El son, nacido en las mismas entrañas de nuestra cultura, permeó la música clásica y la poesía, está presente incluso en la plasticidad de muchos de nuestros pintores que muestran el aire caribeño y el colorido deje en el trazo del pincel. Su época dorada, su estado puro como se conoció en la década de 1920, ya se extrañaba en la de 1940, cuando Alejo Carpentier, ese historiador de nuestros acordes, dijo en su libro “La música en Cuba” que fueron precisamente las discográficas de Nueva York las que comenzaron a fusionar el son con el jazz y otros ritmos del Mediterráneo americano, generando que las piezas soneras quedaran como clásicos mil veces versionados.
Carpentier señala que, no obstante, en plena república y hacia 1945, en barrios como los de Regla y Marianao o en Manzanillo, el criollo aún bailaba y tocaba son, en danzas populares donde se “rajaba la leña” como en los tiempos de Ma Teodora. El decurso del tiempo marca que la música, esa forma de reproducirse el espíritu, se trasvase con influencias foráneas. El propio son, siendo cubano, fue fruto de otros tantos híbridos y, antes de ser admitido, versionado y vendido, se sostuvo como patrimonio únicamente de las clases más desposeídas. Sabemos que el mercado mete sus guantes de seda para vender más y mejor y, en las fusiones, muchas veces marca el tempo la cantidad de público que se va a alcanzar, la cobertura mediática y ganancia monetaria a conquistar.
Hace poco, un conocido compositor y cantante que hace mucha música fusión y que ha bebido como todos del son, declaraba a los medios nacionales cubanos que, si bien su obra no se había desmarcado de la tradición, ya era hora de tomar otros derroteros puesto que es necesario “ser visible”. Bajo la óptica de que existir es ser percibido, ese pragmatismo descarnado que Marx llama “práctica en su manera suciamente judaica de manifestarse”, se han perdido muchas esencias musicales y culturales. La música es un símbolo, tiene un valor por tanto ideológico, aglutinador, su letra y su ritmo van más allá de sí mismos y ostentan como todo arte la noción de lo referencial.
¿A qué referentes nos está remitiendo la música fusión, que usa el son, pero dice ir más allá? Un estudio serio, que sitúe dónde empieza lo cubano y dónde termina, un bosquejo crítico que establezca bajo qué paradigmas del mercado se mueven hoy los llamados ritmos populares nos podrían arrojar varias lógicas tecnocráticas, ideologizadas del lado de la mercadotecnia, imbricadas en un lujoso embalaje. Cuando se viaja por los campos de Cuba y se ve el azul y su mezcla de verde, imposible no pensar en los acordes de tantas noches soneras, pero la vida cada vez más urbana nos impone una visión, un paradigma que no podemos obviar. Hacer música popular, quizás no muy elaborada ni sentida, es hoy una manera de ganarse la vida, de viajar, de vivir la vida distinta y distante, esa que se separa de las bases populares. Como forma de arte y como esfera ideológica, ya sabemos que otros ritmos más populares en la actualidad responden con mucha fuerza a esa referencialidad externa del hombre de éxito.
Cada ritmo se debe a una raíz y el son puro lo hacían aquellos desclasados de inicios del siglo XX, ¿hacer son-fusión hoy a qué bases responde? Muchas veces bajo la fórmula vendible de “música cubana” está el embalaje de la banalidad, donde se pierde el sonido y la letra nada dice. Los públicos se educan y, por desgracia, no existen muchos espacios donde la juventud pueda diversificar su oído musical y ello daría para un debate mucho más extenso. Para mencionar solo algunas de las aristas que la actual producción debiera pulir, no es lo mismo hacerle culto a la belleza (a la manera de Corona a Longina) que el hedonismo y el arquetipo físico de la mujer-objeto. Tampoco debiera confundirse el choteo criollo, con alusiones tan evidentes que dejan de ser alusiones.
Ese estudioso de la historia de la música, Alejo Carpentier, no se equivoca al ir hilvanándola a las diferentes etapas de nuestra isla y las maneras de pensar, al vernos como resultado de ese caldo de cultivo mediterráneo que es el Caribe. Mar del que forman parte tanto Loussiana como La Habana y que deviene cuna de muchos trasvases válidos, toda vez que fuera un disparate pretender como camisa de fuerza que el son se mantuviese impoluto, sin máculas culturales. Pero no debe perderse de vista que toda producción, todo choque espiritual y de masas, responden a un momento, a fuerzas visibles e invisibles que en su momento enseñan la oreja peluda del mercado y el egoísmo.
