Aunque son de la mejor cerámica, los platos de Manuel no se usan para comer. Es más, a nadie se le ocurriría comer en un plato de Manuel. Los platos de Manuel son para colgar en un lugar privilegiado de la sala de la casa, la biblioteca o ese sitio acogedor donde se reciben a las visitas. Los platos de Manuel son para regodearse, para exhibirlos.
En Matanzas, la ciudad cubana donde vive Manuel Hernández Valdés, tener un plato suyo es un privilegio bastante común entre intelectuales; porque aunque sus obras cuestan bastante caras en el mercado en divisas, él los regala a diestra y siniestra por cualquier motivo: un cumpleaños, un homenaje, una despedida…
No podría contar ahora mismo en cuántos lugares he encontrado platos de Manuel. Enseguida uno sabe que son de él, porque aunque van desde dimensiones pequeñas hasta otros más grandes que semejan fuentes, siempre, siempre, regalan imágenes de guajiros, de paisajes campestres y resaltan por sus colores verdes, anaranjados y amarillos.
A veces Manuel usa sus platos para estampar caricaturas, porque no puede vivir sin el humor. Por ahí empezó Manuel, el caricaturista del Dedeté (de Juventud Rebelde), que luego, cuando llegó el Período Especial regresaría a Matanzas y comenzaría a experimentar, gracias a algunos amigos, con la cerámica.
La cerámica ha sido para Manuel desde entonces un modo de supervivencia y una pasión. En diferentes entrevistas ha contado que gracias a sus platos pudo sobrevivir los años duros de la crisis de los 90 del siglo pasado. “Me recuperé del derrumbe de los periódicos dibujando cerámicas, por eso me aferré a esa técnica como lo había hecho en la prensa con las caricaturas”, dice en entrevista a Lis García Arango.
Y se ha aferrado tanto que hoy es imposible hablar de cerámica en Matanzas sin mencionar su nombre, aunque su intención al acercarse a esa técnica nunca fuera la de trascender, sino la de mejorar económicamente.
Ahora que la Feria Internacional de Artesanía está dedicada a Matanzas y a la cerámica, llego hasta la casa de Manuel, en la calle Milanés. “¿Y qué tú haces que no estás en La Habana?”. Y me responde con esa modestia que le caracteriza: “Na, hay unas obritas mías ahí, pero pocas. Lo que sí van a presentar el libro Manuel=Manuel. Yo no tengo muchas ganas de ir, pero la gente de la ACAA (Asociación Cubana de Artesanos y Artistas) lo organizaron y voy”.
Manuel es enemigo del bullicio. No le gusta alejarse de Matanzas, donde encuentra la paz y la tranquilidad que necesita para trabajar y vivir. Por eso cuando va está loco por regresar. Dice que La Habana es enajenante. ¡Y qué decir del extranjero, que “es como una tortura”! Por eso tampoco aceptó ir la Feria de Artesanía en Canadá, adonde ha sido invitado. “Allá hay mucho frío”, dice para justificarse.
Manuel, el Manuel del que escribo, el de los platos, es Premio Nacional del Humor de 2006, Premio Nacional de Periodismo José Martí de 1993 y está considerado como uno de los mejores cien caricaturistas del mundo.
Pues Manuel va a La Habana, participa en FIART 2015, comparte con sus amigos de la ACAA de Matanzas, ve de paso a sus compañeros caricaturistas y regresa a su casa, porque además, está acatarrado.
En su hogar Manuel guarda los primeros platos que confeccionó. Dice que no los vende por nada del mundo. Sus inicios en la cerámica siempre tendrá que agradecérselos a Aniceto Mario e Isabel Gimeno, con ellos comenzó hace más de 20 años en la técnica de la mayólica; al principio solo reproduciendo los chistes que publicaba en la prensa.
Le confiesa a García Arango en el volumen Manuel=Manuel que se pasaba una semana confeccionando un plato lo más cercano a su ideal de perfección. Con ellos, dice, “aprendí ese arte que me encantó por su magia. Así me adentré en ese mundo soñado”.
Manuel Cepero fue otro de los amigos vinculados al inicio de Manuel en la cerámica. En su taller de Cojímar, Manuel también pudo practicar. Con él comenzó a trabajar luego, en 1994, en la Galería Taller de Cerámica de Varadero, perteneciente al Fondo Cubano de Bienes Culturales. De esa forma estaría vinculado a la primera galería que se abrió con fines comerciales en el importante polo turístico cubano.
