Alejo Carpentier, figura central del pensamiento latinoamericano, encarna la confluencia de múltiples disciplinas que definirán su legado.
Nacido de una familia de rica herencia cultural, Carpentier se nutrió desde pequeño de influencias diversas; su padre, arquitecto francés, y su madre, profesora de idiomas de origen ruso, sembraron en él las semillas de un intelecto inquieto.
Desde 1917, su pasión por la música lo llevó a estudiar teoría musical en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Esta formación sería clave en su obra "La música en Cuba", publicada en la década de 1940, donde se entrelazan sus conocimientos musicales con un profundo amor por su patria. Su compromiso social lo llevó a integrarse al Grupo Minorista en 1923 y a firmar el Manifiesto Minorista, acciones que le valieron la acusación de comunista, marcando su vida como un revolucionario comprometido.
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Carpentier no solo analiza la música cubana; la vive y respira. En su perspectiva, el siglo XVI es crucial, pues es entonces cuando las primeras melodías e instrumentos comenzaron a delinear la sonoridad criolla. La llegada de músicos y sus instrumentos, entre los que se destaca la guitarra, dio origen a una diversidad musical que fusionó influencias españolas y africanas. Esta mezcla se tradujo en géneros como el son cubano y la contradanza, que pronto se convertirían en símbolos de la identidad cubana.
El siglo XVII, aunque marcado por la decadencia, también fue testigo de la coexistencia de culturas musicales. La música profana se impuso, y la enseñanza musical comenzó a florecer, sentando las bases para la producción de compositores que trascenderían su época. Carpentier observa cómo la música religiosa y popular se entrelazan, reflejando la complejidad de la identidad cubana.
El siglo XVIII trae consigo un renacer musical, con la figura de Esteban Salas y Castro, quien se erige como el primer compositor cubano de música clásica. Su legado, junto al de contemporáneos como Juan París y Antonio Raffelín, cimenta el camino hacia el nacionalismo musical cubano. La influencia de las tonadillas escénicas y la ópera comienza a gestarse, enriqueciendo el paisaje sonoro de la isla.
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A medida que avanzamos hacia el siglo XIX, la música cubana se enfrenta a un proceso de consolidación. La obra de Ignacio Cervantes Kawanagh marca un hito en la orquestación moderna, mientras que el nacionalismo musical se arraiga en las composiciones de Manuel Saumell, a quien se reconoce como el padre del nacionalismo. La contradanza evoluciona y da paso a nuevos géneros, como el danzón y la habanera, reflejando una identidad nacional en constante crecimiento.
La música popular también encuentra su voz en figuras como Enrique Guerrero, José Sánchez y Manuel Corona, quienes aportan al desarrollo de géneros que resonarán en el corazón del pueblo cubano. A su vez, el jazz comienza a asomarse en la isla, creando un puente entre dos tradiciones musicales.
Carpentier, con su mirada aguda y su pluma incisiva, nos ofrece un recorrido fascinante por la historia musical de Cuba. A 120 años de su nacimiento, su obra "La música en Cuba" se erige como un testimonio eterno de la riqueza cultural de la isla, donde la música no solo es arte, sino también un vehículo de identidad y resistencia. Su legado, un canto a la autenticidad, sigue resonando en cada rincón de la patria que tanto amó.
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