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viernes, 1 de noviembre de 2024

La guerra desde ojos de niños

El filme Cuba Libre, del realizador Jorge Luis Sánchez, capta notablemente el pesimismo, la frustración y la tragedia de una época...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 06/12/2015
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Hace tiempo vengo insistiendo a los profesores de Historia de las enseñanzas Primaria y  Media en que, cuando aborden la estrategia militar de Máximo Gómez en la Guerra del  95 se apoyen en el animado Campaña de verano, de Elpidio Valdés, para una mejor comprensión de la materia por el alumnado.

Asimismo al impartir la Revolución del 33, ¿qué mejor imagen para ilustrar la frustración de esta etapa que la del segundo capítulo de Lucía, de Humberto Solás, cuando en la secuencia de la embriaguez en el cafetín, la protagonista (Eslinda Núñez) ve desmoronarse moralmente a su amante y a sus dos amigos?

Ahora, a mi hipotética “filmografía educativa” debo agregar, cuando se diserte sobre la Guerrahispano-cubano-norteamericana, a Cuba libre, el  reciente filme de Jorge Luis Sánchez que concursa en la categoría de Largometrajes en el 37º Festival del Nuevo cine Latinoamericano.

Tal parece que entre los realizadores de nuestra América ha prendido la idea de analizar cinematográficamente la historia, incluso de la del muy cercano siglo XX, a través de resonancias actuales. Dos ejemplos: El clan, de Pablo Trapero; y Magallanes, de Salvador del Solar, también concursantes en la cita fílmica. 

En diálogo que sostuve con Jorge Luis Sánchez acerca de Cuba Libre, confesaba: “Generalmente nuestros grandes y excelentes filmes del siglo XIX han exaltado el optimismo, la valentía y el furor de los cubanos que vivieron aquellos años en los que éramos, más que una colonia, una máscara miserable de España”.

“En esta película, igualmente ubicada su trama en ese siglo, me interesó complejizar y mostrar conductas humanas en las que caben la valentía, el optimismo, el furor, perotambién el pesimismo, la frustración y la tragedia”.

Estamos, en el filme, a inicios de 1898. España no puede ya ganar militarmente la guerra pero los cubanos aun no la han ganado. La voladura del acorazado Maine le da el pretexto a Estados Unidos para intervenir en la contienda. Viene la  derrota española,  la ocupación yanqui, la  frustración mambisa.

Todo esto se cuenta desde la óptica de dos niños, Samuel y Simón, aquel hijo de un emigrante jamaicano,  el último, de un coronel mambí que vivió un tiempo en los Estados Unidos. Ambos estudian en un colegio para pobres de la Iglesia Católica, regentado por un cura que prefigura el falangismo de 1936. 

Sánchez elude el maniqueísmo y la retórica y nos muestra su tesis a través de imágenes, a puro buen cine. Los soldados yanquis que participan en la guerra son en su abrumadora mayoría negros. En tiempos de la ocupación son sustituidos con una soldadesca totalmente blanca, como se revela en un paneo.

Los horrores de la Reconcentración Weyleriana se nos muestra en los civiles hambrientos que sobreviven gracias a la  harina con boniato que les brindan las monjas y en la muchacha que vende su cuerpo porque ella y los suyos tienen hambre.

Todos los manuales sobre esta etapa hablan de la falta de unidad entre los patriotas cubanos. Sin caer en retóricas, Sánchez lo va demostrando en secuencias sucesivas que culminan en la toma de posesión como alcalde del teniente coronel mambí que ha traicionado su pasado glorioso.

Otro personaje, Majulia (Georgina Almanza), resume de manera genial, el drama nacional: “Hace falta cabeza”, similar a lo que Máximo Gómez dijera por aquellos días: “Este era el momento para Martí”.

En el terreno de las actuaciones, los dos niños, Alejandro Guerrero (Simón) y Christian Sánchez (Samuel), son convincentes a pesar de su lógica inexperiencia, aunque el último se muestra algo inseguro en los diálogos en español cargados de intensidad dramática, no así en los parlamentos en inglés.

Manuel Porto (El cura) como Isabel Santos (la maestra) transitan en una cuerda floja actoral porque sus personajes bordean la caricatura, pero la profesionalidad de ambos los hace sostenerse y hacerse creíbles.

El resto del elenco se muestra eficaz con destaque para la  veteranísima Georgina Almanza.

Cuba libre no es una cinta perfecta a pesar de sus incuestionables  valores. En la segunda mitad del filme, por ejemplo, el ritmo decae y se aprecia la ausencia de una edición más audaz, la necesidad de unas tijeras fílmicas que hubieran aliviado la longitud del metraje.

Y en la escena de la voladura del Maine da la impresión de que el acorazado explota en plena navegación cuando lo cierto fue, como lo recalca un personaje dentro del filme, que se hallaba fondeado en el puerto habanero.

¿Ganará Cuba Libre algún coral? Solo Dios y el jurado lo saben. Pero la cinematografía cubana necesitaba para estos tiempos un filme así y agradecemos a Jorge Luis Sánchez el haberlo realizado.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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