La poesía abraza la Feria

ENTRE POETAS ANDA EL MITO

Envuelta entre metáforas, símiles y decires cotidianos con resonancias de lirismo, la poesía ocupó un lugar primordial en la XXIII Feria Internacional del Libro de La Habana, porque no cabría esperarse que ocurriera algo diferente en esta tierra de poetas, donde desde siempre los enamorados se entrecruzaban décimas.

¿Dónde encontrarla en esta edición de la Feria?, me pregunto al decidirme a enfocarla, aislándola casi como tema de estudio. Intenté hacerlo y fracasé, al descubrirla más allá de los índices temáticos, como las lecturas compartidas en el Hurón Azul de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Allí no cabía la búsqueda, porque ella salía al paso oronda, todos los días desde las  tres hasta la siete de la tarde y jugaba a escondidas con los oros de la tarde que intentan alargar estas veladas, que tampoco lo son, donde algunos leen y otros crean cuando la palabra brota con vestiduras líricas, en esos instantes en que no hay tiempo para apresarla en una hoja o un simple pedazo de papel.

Y esto ha ocurrido tarde a tarde, aun cuando otros han traído páginas selectas, perfiladas hasta una perfección como caracteriza a Oscar López o Thelvia Marín.

Bajo los árboles, en esa área privilegiada por la sombra, donde los poetas se hermanan porque el tuteo no respeta historias, ni famas, porque todos comparten el ansia de atrapar sentimientos y anhelos sin revestirlas de fatuidades, han ocupado un lugar importante, junto a quienes premios y ediciones les colocan en lugares de preeminencia, los jóvenes talentos, quienes se estrenan en grupos como el de creación literaria Nicolás Guillén y A la Décima, donde se han forjado los novísimos que han ido adquiriendo oficio, nombre y el raro don de no parecerse a nadie. Son capaces de incursionar en técnicas tan retadoras como los haiku, uno de los cuales escuché en labios de Oscar Álvarez, ya multipremiado en concursos, como el que tituló Casanova: Quebré la luz,/ de su núbil garganta/ me he vuelto dueño”.

TROVA Y POESÍA EN LA PÉRGOLA

Un lugar recurrente para quienes no desperdician un instante para deleitarse y deleitar con sus creaciones musicales y literarias es la Pérgola, ya famosa por los caudales de lirismo y de aires de trova, público y artistas que se reúnen y conforman una atmósfera muy peculiar, que a nada ni nadie se parece, porque allí parece existir la empatía de quienes saben comprender que el ambiente no se recrea con escenarios de lujo, ni agrupaciones de gran formato.

EN SU REINO DE ESTE MUNDO

Ella llega y se impone, descubre más que un resquicio un lugar ideal en la Casa Guayasamín, lugar mágico que atrae voces de distintas generaciones que saben pulsar las claves de la poesía, en esas lecturas de poesía, que han reunido a quienes saben tejer de sueños y realidades una atmósfera no soñada, con estilos tan diferentes como el joven ecuatoriano Cristian Avecillas, quien acude a los llamados de Casa de las Américas, esta vez con su libro Homo Poeticus, que sorprendió a quienes no lo conocen, pues quienes hemos seguido su trayectoria esperamos todo de él.

Y en esa casa, ocurrió algo que aportó historia a estas lecturas, la de Reina María Rodríguez, Premio Nacional de Poesía 2014, quien  leyó algunos de sus poema inéditos, entre ellos Una nube carmesí, de la cual cito su última estrofa que flamea, a fuerza de imágenes a todo color: “A ninguno le gustaba la naturaleza/ más que los libros grandes/ con solapas anchas/ donde meter la cabeza y la vida chiquita/ y beber de los ríos un agua coloreada/ entre sus líneas/ “la nube carmesí”/el alma que podía ser devorada/ mientras escribo como ella/ versos sin naturaleza/ que a nadie le hacen falta/ tampoco.”