Muraleando: Pa’ lante y sin miedo

Para llegar hasta El Tanque, la sede principal de este exitoso proyecto comunitario, hay que seguir la pista de los murales y subir un par de calles ligeramente inclinadas. Mis pulmones de futbolista aficionado me hicieron fácil el ascenso a pesar de la presteza; el fotógrafo, algo menos acostumbrado a la actividad física, llegó exhausto y antes de entrar tuvimos que tomarnos un descanso y secarnos el sudor.

A pesar de que en la zona corre una brisa fuerte, el sol quema lo suficiente como para que una mañana de marzo pueda confundirse con una tarde de agosto. La atmósfera, aún en esta época del año, no deja de ser una sensación de viscosa pesadumbre a causa del calor y el resplandor de las avenidas del municipio habanero de 10 de Octubre.

El lugar es fácil de reconocer: en el extremo de la cuadra hay un pequeño obelisco chapado con el nombre de diferentes países, frente a la entrada una representación de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de todos los cubanos, ofrece su mística. En el pórtico hay una estatua de “El gitanillo” (una vieja leyenda del barrio), un portón de metal lleno de dibujos y un cartel donde puede leerse: Muraleando, Premio Nacional de Cultura Comunitaria 2014.

En el interior está el jardín japonés custodiado por un payaso de colores, la sala de cine, un pequeño patio y un tanque enorme que tiempo atrás abastecía de agua a la estación de ferrocarriles y que ahora es, al mismo tiempo, una pista de baile, una cafetería donde los dulces son gratis, y el principal motor económico del proyecto: la galería donde se venden cuadros, artesanías y suvenires.

Todos en este lugar tienen un modo de hablar extrañamente amable. Algunos se expresan con ademanes que dejan ver las huellas de la vencida marginalidad a veces inevitable en algunos sitios de la ciudad. Otros son más pausados y resueltos, pero en esencia todos: niños y adultos, reciben al visitante con una ternura propia de la hospitalidad más sincera.

Orlando Matos, artesano y miembro del proyecto, nos cuenta que un par de años atrás el lugar donde ahora se erige esta especie de Palais Idéal era un terreno desierto de muy difícil acceso. “Transformarlo nos ha llevado más de tres años porque siempre estamos pensando en hacer cosas nuevas”, comenta.

“Antes, todo había que hacerlo en las calles, éramos nómadas y hacíamos la mayoría de las presentaciones y talleres en La Cascada, el centro recreativo de la zona y, en ocasiones, teníamos problemas porque coincidíamos con otras actividades o nos interrumpía la lluvia”, añade Matos.

Por su parte Manuel Díaz Baldrich, coordinador principal y creador de lo que él mismo define como un sueño comunitario, habla con orgullo cuando recuerda que en el barrio había muchos basureros que hoy son terrenos limpios, grandes murales o monumentos a figuras como Oswaldo Guayasamín. 

El acto de creación, para los gestores de esta cofradía, está lejos de ser únicamente esa defensa egoísta o acaso esa fortificación erigida por el artista contra las posibilidades más amplias de su obra a la que alguna vez se refiriera Robert Christgau. Baldrich, cabe mencionarlo, pensó siempre en un programa en el que al arte fuera un instrumento de la comunidad, lo que hace evidente una influencia de la ideología del propio Guayasamín que concibió su obra como patrimonio de los pueblos.

En nuestra incursión interrumpimos una actividad que ya se ha hecho cotidiana: la visita de delegaciones extranjeras que llegan para compartir experiencias e intercambiar con los alumnos y profesores sus conocimientos sobre las manifestaciones artísticas que se imparten en los numerosos talleres sobre teatro, danza, cerámica, pintura, muñequería, música y audiovisuales.

Gestión económica: la clave del éxito

Muraleando no recibe financiación estatal. El esfuerzo de sus creadores, de los alumnos, los padres y de las donaciones de los visitantes (sobre todo, extranjeros) han sido las principales fuentes de ingresos para armar todo la estructura material que sostiene el proyecto.

