El teatro en Cuba ha tomado los derroteros del discurso más atrevido, abundan tanto la gestualidad como el parlamento, la adaptación de obras clásicas como la hechura de otras que abordan diferentes apuestas artísticas. En ese escenario, se forman figuras claves en el horizonte de una actividad que los cubanos sabemos apreciar, también siguen funcionando escuelas especializadas en dramaturgia y actuación.
Estrenos como los realizados por el Teatro El Público han promovido la reflexión de los cubanos, desde temáticas vanguardistas como la emigración, la pobreza, las esperanzas y las oportunidades de realización. Otros conjuntos, como El Ciervo Encantado, prefieren encauzar su trabajo en códigos gestuales y simbólicos en una clara lectura de la realidad que no deja espacios ni a la mediocridad ni la complacencia.
Y es que el teatro fue y es una manera de comunicar las ansias y las carencias de cualquier momento histórico de la humanidad, encarna las funciones de una catarsis que no termina en el visionaje de la obra, sino que llama al pensamiento crítico en torno a las grandes cuestiones. Lo difícil en teatro estará siempre en mantener la vigencia y el rigor de ese discurso lectivo de la historia.
Partiendo de la tradición colonial, hubo en nuestras tablas una vanguardia que desde siempre se atrevió a lanzar propuestas de relectura social, de simbolización de los conflictos. Así, en el teatro encontramos huellas del independentismo nacional, siendo este medio uno de los más expeditos para expresar, en el ámbito urbano, las luchas que acontecieron en la manigua.
En la República encontramos a ese gran dramaturgo del absurdo, Virgilio Piñera, quien retratara la dimensión humana de la tragedia y la comedia en unos parlamentos todavía deliciosos a quienes sostenemos un espíritu crítico. Para el escritor origenista, el teatro no era sólo un divertimento burgués, sino la manera en que se subvertían las fórmulas consabidas y retrógradas de lo social, una especie de revolución.
La obra Los siervos, de Piñera, se anticipó a la situación de derrumbe que terminó con el experimento del socialismo en Europa del Este, muchas décadas antes de que pudiéramos imaginar que algo así sucediera. Como en el Hamlet de Shakespeare, algo podrido había que develar siempre en la verdad oculta del universo cotidiano.
Rine Leal, ese estudioso de nuestro teatro, aborda en su libro La selva oscura, los entresijos de una nacionalidad vista de diferentes maneras desde las tablas. Así tenemos la prueba documental de por qué los cubanos tendemos a ver en las obras una especie de espejo de la verdad. No hay más que echar un vistazo por el circuito de Línea en La Habana, donde yacen muchos de los discursos teatrales más atrevidos.
Hoy existen propuestas que recogen la tradición e intentan darle tintes más actuales. Abunda el absurdo, lo grotesco, el humor criollo, la parábola, el cronotopo del archipiélago y del viaje presentes en la cubanidad. Pero sobre todo, cuando vemos una obra, nos vemos nosotros, así ocurre por ejemplo con Harry Potter, se acabó la magia, una obra degustada en la capital. Dicha pieza aborda los encantos y desencantos de un momento lleno de dudas, desde el discurso más artístico.
El uso de esa magia, que no es necesariamente medieval, caracteriza al teatro cubano entre los tantos del mundo, les dan a los actores y libretistas nacionales un sello que los lleva ante los escenarios más exigentes. La fórmula criollísima se desarrolla paralela a la realidad, comportándose como su doble malévolo o crítico.
En 10 millones, una de las más polémicas propuestas del teatro cubano más reciente, se nos muestra el momento crucial de la historia revolucionaria del pasado siglo, ese en que quisimos sobrepasarnos. El esfuerzo de aquella gesta se refleja en los rostros y los dramas de los protagonistas, un pasaje acaso poco discutido de Cuba se puso al descubierto y de pronto todos hablaban sobre el asunto y sus problemáticas.
Por momentos, como en el renacimiento isabelino, el teatro pareciera convocar a todos en pos de un gran debate insoslayable. La libertad y la apertura mental seguirán siendo las premisas para que el discurso lectivo y crítico sostenga la calidad y la atención de los públicos en torno al fenómeno artístico.
Para los que hablan de censura en el campo teatral, habría que recordarles estos momentos y otros tantos que seguramente vendrán, donde los propios recursos del Estado son destinados a autores que no tienen reparos incluso en criticar a su propia fuente de subvención. Fue y será tal la premisa del arte cubano, pagar a los creadores para que sostengan ese necesario discurso crítico en el ambiente de un proceso social alternativo entre las corrientes mundiales.
Falta quizás un papel más activo de la crítica en torno a las obras, aun cuando sabemos que nuestra cultura está dotada de grandes analistas del arte. Los medios y su difusión debieran implicarse más en diseccionar obras, llevarles el intríngulis a los grandes públicos, despertando así el interés participativo en las masas.
Invirtiendo la fórmula del Hamlet, podemos decir que algo florece en el reino del teatro cubano, aprovechemos la ocasión.
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