Está demostrado que el libro, sin lector, no rebasa la condición de objeto. Claro, el que un libro no tenga lector al nacer no quiere decir que no lo tendrá nunca. A veces corresponde apostar al futuro, a la experimentación, y publicar, para ello, libros que buscan sus lectores en espacios venideros e ignotos. No obstante, como la visión de futuro no es tan común, lo más aconsejable es que nos centremos en eso que llaman objetividad para decidir hacia dónde, y con qué, guiaremos a quienes buscan, en lo que leen hoy, utilidad existencial.
Quienes no nos regimos por el mercado sino por una política cultural, por lo general ponemos en circulación muchos libros sin lectores inmediatos. Pero el lector también se construye: todos los espacios públicos y privados contribuyen a ello: el primero la educación, y luego la familia; también los medios masivos y especializados, junto a las instituciones literarias juegan su papel. Cada cual debe cumplir sus funciones para que el libro ―una de las más perdurables herramientas culturales― ejerza la influencia que le corresponde en la formación humanística de las generaciones.
La abundancia de espectadores en el terreno de los foros literarios en nuestro país pertenece al dominio de lo puntual; salvo los días de Feria del libro, las actividades por lo general discurren con notable escasez de público. Incluso, a la propia Feria, la población asiste convocada en mayor medida por las novedades, pocas veces por la programación. En varios de mis textos he analizado las causas que alejaron al público de los espacios de intercambio. No aporto nada nuevo entonces cuando afirmo que la rutina, lo reiterativo y la pobreza de los formatos son las principales. No es un fenómeno fácilmente reversible, pues el predominio de lo espectacular, lo light, y últimamente lo virtual (signos de la época) les plantaron una dura competencia: el público pasivo escuchando a un escritor hablar o leer sus textos derivó definitivamente hacia un (también menguado) auditorio gremial.
Los ajustes a que obligó en el presente año la presencia de la Covid-19 condujo a reorientaciones notables, no solo en lo literario, sino en todas las esferas de la comunicación artística. La literatura migró totalmente hacia esas variantes. Son numerosos los proyectos de esa naturaleza; en el caso de la provincia donde resido, por ejemplo, se ejecutaron tres que incluyeron a cerca de cincuenta escritores. Doy algunos detalles: con el canal de la TV se activó #poesíacontracoronavirus, para la programación de cambio, y con la participación de 21 poetas; de conjunto con la emisora provincial se desarrolló Gente de pico fino, programa de diez minutos de duración con dos frecuencias semanales y la participación de 20 narradores y cronistas; y, finalmente, para las plataformas de internet de la UNEAC y Cultura Provincial “Narrar estos días”, que ha acogido breves testimonios de 16 autores, y continúa publicando. En todos los casos existen referencias de una buena recepción.
Sin embargo, el proyecto que ―sorpresivamente para mí― mayor impacto ha tenido es el video poético Quererse de lejos, auspiciado por el Ministerio de Cultura en su canal de YouTube (a la fecha de hoy con 64 333 visualizaciones) y acogido por la TV nacional, que reiteradamente lo ha trasmitido, también en su programación de cambio y en horario estelar. Pudiera clasificar como una experiencia modélica, porque la pluralidad artística no le robó protagonismo a la poesía, difícil reto vencido en este caso por la confluencia equilibrada de talentos de diversas disciplinas. Soy uno de los autores del texto, y aseguro, sin reservas, que ningún otro de mi larga carrera me ha proporcionado tantas gratificaciones provenientes de todo tipo de públicos.
El cese obligatorio de lo presencial, para evitar contagios, concentró totalmente las actividades en los espacios virtuales. Como alternativa resulta positiva, pero sería absurdo que el entusiasmo por esas variantes cancelara las reuniones tradicionales. Se impondría entonces, una vez restablecida la normalidad, el equilibrio, de manera que, compartiendo protagonismos en la vida pública, las variantes presenciales revivan hasta alcanzar paridad con las virtuales.
Proyectos como los que describí antes deben continuar, pero sería absurdo que, anestesiados por esa inercia que no pocas veces nos caracteriza, hagamos desaparecer del todo aquellas actividades donde el público es parte esencial del intercambio. La afirmación, tantas veces escuchada en estos días, de que las variantes virtuales “llegaron para quedarse”, además de cierta, porta el peligro de instarnos a la exclusividad.
Una mirada a las cifras del Anuario Estadístico de Cuba 2018 (último en línea) nos muestra que de 2013 a 2018 se produjeron reducciones en: ejemplares de libros producidos (más de 2 millones 700 000), librerías activas (33), bibliotecas (6) y ejemplares vendidos en la Feria Internacional del Libro (más de 123 000); sin embargo, aumentaron: títulos editados (386), usuarios de bibliotecas (más de un millón 200 000), servicios en bibliotecas (más de tres millones 100 000) y visitantes a la Feria del libro (más de 177 900).
El aumento de usuarios y servicios en bibliotecas pudiéramos asociarlo con la disminución de la oferta en librerías, de la misma manera que la reducción de la tirada promedio (de 9 583 a 5 943 ejemplares por título) pudiera corresponderse con una política de impresión más atemperada con el mercado. Pero cabría una interrogante: ¿esas irregularidades no representan también la crisis de unos modos de transmitir la cultura literaria? Una, de las muchas respuestas posibles, quizás sea que la promoción de la literatura, más que su consumo, es lo que entró en crisis.
Todo lo razonado hasta aquí no significa que en el terreno de la creación literaria no se vivan replanteos y tensiones que impulsan a los escritores, cada vez más, a atemperarse a las exigencias del mercado. Bien sabemos que este constituye la más jugosa vía para que el ejercicio de la literatura ―el acto creativo en sí― resulte modus vivendi. Pero no todos ceden. Felizmente, nuestras instituciones apuestan por los valores reales de la obra literaria, y de ahí se derivan las principales estrategias de trabajo, pero el uso de algunas herramientas con las que el mercado se atemperó a los peligros del aplastante mundo de la visualidad, no le vendrían mal a nuestras filosofías, editorial y de difusión. La activación de booktoubers, por ejemplo, pudiera ingresar a nuestras dinámicas y rendir utilidades notables.
Un ambiente ideal para la literatura en la actualidad incluiría actividades en ambos dominios de la comunicación. La Internet, lo virtual, lo audiovisual multiplican exponencialmente los receptores, el alcance territorial, la hibridez multidisciplinaria; el aspecto emotivo derivado de la cercanía del receptor se hace también imprescindible en el completamiento humanista de la creación. Se avecinan nuevos tiempos, démosle al oído (y al ojo) virtual lo que piden, reconstruyamos con nuevos códigos el diálogo cercano, quizás alcancemos que la montaña venga a nosotros, pero, si no sucede así, marchemos hacia ella con nuestra palabra a la altura de la época.
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