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sábado, 23 de noviembre de 2024

Remedios y la persistencia de la luz en los cielos

A Remedios se vuelve siempre, aún aquellos que nunca estuvieron en ella, sienten que retornan a un sitio conocido…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 24/06/2020
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Preparativos Parrandas Remedios
A Remedios se vuelve siempre, aún aquellos que nunca estuvieron en ella, sienten que retornan a un sitio conocido

Remedios cumple 505 años de fundada, se trata de algo más que una ciudad para los que nacimos en ella, crecimos y hemos vuelto a conocerla de muchas maneras a lo largo de los avatares de esta existencia. No es un ser sin vida, ni la impersonal imagen de un grupo de edificios, pues hasta diría que la línea arquitectónica tiene forma de rostro, uno que a veces ríe o llora, siempre expresivo. La edad de esta villa se hunde en los vericuetos de la leyenda, cuando allá en 1513 ya se tuvo noticia de la llegada de españoles a la región y, posteriormente, la estancia en 1514 de más de cien hombres en un primer asiento. La fecha exacta es un misterio, se acepta el 24 de junio de 1515 como una convención, la misma que nos permitió celebrar el 500 aniversario antes que La Habana.

Qué decir de esta ciudad, a la que he vuelto tantas veces, hallándola como una novia, amantísima, a la puerta del cementerio que custodia la entrada al pueblo, ataviada a la usanza de tantas épocas que ya ni recuerdo qué vestido llevaba o cuál maquillaje. Remedios es bella, y se le conoce con los más rimbombantes apelativos, ella suena en los escenarios más populosos gracias al glamour de sus mejores hijos, que llevan la música de las parrandas, el espléndido baile de los terruños, los ritmos y dicharachos, la picaresca. Para las matas de nísperos, las campanadas de la Iglesia Mayor, los voladores en la noche, el olor a pólvora y el misterio, la leyenda; no hay límites. Pareciera esta una tierra de desmesuras, de magnificencia, de una grandeza que surge en lo pequeño.

Conversaba con mi amiga, la historiadora Martha Flores, sentados en un banco de la Parroquia, acerca de cómo la obra de García Márquez se parece a Remedios. De hecho, hasta en la fundación tenemos similitudes con Macondo. Como el pueblo mítico, nacimos en un lugar llamado originalmente Santa Cruz, el Río Hacha que retrata el autor colombiano en su novela Cien Años de Soledad, y es que tenemos la peculiaridad de los muchos pueblos americanos, esos que parecieran nacidos en serie, todos hijos de un mismo tronco cultural. Aquí tuvimos nuestros Aurelianos Buendía, potentados caciques cuyo poder se mezclaba con el mito, y que dejaban huellas en el imaginario. También, hubo demonios, gitanos, criaturas monstruosas, curaciones imposibles, magias nacidas de la nada que de pronto le daban un vuelco a la vida.

Nada podrá negar a Remedios, ni aun la saña con que se le trata desde el silencio mediático, el mismo que solo cesa de forma oportunista en fechas de aniversarios cerrados. Los que la vivimos y padecemos sabemos que esta ciudad encierra una vida mucho mayor, una que nos trae de la sombra esa luz que salva, que ilumina para el bien de todos y que hace de la cubanía un elemento mayor. No se trata de un oscuro pueblo del interior, ni del capricho de unos cuantos parranderos trasnochados, porque la verdadera identidad crece debajo de estos flamboyanes del parque remediano. Aquí nos reunimos cada 24 de junio, en el San Juan, para que la gloria sea compartida. Desde la compañía más terrenal y cercana, asistimos a la ceremonia ritual de una ciudad que renace de sus cenizas, cuando quemamos las cabañas de madera en torno a la plaza y saltan las chispas del porvenir que será, sí, más duro, pero que pondrá a prueba cuán remedianos somos, cuán amantes de esta bella perdida en el medio de Cuba.

Unos dirán que el furor es demasiado, que dos iglesias, una plaza y un dia de parrandas no alcanzan para amalgamar lo que se dice una ciudad. Y créanme que es suficiente, mucho más que la mayor riqueza. Para los remedianos, la trompeta y los ritmos, la noche y la magia, el misterio, son alimentos mejores que cualquier manjar. Incluso se padece por la cultura, se sacrifican vidas, sueños. Más de un fanático de los barrios se quedó sin techo, para hacer una carroza con esa madera y también, por desgracia, más de uno ha muerto en la heroica lucha por iluminar los cielos de voladores. Aquí se vive la historia, no se escribe ni se le propaga en academias, sino que se la protagoniza. Por eso los que visitan Remedios se llevan la impresión de haber nacido aquí. Luego de unas horas, de beber el agua local, de oír a su gente y demás virtudes cotidianas, los forasteros se van con el brillo de volver un día, de cortejar a la novia.

San Juan de los Remedios posee además el encanto de desagraviar dolores y odios, aquí la gente pierde rencores, todo lo serio y lo triste se disuelve en la carcajada del parrandero, en la sonrisa de la bella ciudad, que todo lo arregla con voladores. Sin mayor medicina que el aire de esta villa, muchos de los poblanos de aquí invitan a los de afuera a pasarse unas vacaciones de pureza, de bondad, de dicha. A Remedios se vuelve siempre, aún aquellos que nunca estuvieron en ella, sienten que retornan a un sitio conocido. Es la potencia de los que fundan un país, de los que aman más allá de la razón, de aquellos que han persistido en estar aquí, sí, a pesar de los pesares.

Cuando la ciudad cumpla 500 años más, si la providencia permite que eso sea, estoy seguro de que el tañer de las campanas será el mismo, el olor de las hojas de níspero igual de fresco, y la sombra de los flamboyanes servirán de refugio a otras miles de conspiraciones, tretas, toques de tambor, sonrisas al tiempo. Quizás ya nadie se acuerde de nosotros, pero viviremos en el aire, seremos para siempre la ciudad y un volador irá a iluminar una parte de esa magia.

 


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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