La crítica teatral se ejerce con el pulso de los tiempos. No es recomendable hacer un texto que deconstruya una pieza desde el aparato meramente categorial o desde la teoría, sino que me gusta pensar en el placer del acto de consumo y en la sinergia que ello genera hacia el interior de un fenómeno como el de las tablas.
El crítico es un cocreador que comprende los intersticios de cada obra y que a partir de su texto realiza una exégesis exigente de la dramaturgia y del trabajo actoral. El consumo tiene que tener como principio una jerarquía estética que no siempre se da de manera espontánea, sino que conlleva un acompañamiento. Por ello, la escena requiere de la palabra especializada.
En la actualidad en el mundo, la figura del árbitro de la belleza está cada vez más demeritada. El arte es un suceso que puede adoptar cualquier forma y que no aspira a otra cosa que a su mera realidad, sin que la academia ni los medios más punzantes en materia de crítica posean en eso un peso decisorio.
¿Cómo catalogar una acción dramática actuada en medio de una ciudad como París y delante de cualquier público, sino con los calificativos de la transitoriedad y lo volátil? Este entorno posmoderno de consumo ha abatido todo lo que era sólido y ha conseguido que el crítico apenas asome la cabeza tímidamente.
Más que eso, la crítica en los escenarios cubanos se está reduciendo a la nada. No se hace suficiente y se consume poco y mal. Ello afecta la retroalimentación y coloca a los públicos en una situación de indefensión. Además, los actores y directores de grupos de teatro pierden el contacto con una forma de comunicación hacia el interior del medio artístico que en condiciones normales era una ayuda.
Cuando se va a presenciar una obra en una de las salas del circuito habanero o en otros nichos de las capitales de provincia, lo primero que halla el público es una cofradía que comparte los códigos, aplaude lo mismo y posee una relación de amor/odio con los creadores del patio. Pero esa cerrazón hacia otras maneras y otros temas, esa falta de debate, solo conducen a que se vayan paralizando los conceptos y por ende las prácticas.
La crítica pudiera destrabar y hacer que se muevan esos elementos que muchos ya consideran perdidos. En Villa Clara, hace muchas décadas atrás, había un suplemento cultural llamado Huella, que dio cuenta no solo de la vida y de la obra, sino del criterio más sólido. Se hacían maratones por los municipios y se estaba presente en cuanta exposición. Nada era ajeno, ni lo popular ni lo culto. Pero con la carestía todo eso fue cayendo y hoy persiste el vacío. Ese silencio horrible que pareciera el fin del mundo.
La crítica no nace para callarse, ni existe para callar a otros. Se trata de un ejercicio que da voz y que otorga la capacidad de dialogar a los artistas con su propia obra. Si se obvia ese necesario ejercicio de reflexión, se tendrá al cabo un arte que termina en sí mismo y que no posee las ramificaciones de lo que ello implica hacia la cultura y los públicos.
El consumo es un concepto que le da vida a las obras y gracias al cual se produce la creación de sentido. Y es que el sentido no está inerte en el texto ni en las representaciones, sino que se transforma y sufre las modificaciones que el medio con toda su imperfección posee. Pero eso no queda allí, un país que requiere de la crítica, pero no la ejerce es uno en el cual el arte no cumple objetivo.
Más allá de que resulta perentorio apoyar la belleza y darle ese lugar de privilegio que merece en el organigrama de los conflictos, el crítico establece una concreción a partir de pautas que determinan una cierta jerarquía. Cierto que ello no es inamovible so pena de dañar la propia esencia del ejercicio creativo, pero deviene en actividad perentoria, inmediata y a la vez de cocreación en paralelo con el propio artista.
La crítica puede ser impresionista, especializada, en profundidad, académica, teórica, pero sobre todo tiene que ser una acción que rompa con lo que esperamos de la pieza. Esa exégesis no puede decirnos lo mismo, no se debe transformar en un ejercicio de divulgación de las artes, ni en uno de reproducción. El crítico de teatro no está para repetir lo mismo que ya se vio en escena. A él le toca que no quede un vacío en las diversas interpretaciones y aproximaciones a una obra.
El crítico posee una savia hamletiana que no renuncia a la pelea, al teatro dentro del teatro y de alguna forma a esa pasión contemplativa de la escena del monólogo (ser o no ser). ¿Habrá una recuperación de la crítica en Cuba? Solo se sabrá con el tiempo. Una sociedad que requiere de las herramientas del pensamiento y no las usa no podrá levantarse de las crisis y echar a andar todo su potencial.
Así pasa en el arte y también en la vida.Entonces no vale ignorar la ausencia de ese ejercicio, sino propiciar una reflexión sobre por qué no lo tenemos a la altura que debería. No valen los cenáculos que hacen las veces de críticos pero que no son capaces de ofrecer resultados que devengan en una esencia realmente significativa. ¿Periodismo y cultural y crítica de arte son la misma cosa? No, y si bien se superponen y pueden compartir espacios e incluso lógicas de producción, se requiere de una formación más allá de la simple y nula paciencia del espectador que luego escribe una nota de reseña.
Más que eso el crítico quiere dinamitar el orden y si por él fuese la obra misma que está analizando. No en el sentido de destruir sino de generar una sinergia que detenga la presencia de la mediocridad y del silencio que nos acompañan en la noche de las artes.
No son tiempos de soñar demasiado, pero tampoco de perder los sueños. Quienes no se interesan por un anhelo no saben sopesar la realidad. Y el ejercicio tiene que aprenderse de forma constante y llevarse con la intrepidez de un maestro. Nada vendrá a rescatarnos sino nosotros, nada es fortuito, sino que se deriva de todo el desinterés, la desidia y la manera obtusa en que se entienden las dinámicas en ciertos sectores de las artes. La crítica teatral tiene que volver y hacerse a sí misma en los espacios que merece y le competen.
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