Cuando una piensa haber visto casi todo en tema de series televisivas, desde sagas fantásticas a lo Diario de un vampiro, el ajedrez humano de Juego de tronos, el drama político de House of cards, la inverosímil resurrección de James Bond al estilo de 24 horas, la picaresca irresistible de Amigos o Aida, la mordacidad humana del Doctor House, el humor inteligente versión nerd de La teoría del Big Ban o las melodramáticas aventuras de Hermanos Rebeldes, aparece Vicious.
La entrega británica, —que algunos descubrimos recientemente pero tuvo su primer capítulo en abril de 2013—, tiene como protagonista nada menos que a una pareja de gays sazonados por la tercera edad: ingleses, finos, regios, con un humor salpicado de ironía de alta clase. Es entonces, que la propuesta coquetea, con mejor o menor suerte, con el desmontaje de estereotipos sobre la identidad sexual, en tanto posiciona aspectos preteridos de las agendas mediáticas como la ancianidad y toda la cosmovisión que sobre ella se tiene.
La experticia de Derek Jacobi e Ian McKellen dan vida a la relación Stuart-Freddie, la cual protagoniza esta atrevida y arriesgada proposición audiovisual, que viene a confirmar que en materia de series nada está dicho. Las industrias lo saben y emulan en carrera de cien metros por sacar al mercado de teleadictos la más atractiva, sugerente y hasta inesperada de las entregas. Vicious es un ejemplo.
Estas sagas televisivas han surtido a las parrillas de consumo más diversas; desde las vías informales tipo USB o “paquete” hasta los propios canales nacionales sucumben a los cantos de sirenas de una época fecunda en producción dramatúrgica de la pequeña pantalla, sobre todo de la proveniente de los Estados Unidos y el Reino Unido. Varias de estas creaciones asumen códigos del séptimo arte en pequeñas cápsulas, en tanto ya son catalogadas ciertas de ellas como francas obras maestras.
En ese sentido, algunos especialistas, investigadores y escritores como el propio Leonardo Padura, Premio Nacional de Literatura, han justificado este auge con la inclusión en estas de patrones cinematográficos, así como de una trama de elevado calibre dramatúrgico. Ahí están La escucha o la propia Mad men. Todas confirman la disposición de las grandes cadenas de invertir en producciones audiovisuales de este tipo, en una competencia selvática por ganar audiencia.
Las estadísticas así lo comprueban: estudios sobre consumo cultural realizados por varias instituciones en la Isla como el Centro de Investigaciones Sociales del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), evidencian que las series ocupan posición privilegiado en la recepción mediática.
Este fenómeno emergente en el ámbito cultural contemporáneo, otorga un peso fundamental a la producción foránea aunque las pesquisas insisten que el público cubano aún privilegia las novelas y series de producción nacional.
Y de las primeras, las hay buenas y peores: con guiones a 20 manos, y estructura narrativa espectacular como Juegos de tronos, hasta los pobres culebrones cual batidora de manipulación lacrimógena, estilo Revancha, actualmente en horario matutino por Cubavisión.
Bajo este análisis y tras las polémicas discusiones sobre las apropiaciones culturales de los mecanismos alternativos de información, sería bueno resaltar que, en plano de transmisión de series, existen pocas diferencias entre las que se intercambian por vías informales o las que se programan en los medios nacionales y/o territoriales. La principal distancia resulta en que gracias a las primeras muchas veces se consume el pan todavía caliente del horno aun cuando haga falta acudir al pay per view criollo del “paquete”, mientras que en la parrilla institucional los capítulos llegan con retraso temporal olímpico.
Las distinciones se relacionan más con mecanismos de consumo y modalidades de recepción que con desemejanzas de contenido, ya que muchas de las entregas que circulan de manera informal, a la larga se transmiten en horarios estelares de canales como Cubavisión, Multivisión, Canal Habana y telecentro locales. La ventaja cardinal en el caso de acudir a la variante de circulación alternativa descansa en la libertad de elección de los espectadores de los tipos de horarios, secuencias, dosificación, repeticiones y espacios de recepción, ya sea de manera inmediata a su transmisión en los canales extranjeros o a forma de replay.
Pero más allá de estas cuestiones, la serieadicción actual viene a comprobar cuánta creatividad, constancia y cantidad le falta a la producción de dramatizados en la Isla, a la vez que vuelve a acertar tiro contra la preeminencia absoluta y en pos de la convivencia plural de estilos y formas.
Es que, ya sea por tele o flash-audiencia las series—las mejores, las mediocres y las peores—han alcanzado un alto rating debido a la calidad del andamiaje audiovisual, niveles complejos de edición, diversas formas de asumir los tempos en la trama, y situaciones pintorescas, ocurrentes y entretenidas.
En la actualidad, muchos espectadores, incluso los más exigentes, no resisten la tentación de dedicar tiempo al consumo de estos productos televisivos, estar al tanto de ellos, y preguntar entre sus colegas quién tiene el último capítulo de la temporada de turno. Y para el que apenas destina agenda a estos menesteres, aunque sea alguna vez se topará con la recomendación de algún amigo que le descubra piezas como Vicious, una especie de comprobación que en materia de series, por suerte, hay de todo en la viña de la Televisión.
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