Cuentan que a finales de 1996 era el artista que más vendía en Varadero. En esa época se acercó más a la decoración de cerámica con fines comerciales. Declara que debe haber pintado 30 o 40 mil piezas de cerámica que están diseminadas por el mundo.
Desde finales de los años 90 del siglo XX, las obras de Manuel se han vendido en el Hotel Internacional de Varadero, en el Trip Península y en la galería del Centro de convenciones Plaza América, entre otros. Quienes conocen de arte se interesan por su creación, pero a muchos extranjeros les atrae simplemente el colorido y compran sus obras sin imaginar el valor estético. Ese es uno de los riegos que se corre cuando se comercializan las obras en sitios turísticos.
Pero Manuel no solo confecciona y dibuja platos, aunque en la cerámica estos lo distingan. Pinta sobre cualquier soporte: guatacas, faroles, tejas, losas… Ha contado que su inicio en la cerámica fue rudimentario, “con esfuerzo, tragedias y fracasos”. Para él la cerámica es la tierra y el fuego. Y si por algo prefiere la cerámica a la pintura sobre tela es porque “las obras al salir del horno son más imperecederas que el lienzo”.
Desde que comenzara a elaborar sus platos y otros soportes, varios talleres han visto salir de sus hornos las obras de Manuel. Primero los de sus amigos Aniceto Mario e Isabel Gimeno y luego el de Cepero, en Cojímar. Este al marcharse del país se lo dejaría como herencia y Manuel lo trasladaría para la finca La Julia, en Los Molinos, en las afueras de Matanzas.
Durante varios años, cuando Manuel Hernández se perdía por unos días, media Matanzas sabía que era porque estaba en el taller, en Los Molinos, un lugar paradisíaco donde trabajaba con su amigo Guillermo García Betancourt. Guillermo elaboraba los soportes y Manuel pintaba.
Y desde 2011 hasta hoy los platos de Manuel nacen del taller de su amigo, el escultor Osmany Betancourt (Lolo), un sitio ubicado en las márgenes del río San Juan, y adonde el artista asiste de lunes a sábado para trabajar, porque trabajar para Manuel es como una enfermedad crónica, no puede dejar de hacerlo.
Con sus platos Manuel ha ganado premios en la Bienal Internacional del Humor de San Antonio de los Baños, y por la constancia creativa en la confección de la cerámica, el Consejo Mundial de la UNESCO le confirió en 1997 la Medalla Pablo Picasso.
Aunque nunca me lo ha dicho, sé que Manuel nunca imaginó que tendría tanto éxito con la cerámica. ¿En qué radica ese éxito? Es una combinación de muchas pequeñas cosas: la aparente simpleza de los dibujos que estampa sobre sus platos u otros soportes, el ambiente campestre, la tranquilidad y el relajamiento, los colores del campo cubano, el valle, los paisajes, los guajiros, las palmas…
Por cierto, las mujeres que dibuja Manuel representan el rostro de su esposa Sarita, a quien él mismo llama “guajira carirredonda”, y los hombres son la viva estampa de los guajiros que conoció en su natal valle de Guamacaro, en el municipio matancero de Limonar.
El propio Manuel no es consciente del valor de sus obras, de la cubanía que transmite en ellas y de cuánto ha aportado con su arte al trabajo de la cerámica en Cuba. O sí lo es, y jamás lo reconocerá, porque la sencillez forma parte indisoluble de su personalidad.
Para los críticos de las Artes Plásticas quizás resulte muy difícil valorar en toda su magnitud la obra como ceramista de Manuel, sobre todo porque esta se encuentra dispersa por todo el mundo. Pero sin demeritar a otros artistas plásticos, y con el limitado conocimiento que poseo sobre el tema, no creo que haya en Cuba otro pintor con la calidad de Manuel, dedicado casi por entero a la cerámica.
¿Y Manuel? Debe estar dibujando algún plato de cerámica que ocupará un sitio de privilegio en cualquier hogar de Matanzas, Cuba o el mundo; un plato que nunca nadie usará para comer, porque, ¿a quién se le ocurriría comer sobre una obra de arte?
gerardo
19/12/15 14:22
Fabuloso! Saludos desde Mexico
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