“¿Qué es ser feliz?”, preguntó el joven Franz.
“Estar satisfecho”, le respondió Leopold, con su abrigo puesto, y juntos caminaron hacia la cama para despojarse de prejuicios y llenar las carencias. “Usted vive la vida como a mí me hubiera gustado vivirla”, le dijo el joven y a partir de ese momento compartieron las suyas.
Son solo fragmentos del diálogo de la primera escena de la obra Gotas de agua sobre piedras calientes, del cineasta y dramaturgo alemán Rainer Werner Fassbinder, que Teatro El Público lleva a las tablas en la sala Adolfo Llauradó cada martes, miércoles y jueves a las 6 de la tarde, como estela acertada de la Semana de Teatro Alemán, que concluyó recientemente en La Habana.
Leopold Bluhm (Héctor Noas) y Franz Meister (Héctor Medina) comienzan a conocerse y son blanco mutuo de una atracción física que más tarde se convierte en amor, y mucho después, como sucede en no pocas ocasiones, se trastoca en dependencia. Esa desgarradora relación de dependencia que nubla los límites, absorbe las personalidades y hace que el masoquismo y la esclavitud convivan, sin que se perciban como algo peligroso o dañino para uno de los dos, o para ambos.
La trama no versa sobre el amor homosexual, a partir de la relación entre Franz y Leopold, ni sobre la bisexualidad, a partir de las incursiones en ella de este último con Anna Wolf ( Clara de la Caridad González), la novia de Franz, y mucho menos sobre las decisiones de cambiar lo que somos para estar más cerca de la felicidad, motivación de Vera ( Ysmercy Salomón), un travesti enamorado de Leopold y herido por él.
Fassbinder, quien escribió la obra solo con 19 años, va más allá, y por ello la vigencia de Gotas de agua sobre piedras calientes es innegable. Se ponen sobre el tapete los cuestionamientos más profundos en torno a cuan capaces somos de destruir lo que nos rodea y hasta parte de nosotros mismos en busca de la felicidad, y también de cómo podemos arruinar lo que queremos sin darnos cuenta.
Leopold es egoísta y déspota, y a la vez seductor, y funciona como una máquina de placer en la cama. Por ello, el ingenuo Franz cae rendido ante él, olvida la relación “normal” con su novia y padece el rebajamiento que es también, a veces, el amor. No soporta la ausencia, no admite el “sin ti”, y viendo a Leopold en su batalla campal contra la vergüenza, queriendo manipular los hilos de sus otras marionetas, Anna y Vera, Franz se suicida. Es el clásico final del caminante que no encuentra el final de su ruta y tiende a negarse fuera de ella.
El desequilibrio emocional de los personajes, encarnados por estos cuatro jóvenes actores de la compañía liderada por Carlos Díaz, puede llegar a abrumarnos si es que de repente nos dejamos llevar por la música cursi de la banda sonora, la escenografía ardiente y los ligeros desnudos y no nos centramos en la verdadera esencia de esa “comedia con final seudotrágico”, como la definió el propio Fassbinder:
"Es el amor visto desde la arista de saber dominar y querer ser dominado, posiciones enfermizas que llevan este sentimiento a un punto de ebullición tal que logra el mismo efecto de unas gotas de agua que caen sobre piedras calientes, a las que solo les resta evaporarse".
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