A Miguel Ojito Fariñas el amor por el patrimonio le llegó por información genética. Su padre, Luis Ojito, es restaurador y pronto le enseñó bien la importancia y la auténtica belleza de los objetos añejos que el niño, entonces, miraba con asombro. Él creció y pronto aprendió a reconocer con sus propios ojos el encanto de lo antiguo, la sencillez de esas obras de arte que narran historias de otras épocas y otras gentes.
Hoy Miguel Ojito, muy joven aún, ha devuelto a la ciudad importantes valores de obras de arte que constituyen símbolos de esta ciudad.
“La primera acción importante de mi carrera profesional fue la restauración de las lámparas del teatro Sauto y, dentro de ellas, el mayor reto fue la araña central. Se trata de una gran lámpara, la más grande y entre las más originales de las que se conservan en Cuba de tipo cocuyera. Exhibe un elegante estilo Luis XV y está hecha en excelente bronce y exquisito engarce de diez mil abalorios de cristal de Bacará. Pesa alrededor de una tonelada. Cuando llegó a mis manos estaba muy maltratada luego de casi ochenta años de uso sin ser restaurada. Para mí lo más hermoso y emocionante que me ha sucedido en la vida es la oportunidad de restablecer y devolver, junto a mi padre, la belleza exclusiva que tuvo la lámpara y que el tiempo había opacado”.
Pero no solo la lámpara del teatro Sauto recibió la caricia sanadora de las manos de Miguel. Otros sitios, plazas y conjuntos escultóricos conocen de cerca la profesionalidad con que el joven asume su oficio.
“A aquel primer desafío le siguieron las restauraciones del parque de la catedral y el de la Rueda Dentada, donde también ubicamos las astas de la bandera, la de la escultura Leda y el cisne y el conjunto escultórico, ambos en el Parque de la Libertad, y el diseño del enchape en mármol de la base del monumento a José Martí en la propia plaza”.
Siempre a pie de obra, junto a su equipo de restauración (Jessica Mesa)
Durante los días cercanos al aniversario 325 de la fundación de la Ciudad de los Puentes, Miguel Ojito pasó bastante tiempo cerca del conjunto escultórico de la libertad, una obra que asumió con mucho esmero junto a su equipo de trabajo.
“En esa oportunidad restablecimos los elementos faltantes, limpiamos el granito, aceitamos las pátinas de las esculturas para que estuvieran limpias y brillantes, enchapamos la base del monumento en mármol y ubicamos la cenefa en mármol negro, se integraron dos escudos de la República de Cuba en ambas puertas de acceso a las piezas escultóricas”.
No puede concebir el joven su vida sin el noble y complejo oficio de la restauración, uno que además de conocimientos implica paciencia, disciplina y ahínco.
“La restauración es un oficio hermoso y muy complicado porque en los tiempos actuales hay muchas personas que creen que saben mucho sin percatarse de que el saber está repartido. Ser absolutista es el peor error que puede cometer quien se dedique a restaurar, puesto que cuando uno se enfrenta a estas obras maestras debe tener en cuenta que está frente a un tesoro patrimonial.
”Un trabajo de este tipo exige mucho respeto, amor, investigación, preparación, cuidados y responsabilidad para no incurrir en una mala interpretación. Disfruto mucho que las personas indaguen, observen y aprecien mi trabajo”.
¿Restaurar o crear? ¿Cuál es el papel de cada una de estas especialidades? ¿Puede existir una suin la otra?
“La creación y la restauración son dos ramas de un mismo árbol. El creador engendra el arte; el arte es libre, es la interpretación más sublime de la vida con la capacidad de liberar a las personas. El restaurador debe subordinarse a la impresión, al sentimiento y la creación de ese artista; por tanto, tiene que integrarse como restaurador y sentir como el artista.
”He tenido el privilegio de trabajar en obras de grandes escultores, entre ellos Salvatore Buemi. Yo, lejos de cualquier interpretación ocultista, creo en planos espirituales superiores y siento que sus energías me acompañan durante estos trabajos. Ellos legaron sus obras maestras a las actuales generaciones y, asimismo, yo me siento con la responsabilidad de preservarlas para nuestros hijos y nietos.
”Entonces yo como restaurador tengo, de alguna manera, la oportunidad de convertirme en un creador porque trabajo sobre la base del maestro y debo sentir lo que él sintió”.
Miguel Ojito observa con detenimiento su obra desde la tranquilidad que le ofrece, como pocos días, el Parque de la Libertad. Desde su jovialidad y juventud se atreve a predecir lo que sucederá dentro de cuatro décadas, intenta predecir su futuro.
“Pasarán dos cosas: habrá quien no crea la historia que me vincula a esos monumentos y otros me reconocerán en mis obras. Lo que sí puedo asegurar es que siempre trabajaré desde la tribuna de la defensa impecable de la historia y del arte.
”De aquí a cuarenta años sueño con hacer lo que ocupa mis días hasta hoy: restaurar, buscar la ayuda de las personas más sabias, estudiar, observar y amar todos los tesoros de nuestra ciudad. Pienso seguir trabajando”.
Y no solo la restauración es una pasión para Ojito Fariñas. Mucho le ha aportado Miguel a la ciudad en un acto de sincera retribución porque Matanzas se lo ha dado todo a él. Hacia esta dama tricentenaria se dirigen sus más sinceros sentimientos.
“Cuando paso dos horas fuera de aquí ya la extraño porque en sus calles es donde me siento verdaderamente seguro. No he hallado otros encantos como los suyos, otra belleza como la suya. Sus símbolos culturales son únicos.
”Podríamos hablar sobre arte, literatura, sobre naturaleza, religión. ¡Cuánta riqueza no encontramos en sus personalidades de la ciencia, el deporte, la cultura! La urbe ha visto nacer, crecer y morir a grandes hombres y mujeres, y yo siento que su sangre también corre por mis venas.
”Creo que Matanzas y los matanceros somos uno solo. Formamos una ciudad encantadora: rodeada de ríos, enfrentada a las costas, abrazada por las montañas. Sin que me quede nada por dentro, Matanzas es mi propia vida, mi oxígeno, el agua que bebo… la siento como mi gran amor”.
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