Poesía de cósmica dimensión ofreció el poeta Pablo Neruda a los hispanohablantes. Y puede que este no sea el aspecto más trascendente de una obra que por su originalidad adquiere excepcional valor para la poesía continental americana; pero constituye una fórmula divina que atrajo la atención de críticos y lectores diversos, y que aún cautiva a las almas enamoradas.
Neruda es el poeta chileno cuyo influjo histórico puede compararse con Rubén Darío, si se obedecen los distintos registros epocales en que aparecen. Él es el artífice de tal audacia verbal en la lírica española que bien difícil le resultará pasar inadvertido a unas cuantas generaciones de enamorados. Y esto, entre otros, por ese detalle de su metáfora impredecible.
El poeta compara con desmesura sus impresiones del universo, con la gravedad que este le significaba. De modo que para él una mujer bien podría parecerse al mundo en su actitud de entrega. Montañas, ríos, la noche, el fuego… son habituales en la visión cósmica del acto poético, que lo arrastra, implacablemente, a la grandeza. “…llena de la vida del fuego/pura heredera del día destruido”, detalló a la amiga encontrada, con la magia del crepúsculo.
Y es este Neruda delicadamente nostálgico quien más allá de la idealización del ser amado hace una hendidura, paradójicamente, hacia la belleza de la concreción. “Entre los ríos canta y mi alma de ella huye”. Como si moldear en barro palpable su sentimiento, pero que no se confunda, es el infinito y excelso acto de amar, soñar, recordar o sucumbir a las mortales pasiones.
Dijo Julio Cortázar acerca del Premio Nobel de Literatura: “Neruda nos devolvió a lo nuestro, nos arrancaba de la vaga teoría de la amada y la musa europea para echarnos en los brazos a una mujer inmediata y tangible, para enseñarnos que su amor de poeta latinoamericano podía darse y escribirse “hic et nunc”, con las simples palabras del día, con los olores de nuestra calle, con la simplicidad del que descubre la belleza sin el sentimiento de los grandes helicópteros y la divina proporción”.
Por su parte, el crítico Harold Bloom situó a este “titán de lírica mundial” entre los veintiséis autores centrales de la historia de la literatura. “Ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él”, escribió el famoso.
Neftalí Ricardo Reyes Baroalto (Pablo Neruda) nació en Perral, Chile, en el año 1904 y murió en Santiago de Chile en 1973. Entre sus obras más importantes sobresalen: “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, “Canto General”, “España en mi corazón”, “Confieso que he vivido”. Comenzó su carrera literaria en la adolescencia y de su juventud data uno de los libros más leídos en la historia de la poesía: Veinte poemas de amor y una canción desesperada (publicado a sus 20 años de edad). Esta obra cuenta con brillantes imágenes que si bien no desentonan con el modernismo, sí buscaban novedad estética.
Sin embargo, el surrealismo personal que muestra Residencia en la Tierra evoca esta dimensión cósmica que podía ser la amalgama atractiva de su forma expresiva. Es un Neruda objetivo “como un párpado atrozmente levantado a la fuerza”. Habita allí el universo susceptible al poeta, su descripción a punto de lírica. Así lo expresa el filólogo Amado Alonso en su texto Poesía y estilo de Pablo Neruda.
“No hay página de Residencia en la Tierra donde falte esta terrible visión de la naturaleza que se deshace”. Explica Alonso cómo los ojos nerudianos se muestran como los únicos condenados a ver la “autodesintegración a que se entregan todos los seres vivos” y todas las cosas inertes. “Son los únicos condenados a ver el clamor del río que se destruye”.
Pablo Neruda, el cantor del amor y la nostalgia, es de este modo, un poeta que subyace ante la enormidad del universo y hace un poco más, lo vuelve eterno en la lírica.
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