Cuando asistí por primera vez a un concierto de la Orquesta Sinfónica de Matanzas, lo primero que advertí, incluso antes de que se escuchara la primera nota musical, fue la juventud que predominaba entre sus integrantes.
Si bien los muchachos asumen cada presentación con dedicación extrema, haciendo gala de la preparación que recibieron en las academias de arte, existen disímiles factores que atentan contra la permanencia de los músicos en la formación, una de las más antiguas de su tipo en Cuba. Entre los que sobresalen el primer lugar es para la economía.
“Es una formación imprescindible; sin embrago, tristemente no se le concede la importancia que posee. Esta es una institución subvencionada, que ocasiona gastos y a la que se le debe dedicar un presupuesto considerable para que sus músicos se luzcan y se proyecten más ampliamente hacia la población. En ese aspecto tenemos limitaciones y eso nos lastima muchísimo.
“Por ejemplo, un egresado gana 250 pesos en moneda nacional como músico de la orquesta tocando muchas horas, mientras que en cualquier paladar o en Varadero tocan un rato y ganan lo mismo que durante todo un mes en nuestra formación. No hay un incentivo económico y eso ha acerado la permanencia de los músicos.
“Hemos tenido momentos de quedarnos con cuatro violines primeros, cinco violines segundos, dos chelos, violas por el estilo y los contrabajos son los más estables”, reconoció Ileana Moliner, directora general de la Orquesta Sinfónica de Matanzas durante gran parte de su vida.
La posibilidad de viajar también aportaría herramientas para el desempeño de los músicos, al tiempo que permitiría constatar una vez más el alto nivel de la educación artística cubana, sintetiza la profesora Ileana.
“Hay algo que la orquesta no hace pero que sería muy satisfactorio para su desempeño que es viajar. Ello permitiría la confrontación artística de nuestros músicos con otro mundo, con otras formas de hacer”.
Entre las piezas de su repertorio resaltan las interpretaciones de la música cubana, con exponentes preclaros que constituyen paradigmas a nivel mundial. Pero muchas veces se complejiza la imprescindible labor de difundir las antológicas piezas que enaltecen la producción musical de la isla debido a las limitantes para adquirir las partituras.
“Es muy importante porque los jóvenes muchas veces no conocen nuestros orígenes, los referentes de la historia y la cultura cubanas. Cuesta mucho trabajo insertarnos en el conocimiento de los grandes compositores cubanos para orquesta sinfónica porque no tenemos las partituras.
“Más fácil se puede bajar de Internet cualquier pieza extranjera que la música nacional y esto también frena el desarrollo de la orquesta”, advierte Moliner.
El desaliento a veces ha encontrado nido en el alma de la gente que hace mucho tiempo espera por algo que no llega. La falta de proyecciones no puede menos que doler justo donde debería existir al menos un halo de esperanza.
“Me encanta hablar con los jóvenes y estoy segura de que mis sueños coinciden en gran parte con los suyos. En estos momentos, con respecto a la Orquesta, lo único que deseo es su permanencia, que no desaparezca. Ni siquiera me atrevería a augurar un futuro para esos muchachos. Ojalá que haya mucha luz en su camino.
“Todo tiene solución, asegura la maestra, lo que hay es que tener voluntad para encontrar el mejor camino”.
A pesar de los contratiempos, de los tiempos en que casi parecía extinguirse la última llama de esperanza para una institución de sobrada historia, respetada en Matanzas, Cuba y el mundo, la orquesta jamás ha detenido su trabajo porque siempre habrá alguien dispuesto a continuar el camino por pedregoso que se muestre.
“Si un día quedara un solo músico en esta orquesta seré yo porque nunca permitiré que desaparezca. A ella le debo mi vida, mis sentimientos, es lo que me llena de satisfacción y siempre he trabajado con mucho amor. No estamos brillando como un sol pero al menos aportamos un rayo de luz al gusto de nuestro público”.
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