El mismo comercio que apenas les pagaba a los músicos populares de inicios del siglo XX, ahora paga muchísimo y mientras menos elaborada la pieza mejor. Las trasnacionales le tienen terror a la academia, si bien se sirven de esta de manera instrumental. Hacer cultura es influir, e influye aquel que tiene intereses sobre los demás, bajo esa mirada habría que ver qué valores son los que están “arriba de la bola” en el consumo musical cubano. Tendencia a ver la música como puro mercado hay ya en nuestros circuitos culturales, mentalidad de embalaje vendible sobra en algunos de los hacedores de letras y ritmos. Los géneros, como el son, pueden seguir vivos, pero sería lamentable tenerlos que ofrecer una vez y otra al holocausto rampante de la mercancía, donde sabemos que se pierde toda ingenuidad.
guadarramas
7/3/18 16:03
No soy músico, ni mucho menos, aunque de oído toco algo la guitarra, como todo joven de los 60, fui seguidor de Los Beatles, Los Rolling Stone, Elvys Presley, Paul Anka, Bill Haley y sus Cometas y muchos otros más cultivadores del Rock and Roll, además de gustarme el jazz del Duke Ellington (perdonen la falta si no se escribe de esta forma) ese jazz del sur de los EE.UU, de Nueva Orleans donde además se ajiacó con el son cubano y de donde también tomamos sonoridades, notas y formas de hacer que le dieron otro matiz al sentido sonero de Cuba. Me gustaç, me regodea cuando escucho a Adalberto Alvarez, Al Septeto Santiaguero, Eliades Ochoa, los Jovenes Clasicos del Son y recientemente a las Mulatas del Son. Sin dejar de pensar en el Conjunto Habanero y el de Ignacio Piñeiro, que de igual forma cambiaron la forma de tocar el son, incluso hasta de bailarlo. Soy un enamorado del baile del casino, lo aprendí a bailar en Cienfuegos y lo puli en la Habana en mi epoca de servicio militar, aun con 69 años cuando tiro mis pasillos me percato que los jovenes de ahora lo bailan distintos las coreografías en ocasiones no van al compás del bajo y la tumbadora, que no se por qué ahora le dicen congas, y se pierden con el golpe del cencerro o la campana, mucho movimiento a fuerza de correría y piruetas en ocasiones algo desagradable. En mi casa se escuchaba todo tipo de musica, mi padre, tocaba el tres y la guitarra, componía sus propias canciones, para nosotros, boleros a mi mamá, que nos hizo crear un oido fino musical hasta nuestros dias. Hago todo este recuento porque no todos los tiempos son iguales, respeto el articulo, el que por demás considero muy bueno y atinado, pero de la entrevista de ese músico Descemer Bueno, por qué no llamarlo por su nombre, me parece que se ha querido hacer leña, donde con toda honestidad y cubanía expuso del por qué necesitamos abrirnos al mercado internacional, a partir de esa entrevista me dediqué a escuchar sus canciones no las veo tan banales, tiene una forma pegajosa y lírica al oido y sus letras no utiliza frases chavacanas, ni de doble sentido tan siquiera, es más detrás de lo que toca siento un bajo soneando, un bateria cubaneando, aunque sea una canción, una balada, un estilo muy cubano; como lo hicieron Elena, Portillo de la Luz, Moraima, Omara, el King, Angelito, y otros cuando surgió el felleing. como lo hizo Silvio, Noel Nicola, Amaury Perez, Pablo Milanes con independencia de sus cambios, y que luego a pesar de los ataques hoy son patrimonio de la cubanía. Es cierto no se puede hacer concesiones al mercado para vender como parte de Cuba, solo al tabaco, el ron y las mulatas y muchos menos vestirlas con atuendos playeros utilizando nuestra bandera. Eso si es una ofensa que incluso puede ser sancionado porque ofende los simbolos patrios, hay que llamar al orden, pero debemos abarrotar el mercado tanto interno como externo de buena musica cubana, no lo que vemos, escuchamos, tanto por la radio como por la televisión, que verdaderamente constituyen perfectas obras de desarte y se les da tanta popularidad, tanta frecuencia hasta el cansancio, esas hacen más daños desde dentro.
Clara
7/3/18 10:08
Uf ese comentario se parece al de Alexis Triana publicado en Granma. Te admiraba pero ahora veo que sigues la línea editorial que te dictan desde arriba
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