Orlando Matos piensa que las claves del éxito han sido, aunque parezcan lugares comunes: la fuerza de voluntad, tener un objetivo definido, contar con el equipo correcto de personas y la determinación de construir el mejor grupo comunitario del país.

Díaz Baldrich valida las palabras de Matos y añade que los muchachos no tienen que traer nada a las clases pues ya cuentan con lápices de colores, acuarelas, cerámica, hojas y todos los materiales necesarios para desarrollar los talleres de artes plásticas, los audiovisuales así como los de danza y música.

Cualquiera puede preguntarse cómo es posible que estas personas hayan construido tanto en tan poco tiempo y que logren financiar talleres artísticos, fiestas comunitarias y actividades culturales que, como se sabe, son costosas.

La respuesta habría que encontrarla en un sistema de financiación que sorprende por su eficiencia pero, sobre todo, por su esencia. Como se mencionó anteriormente, en el interior del viejo tanque existe una galería donde artistas y artesanos, todos miembros del grupo gestor, tienen a la venta obras que pueden ser lienzos de considerable belleza, diminutas esculturas de madera e incluso collares o aretes de palma y coco.

Las ganancias obtenidas por la venta de estos objetos no va directamente a los bolsillos de sus autores sino que la mitad es destinada al fondo del proyecto. También han ayudado las donaciones de amigos e invitados extranjeros, pero sin dudas el desprendimiento de los creadores cubanos es no solo la fuente de ingreso principal, sino una de las acciones más notables en la raíz del grupo. 

Los beneficios de esa gestión han trascendido incluso lo local, pues los visitantes foráneos que desde el año 2010 y a través de la agencia de viajes culturales Paradiso intercambian con los miembros de Muraleando habían ingresado al Ministerio de Cultura hasta el pasado año de más de $ 15 000.00 CUC.

Según su creador, tampoco se puede descuidar el aporte que han hecho todas las personas involucradas en la construcción de El Tanque. “Nadie aquí le tiene miedo al trabajo, no hace falta pedir las cosas dos veces porque esta es la casa de todos, siempre es pa’lante y sin miedo, ya sea en las colas de los rastros, en el traslado de materiales con los carretilleros y en carros particulares o en la albañilería casi improvisada, es una especie de necesidad espiritual, incluso las abuelas que no podían trabajar donaron lo que recaudaron con la venta de su obras de muñequería”, refiere.

Aunque Muraleando no descuida la esencia del arte, desecha la posibilidad de que este se convierta en un acto de vanidad enclaustrado en la subjetividad del creador y lo ponen en función de la comunidad que puede, de la misma forma, apreciarlo y servirse de él.

“Lo importante no es solo lo que hemos logrado desde el punto de vista artístico ni cuántos talentos hemos ayudado a formar sino cuánta conciencia hemos creado y cuántas personas de bien saldrán de aquí. En todo esto ha ayudado mucho haber convertido los valores y la hospitalidad en una forma de plenitud”, expresa Baldrich.

Lo mencionado por el hombre a quien todos reconocen como el alma de Muraleando es una realidad incontrastable. Basta escuchar las historias de vida de niños que apenas tenían amigos antes de formar parte del grupo, de padres que inicialmente vinieron a dejar a sus hijos y terminaron siendo alumnos del algún taller, de un joven que estuvo en prisión y encontró allí una oportunidad de cambiar el rumbo de su vida y ser importante para un grupo de muchachos que no lo juzgan por su pasado.

Hay mucho de mística en la cima de esas lomas del barrio de Lawton, no importa si  llegas exhausto bajo el sol de agosto o el de marzo porque un grupo de gente va a contagiarte con su alegría y a demostrarte cuánto se puede hacer cuando no faltan ganas de crear y de divertirse. Es inevitable: querrás unirte a ellos y terminarás sintiendo que también son tuyos un tanque inmenso, una Virgen, algún hermoso mural.