitarlo. Se conocían de la radio, no recuerdo ahora en qué emisora habían trabajado juntos. Al menos eso fue lo que entendí. Yo era un adolescente y nunca había leído nada de Onelio Jorge Cardoso, por lo que desaproveché la oportunidad y apenas abrí la boca.

Al llegar a la casa pedí a mi progenitor que me recomendara algo “del señor ese que escribe cuentos”. Tomó en la vitrina donde colocaba los autores cubanos un libro con la portada de cartón blando, de textura muy parecida a la del Robinson Crusoe que siempre conservaba (y conservo) en mi mesita de noche.

Eran los Cuentos completos que Ediciones R había preparado en 1962, con dibujos de Portocarrero. No voy a engañar a los lectores, mi primer encuentro con la cuentística de Cardoso no cumplió con mis expectativas. A pesar de los elogios de mi padre a “Hierro viejo”, “Mi hermana Visia”, “El cuentero”.

Recuerdo que solo me gustaron tres cuentos. Uno de ellos, “Camino de las lomas”, sigue estando hoy, a mis 61 años, entre los favoritos. “Estela” quedó desde entonces en el segundo lugar de mis preferencias. “Taita, diga usted cómo” me hizo gracia, sobre todo el final.

SEGUNDO ENCUENTRO

En el preuniversitario me contagié de la epidemia de escribir cuentos. Dos condiscípulos, los hoy escritores Jorge Domingo y Norberto Codina, me hablaron con tanta pasión de Onelio que no les confesé mi primera impresión del cuentero y me fui a una librería de uso en busca de un título suyo.

Ricardo Regueiro, un librero amigo, me consiguió los Cuentos completos de Ediciones Unión, que reproducía todo el contenido del volumen homónimo de 1962, más lo incluido en La otra muerte del gato (1964). Agregué a mis preferencias la pieza que da nombre al último libro y “Un brindis por el zonzo”.

Aunque lo que más me complació fue volver a internarme en el monte con Vicente Matías hasta llegar a la cueva donde, al retumbar paredes, una mancha de murciélagos voló enloquecida. Y me pregunté otra vez qué se habían hecho el par de trenzas de aquella muchachita debajo de tanto romerillo silvestre.

¿Dónde estará el ejemplar que adquirí gracias a Regueiro? No recuerdo si lo regalé o lo perdí en una de las tantas mudadas que padecí. El que tengo ante mis ojos es la edición de Arte y Literatura (1975), titulada Cuentos, cuya carátula de pergamoide gris ha resistido casi cuatro décadas de asidua lectura.

Este volumen, que desde un librero vitrina, al lado de mi cama, vela mi sueño cada noche, incluye, además del contenido de la edición de 1966, las piezas recogidas en Iba caminando, Abrir y cerrar los ojos, El hilo y la cuerda y Caballito blanco.

A esta altura de la vida, debo confesar que ya me he reconciliado con “Hierro viejo”, “Mi hermana Visia” y “El cuentero”.

Cuando comencé a incursionar en el mundo de lo medios masivos de comunicación, otro amigo, Guillermo Cabrera Álvarez, me regaló Gente de pueblo, una antología de reportajes de Onelio. Luego, Guillermo y yo fuimos a comprar Gente de un nuevo pueblo, tras su publicación en 1982.

Tengo suerte de que a mis amigos les guste la obra del Cuentero Mayor o sean especialistas en su análisis. Por uno de ellos, el acucioso investigador y ensayista Ricardo Hernández Otero, me enteré de que hay piezas de este autor aparecidas en las páginas de la revista Bohemia que nunca han sido recogidas en libro alguno.

Como apunta este académico, aunque fue asiduo colaborador de relevantes revistas artístico-literarias, Cardoso siempre priorizó a Bohemia para la publicación de sus cuentos, los cuales fueron ilustrados por maestros de la plástica, como José Luis Posada, Juan Moreira, Adigio Benítez y Jorge Rigol, entre otros.

Incluso, llegó a decir en entrevistas periodísticas y mesas redondas que se consideraba un trabajador de Bohemia “por la libre”. Su último cuento, “La presea”, que terminara de escribir días antes de su muerte, estaba destinado a la revista centenaria, que lo publicó meses después del deceso, en agosto de 1986.

ESCRIBIR PARA LOS NIÑOS

Desde 1984, al grisáceo ejemplar de Cuentos… le acompaña, en el librero de mi cuarto, Negrita, la historia de la perrita trasgresora. Es el libro que, junto con la Alicia de Lewis Carroll, más le he regalado a los niños que me rodean, desde mis hijas hasta los retoños de mis amistades.

A Onelio le gustaba escribir para los niños. En un diálogo que tuvimos en los años 80, confesaba que a los pequeños hay que respetarles su inteligencia, no subestimarlos ni tratarlos como discapacitados mentales.

Como ejemplo ponía la siguiente anécdota, cuya protagonista era una niña pequeña ante quien una vez quiso improvisar un cuento. He leído múltiples versiones, no pretendo calificarlas de apócrifas ni que la mía sea la única y verdadera. Solo comparto con los lectores lo que le oí al Cuentero Mayor.

“Había una vez una hormiguita que iba por un caminito, y se encontró una hojita que servía para el techito de su casita, y cuando trató de halar la hojita vio que era demasiado grande para sus paticas.

”La hormiguita fue a buscar a sus amiguitas, y entre todas las hormiguitas halaron la hojita y la llevaron para arreglar su casita”. Riendo, Onelio hacía una pausa para después describir cómo la niña lo miró desilusionada, se veía que el cuento no dejaba satisfechas sus expectativas:

—Qué hormiguitas más comemierditas —dijo ella simplemente.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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