miércoles, 25 de septiembre de 2024

Rolando Rodríguez: honestidad, no imparcialidad

Confesiones del reconocido historiador, a quien está dedicada la Feria Internacional del Libro, sobre su apego a la verdad a la hora de contar la historia...

Rachel Domínguez Rojas en Exclusivo 18/02/2014
2 comentarios
Rolando Rodríguez
Rolando Rodríguez gano el premio de Ciencias Sociales 2007.

“Si Guiteras no hubiera muerto, habría fusilado a Batista”, exclamó Rolando Rodríguez. Hace algún tiempo, su carrera en la historiografía cubana no gozaba de tan difundido dominio: 16 libros publicados y una sólida participación en la conformación de las políticas editoriales desde que en 1967 fundó el Instituto Cubano del Libro.

Ahora sí se conoce. Es lo bueno de que le dediquen una Feria del Libro: Se suceden las entrevistas y las reseñas, se reeditan los textos, se vuelve a la palestra pública y, sobre todo, se reconoce (no sabría decir si en su justa medida) el trabajo de quien, escarbando en los archivos de Cuba y otros del mundo, nos ha devuelto la historia de la Historia de Cuba: la crisálida convertida en mariposa.

Nunca hay una sola verdad, esa idea debería estar ya superada. No obstante, la reedición de sus versiones propias de profundas investigaciones sobre hechos del pasado de una isla que mira más atentamente que nunca a su presente y futuro es totalmente legítima, sobre todo cuando los hechos han sido una y otra vez tergiversados.

Aquí ya estamos hablando de honestidad, no de imparcialidad, que conste. La idea de la imparcialidad y la despolitización debería estar superada también. Rolando Rodríguez, dice, no es imparcial, pero siempre dice la verdad. “Esa frase no es mía, es de John Reed. Pero adopté el lema para mi obra. Jamás digo algo que sea de mi invención; siempre tiene que haber una base, algo en lo que pueda apoyarme, un documento o un testimonio, pero todo lo que digo tengo que poder demostrarlo”.

En su obsesión, Rolando Rodríguez puede haber olvidado otros placeres: “Solía ser un lector apasionado. Leía de todo, sobre todo libros de historia y biografías. Pero después me convertí en investigador, y cada vez me fui dedicando más a la historia de Cuba, entonces me quedé sin tiempo para leer otras cosas que no estuvieran relacionadas con mis investigaciones”.

—¿Qué está leyendo en estos días? —le pregunto.

—Un libro sobre Batista, de José Luis Padrón. Disfruto mucho a Piero Gleijeses, ítalo-estadounidense, que es de mis historiadores preferidos. Además Eric Hobsbawm, el filósofo inglés, es un hombre cuya obra me atrae extraordinariamente”.

Y esos son los extranjeros, pero también hay varios historiadores cubanos que Rolando destaca: “Torres-Cuevas, las recopilaciones que prepara Ana Cairo, los libros de Gustavo Placer. Son muchos los historiadores de alta calidad que hay en Cuba”, cuenta.

Rolando descubrió, un día cualquiera, los documentos que llevaba José Martí encima en la hora funesta en que lo mataron. En una investigación puede suceder cualquier cosa, es lo que lo apasiona. Metido en un archivo, con cajas sin clasificar —como ocurre también en el de Segovia, por ejemplo—, encontró una bajo la descripción “Papeles sobre Cuba”. “Aquello fue la sorpresa del siglo para mí”, y lo dijo así, sin que quedara nada por dentro.

—¿Cree que la cultura literaria ha disminuido en Cuba? — intento provocarlo. Pero Rolando Rodríguez tiene sus ideas muy bien definidas, y en este punto no se permite dudar.

—No creo que eso suceda, cuando aquí se lee de la manera en que se hace.

Realmente en Cuba no hubo cultura literaria hasta 1958, pero eso comenzó a elevarse en el 59, y hoy la calificación general que tiene el pueblo cubano es muy alta. Es un pueblo en el que no hay analfabetismo”.

—Pero ese argumento no implica que, en efecto, se lea —insisto.

—Hay de todo, hay quien no lee, y hay quien lee por todos esos. Es un tema muy discutible. Aquí no hemos hecho ninguna encuesta sobre la lectura, aunque debería hacerse.

Dice que se ha sentido mal con sucesos de nuestra historia, como la muerte de Martí, la de Maceo, la de Mella, o la de Guiteras: “Fueron personas extraordinarias, que no merecían morir de una manera tan elemental: Martí murió en un combate que no tenía ninguna importancia; a Mella lo mataron incluso cuando le habían avisado; a Guiteras lo mata Aponte en un reto, porque a ese no se le podía retar: ‘¡Aquí nos morimos!’, dijo Aponte; ‘¡Aquí nos morimos!’, respondió Guiteras. Y a Maceo lo matan también en un combate casual con la tropa española. Esas cosas fueron una verdadera desgracia”, analiza.

“No me gusta hacer análisis contra factuales  —concluye—. Pero creo que nuestra historia hubiera sido diferente, y para bien”.


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Rachel Domínguez Rojas

Se han publicado 2 comentarios


gallo
 19/2/14 6:40

Polémico este asunto de la honestidad y... la imparcialidad. No es posible ver honestidad cuando solo se alimentan hambres evitables como estas que hay por conocer plenamente a nuestros próceres, con pretexto alguno, como el manido de atender urgencias. No es agradable constatar que en plenitud, hasta nosotros mismos descubriremos carencias que nos obligaran entonces a esquivar la luz para "proteger" débiles creencias que pondrán en duda, a la vista de todos, nuestra "honestidad". Yo, en materia de Historia, prefiero sentir la imparcialidad para acercarme sin desconfianza a la VERDAD, PLENA PARA TODOS, SIN RESTRICCIONES INTERESADAS NI QUEMADURAS LACERANTES; por eso veo grande a Martí, que con su cultura lucho por el equilibrio del mundo, dejando espacio para esta preferencia mía, suya o de aquel, aunque defendiera la suya.

Michelle
 18/2/14 11:39

Gracias a la autora por este artículo, En la universidad tuvo muy buenos profesores de historia, jóvenes por cierto, era muchachos muy buenos que convertían la historia en un gustado presente.

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